Lc 8,1-3
Llegado el momento oportuno, Jesús se entrega por entero a la misión de predicar el reino de Dios, que es el proyecto que Dios tiene para toda la humanidad. Para el que quiera, Dios se ofrece a ser su Rey, reinar sobre él y dirigir su vida, formando así la sociedad de los que tienen a Dios como lo que es: su Rey, su Señor, su Dios. Lejos de ser un Rey despótico, es un Rey Padre que nos ama entrañablemente como lo prueba el enviarnos a su propio Hijo Jesús para indicarnos el camino a seguir, que es el camino del amor, porque Dios es Amor. El camino que nos lleva a disfrutar de la felicidad limitada en esta tierra y de la felicidad total después de nuestra resurrección.
En esta su misión, le acompañan “los doce y algunas mujeres”, y el evangelista Lucas menciona el nombre de algunas de ellas. Este dejarse acompañar por algunas mujeres que también “lo ayudaban con sus bienes” es algo muy especial en aquella sociedad donde la mujer no era muy reconocida. Tanto unos como otras, han aceptado su amistad, se han convertido en sus seguidores/as. Jesús les va instruyendo en los secretos de ese Reino de Dios, que luego ellos y ellas deben extender, y ser testigos de su vida, muerte y resurrección.