Jueves de la III Semana de Cuaresma

Lc 11, 14-23

Que acusación tan tremenda nos lanza hoy Jeremías.  El pueblo de Dios, el que ha sido escogido sobre todos los pueblos, al que ha acompañado en su caminar, al que ha tomado de la mano, ahora no es capaz de escuchar su voz.  Caminan dándole la espalda a Dios y se dejan llevar por su corazón obstinado.  Ya no existe fidelidad en Israel, termina diciéndole Dios al profeta.

Como si quisiera recoger estas mismas palabras hechas realidad, Jesús se enfrenta a sus contemporáneos, que han endurecido el corazón y no son capaces de descubrir la mano de Dios en las acciones de Jesús.

La expulsión de un espíritu mudo, es decir, la sanación de un mudo, es la ocasión para que sus enemigos expresen sus resentimientos y endurezcan el corazón.

Acusan a Jesús de ser precisamente aliado del mal, cuando sus ojos se cierran y no alcanzar a ver toda la liberación que está realizando Jesús.  ¿Es posible tener el corazón tan aturdido que no se dan cuentan?  ¿No son como el pueblo de Israel que no es capaz al amor infinito de Dios?

Los contemporáneos de Jesús también cierran el corazón y no son capaces de escuchar los sonidos del Reino.  No valen ni las explicaciones, ni las llamadas que continuamente hace el Maestro, ellos se han encerrado en su egoísmo y no son capaces de escuchar.

No pueden percibir que la curación es por el poder de Dios, ni son capaces de detectar la presencia del Reino.  Se dicen seguidores del Señor, pero actúan bajo sus propios instintos, buscan solo su provecho.  Así en lugar de convertirse en constructores del Reino, se convierten en opositores de su acción salvífica, se hacen enemigos porque están destruyendo la obra de Jesús.

Muy al contrario de otros amantes de la paz y de la justicia que sin siquiera conocer a Jesús luchan por el bien y por la verdad.  Ellos, junto con Jesús están construyendo el Reino.

Habría que revisar si nosotros, que nos decimos sus discípulos, no nos estamos oponiendo muchas veces, con nuestras obras mezquinas a la construcción del Reino.

Recordemos a Jesús que nos dice: “el que no está conmigo, está contra Mí… y el que no recoge conmigo desparrama”

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