Jn 15, 9-11
En el evangelio de hoy, Jesús viene a iluminar el problema planteado en la primitiva iglesia y comentado en la primera lectura. En nuestra iglesia, el seguimiento de Jesús, lo hemos llenado, a lo largo del tiempo, de otras muchas cosas, de normas, de leyes, de algunas costumbres, de ritos…
Jesús, viene en nuestra ayuda como siempre, y nos aclara cuál es lo esencial, lo que nunca puede faltar en la vida de cualquier cristiano, y todo lo demás no deja de ser no esencial, lo que quiere decir que puede faltar. Lo esencial del cristianismo es sentirse amado por Jesús, con la misma intensidad que el Padre le ha amado, y poder decirle “tú me sedujiste, Señor, y yo me deje seducir”. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor”. Y como consecuencia inmediata alojarle en el centro de nuestro corazón y amarle con todas nuestras fuerzas, lo que lleva consigo hacerle caso en todo lo que nos diga, cumplir todos sus mandamientos, todas sus indicaciones ante todo lo que nos encontremos en la vida.
Si le amamos, si le hacemos caso, Jesús nos regalará una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”.