Viernes de la VII Semana de Pascua

Jn 21, 15-19

Ojalá nos convenzamos de que un cristiano es el que vive en conexión directa con Jesús las 24 horas del día. Desde que tuvo el encuentro seductor con él, todo en su vida está relacionado con Jesús. Su manera de pensar, su manera de actuar, su manera de divertirse, su manera de soñar, su manera de sufrir, su manera de gozar… su vida entera la vive en unión con Cristo Jesús. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos… Sin mí no podéis hacer nada”. Esta expresión de Jesús, que para el que no le conozca puede parecerle abusiva y despersonalizante, los cristianos la vivimos de manera altamente positiva, porque expresa nuestra unión con Él, nuestra profunda intimidad con Él. Por eso, podemos confesar con san Pablo: “para mí la vida es Cristo”, a quien, como nos indica esta primera lectura, le metieron preso por culpa de Cristo, por culpa de “un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo”. También nosotros sostenemos que Cristo está vivo y que vive en nuestro corazón donde ha querido hacer su morada y desde donde dinamiza toda nuestra existencia. No sabemos vivir sin Cristo Jesús.

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús conoce a fondo el corazón humano y sus necesidades más profundas, pues es Él es el creador de nuestro corazón. Sabe muy bien que el impulso, la necesidad más espontánea y más fuerte del corazón humano es el amor. Lo que desea es amar y ser amado, para eso ha sido diseñado. Por eso, Jesús se pasó toda su vida predicando que lo primero y principal es el amor, amar Dios, al prójimo y a uno mismo. Y como sabe que es difícil amar si uno no se siente amado, nos gritó que Él nos ha amado y nos ama “hasta el extremo”, hasta el extremo da gastar su vida en favor nuestro. Si Él no nos ama no podremos amar a Dios y a los hermanos.

También Jesús sabe que lo que más hace sufrir a un corazón humano es sentirse traicionado, no amado por una persona querida. Jesús experimentó esta traición a manos de Judas y de Pedro. A Judas no pudo tenderle su mano y su perdón, porque se quitó la vida. Pero sí lo hizo con Pedro en la entrañable escena que nos relata el evangelio de hoy. Jesús suspira por el amor de Pedro, desea ser correspondido por Pedro. Por eso le pregunta por tres veces si le ama: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Sincera y compungida la respuesta de Pedro: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.

Los cristianos de todos los tiempos tenemos la suerte de que Jesús nos dirige a cada uno de nosotros la misma pregunta que dirigió a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”.