Jueves de la Feria después de Navidad

Jn 1, 43-51

Jesús se nos presenta en la lectura de hoy como el pastor que va recogiendo ramadanes que ayuden en la tarea de dirigir el rebaño que se va a ir formando a su alrededor. En aquellos momentos de inicio de la predicación elige hermanos ayudantes que van a estar dispuestos a seguirle, con adhesiones y abandonos, porque son seres humanos sometidos a la debilidad de todo el género humano, pero que cuando sean bautizados con el Espíritu Santo, se entregarán a la misión sin dudarlo ni un solo momento. Ellos entregaron sus vidas al servicio de la Palabra.

Hoy somos nosotros los llamados al auxilio del Pastor. Somos nosotros, tu y yo, los que recibimos la llamada de Jesús. Una llamada sonora, que escuchamos fuerte y clara en nuestros oídos, pero a la que, es posible, cerremos el camino a nuestros corazones y se pierda en el desierto de nuestras vidas.

Tal vez si recibiéramos la llamada desde un Mesías como el que inicialmente esperaban los apóstoles, un mesías rey poderoso, le seguiríamos con entusiasmo. Pero ese no es el que nos llama. Ese no es el que nos invita a seguirle, sino el otro, el verdadero Hijo de Dios, que nos pide solidaridad con los hermanos, socorro del que lo necesita, amor para el que carece de él. Y, claro, esto no es atractivo. Corremos detrás de honores y prebendas, pero huimos de todo aquello que nos exija “rascarnos el bolsillo”. Nuestros beneficios están bien; el sacrificar tan solo algún capricho por el hermano ya no nos gusta tanto.

Esta noche podremos ver los ojos ilusionados de los niños que nos rodean esperando la noche santa en la que tres reyes venidos de oriente nos va dejar alguna cosa en los zapatos. Mañana seguiremos viendo la ilusión de ver mordisqueados los agasajos que dejamos para ellos en la mesa. Pero no veremos las caras de desilusión de tantos miles de niños cuyos zapatos seguirán vacios, puede que sin tener zapatos, porque los Reyes Magos, NOSOTROS, sus ayudantes, nos hemos dormido y hemos olvidado visitar sus casas.

Ojalá la Epifanía de Dios se haga presente en nuestros corazones y sepamos corresponder con justicia y generosidad a sus mandatos: “Dadles vosotros de comer”.

Que los días navideños que pronto se acaban nos muevan a ser altruistas y nos dirijan a los demás. Deja, dejemos, de mirar el ombligo y miremos a los prójimos que nos necesitan.