Mc 10, 17-27
En el evangelio escuchamos una exigencia cristiana de esas en las que no nos gusta detenernos, preferiríamos pasar muy rápidamente para instalarnos a la sombra de otras palabras más amables. «No se puede servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6, 24).
El ejemplo fue muy claro, un hombre cumplidor perfecto de la ley «desde muy joven». «Jesús lo miró con amor». De ese amor brotó la invitación: «Ven y sígueme», pero la condición: «ve y vende lo que tienes».
De nuevo aparece el porqué de la intransigencia de Jesús, el corazón humano, con una facilidad pasmosa, se queda en lo exterior, en lo inmediato, en lo brillante y atractivo, y no pasa más adelante o más adentro. Al mero camino lo transforma en meta, a la escala o trampolín los hace cama o sofá.
El que hubiera podido ser un apóstol, fundamento de la Iglesia, celebrado y venerado; por su amor a los bienes materiales, se quedó en «un hombre».
La comparación del camello es ciertamente muy semítica pero muy contundente.
La exigencia es fuerte, pero el mismo que la pone da el ejemplo y comunica la fuerza y el aliento para cumplirla.