Sábado de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 43-49

El Evangelio de San Lucas nos plantea la importancia de la coherencia entre lo que creemos y vivimos. Si hay algo que Jesús continuamente denuncia es la hipocresía de los fariseos, pues habían convertido la religión en un conjunto de normas y prácticas, olvidando el corazón de la Ley que es el Amor: no un precepto, sino una exigencia, una actitud de vida, una entrega.

Jesús sale al encuentro de las gentes y les predica desde la Verdad de su Persona y de sus obras. No busca admiradores o adoradores de su persona o su doctrina, sino seguidores. Creer en Jesús significa seguirle, implicarse en la construcción del Reino, denunciar las injusticias, tener entrañas de misericordia…

Ser cristiano, pues, es construir mi existencia sobre la piedra angular de Cristo, que su Palabra se haga presente en mí ser y actuar, que su Amor haga de mi vida una fuente de alegría para los demás. Parafraseando a San Pedro: “¿A quién vamos a acudir? Solo Tú tienes Palabras de Vida Eterna”

“Al final, lo de Dios no es un puro voluntarismo ni un discurso moral sobre lo bueno y lo malo, aunque ayude a entender las categorías del deber, del bien o del mal. Lo de Dios tiene que ver con una profunda ternura por la vida y la gente, con una alegría cuya fuente es mucho mayor que cada uno de nosotros, con el extraño encuentro de lo divino y humano en Jesús, con una manera de actuar de Dios que llamamos gracia y que, cuando nos invade, transforma nuestras perspectivas, alienta nuestras luchas y nos da alas para vivir apasionados”.