Martes de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 1-11

Este precioso pasaje del Evangelio de San Juan lo podemos ver como un resumen del paso de Cristo por la tierra: Él vino a predicar el Reino de Dios, a comunicar a los hombres que el Padre cumplía la promesa hecha a nuestros padres y se reconciliaba con nosotros. La gran obra de la Salvación estaba a punto de cumplirse. Jesús se dirige al Padre y va enumerando todo lo que ha hecho para, al final, encomendarnos a Él cuando ya no esté entre nosotros. Es como una oración íntima y profunda entre ambos, Padre e Hijo. Jesús «da cuenta» de su labor, al mismo tiempo que pide por nosotros y por Él mismo: «…te ruego por ellos… por éstos que Tú me diste»…»Padre, glorifícame cerca de ti».

Visto con nuestros ojos este momento tan íntimo de Jesús con el Padre es como un examen de conciencia, como una rendición de cuentas en la que vemos que ha cumplido punto por punto la tarea que le fue encomendada. Y así nosotros deberíamos hacer lo mismo cada día, en cada momento importante de nuestra vida, cada vez que sentimos la necesidad de ver hasta donde hemos llegado y por donde debemos continuar. Todos tenemos una misión encomendada según nuestras circunstancias y nuestras posibilidades. Al igual que Jesús debemos decirle al Padre como vamos, qué hemos hecho, qué nos falta y qué necesitamos. Es una antigua costumbre que al final del día nos tomemos unos minutos de oración para repasar la jornada ante los ojos de Dios. Os aseguro que es muy bueno hacerlo, nos ayuda a seguir adelante y a renovarnos. No tengáis duda de que el Espíritu Santo nos asiste y nos guía como hizo con San Pablo. Orar, meditar, pensar y con la ayuda de la Santísima Trinidad los problemas de hoy serán glorias mañana. «Ir por el mundo y predicar el Evangelio» nos dijo Cristo antes de partir y, al final, esa es nuestra tarea: dar a conocer el Reino de Dios a través de nuestra vida, de nuestras acciones, de nuestros gestos, con la alegría de ser Hijos de Dios.