Miércoles de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 11-19

Para ello les ofrece una serie de consejos, comenzando por esta recomendación: “Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño de Dios… Estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día no me cansé de amonestar con lágrimas, a cada uno de vosotros”.

Es la labor que han asumido al ser imbuidos del Espíritu que promueve a hombres, a fin de cumplir esa tarea de cuidar y vigilar a la iglesia del Padre, adquirida por la sangre de Cristo.

Pese a las dificultades, en esa labor no deben dejarse dominar por el miedo. Así trabajó él, sin desánimo y con valentía, dejando de lado el miedo que sujeta e impide obrar como es debido. El discurso concluye con la invitación a esos “presbíteros” a trabajar con desinterés material, recordando esas palabras de Jesús que solo él nos ha transmitido: “hay más alegría en dar que en recibir”.

La despedida es un acto entrañable. Están en la playa y, a punto de zarpar el barco, oran todos juntos. La tristeza invade a los presentes y el llanto los invade a todos. Lloran, sobre todo porque han oído a Pablo que no volverían a verlo. Alguien que ha vivido y se ha desvivido por aquella comunidad, luchando incansablemente por mantenerlos fieles a la fe que él les ha predicado, provoca ese sentimiento de tristeza. Con ese dolor lo acompañan hasta el barco y Pablo prosigue su viaje a Jerusalén.

En todo ello queda patente lo que significó su presencia en aquella comunidad, en un afán de mantener vivo el espíritu, batallando ante la deriva que se presentía en aquella comunidad. Allí trabajó y se esforzó por no ser gravoso a nadie. Allí expresó el amor a Jesucristo y en él a aquellas personas que habían sido fieles a su doctrina.

Padre santo, que sean uno, como nosotros

En el contexto de la última Cena el evangelista nos transmite la oración de Jesús por los suyos. Es una larga oración donde queda patente, en síntesis, la teología de Juan. En ese resumen quedan reflejados temas importantes de su teología.

Jesús se dirige al Padre. En esa oración muestra su preocupación por los discípulos que quedan en el mundo, un poco a la intemperie ante la marcha de quien ha aglutinado y alimentado con su palabra a esa pequeña comunidad. Se prevé un futuro difícil, como ha sido la propia vida de Jesús. Su presencia los ha resguardado del mal. Ante la incertidumbre que se avecina Jesús expresa tres deseos que son su preocupación.

La unidad

Es la primera preocupación de Jesús. Ante su marcha ruega al Padre para que sus discípulos vivan en la unidad. Una unidad que no es algo material, el simple estar juntos. La unión que Jesús desea es la misma que hay entre Él y el Padre. Jesús quiere que sus discípulos, manifiesten ante el mundo que sus seguidores tienen el mismo principio de vida que Él ha manifestado: el amor, ese vínculo profundo que los identifica ante los demás como sus discípulos. Un amor expresado en la entrega, en el servicio y el olvido de uno mismo. En definitiva, el mismo amor que Él va a manifestar al asumir el camino de la Cruz.

La alegría

El estilo de vida que Él ha traído no ha de ser vivido desde la tristeza o la amargura. La entrega, además de generosa, debe ser alegre. Todo aquel que ha encontrado a Jesús ha de compartir la misma alegría que Él vivió. Quiere que cuantos se decidan a seguirlo, lo hagan con entusiasmo, aunque no estén exentos de problemas y tribulaciones.

La seguridad de seguir al Hijo de Dios debe caracterizarse por la ausencia de miedo. Él es el camino, la verdad y la vida. Esa seguridad no puede quedar nublada por los contratiempos que han de presentarse en el transcurso de la vida. Habrá que asumir todo con entereza, pero siempre debe estar transido por la esperanza y con ella la alegría. Ese conjunto de seguridades que Él ofrece a todos, debe proporcionarnos una alegría profunda. No es la alegría circunstancial, que varía según los estados de ánimo. Debe ser la alegría completa que nace de la seguridad de saber por qué vivimos y para qué vivimos.

Para vivir todo ello hemos de huir de vivir con los principios del mundo. Debemos estar en el mundo, pero nunca absorbidos por él.

La verdad

Es un término que San Juan usa con bastante frecuencia, tanto en su evangelio como en sus cartas. La verdad para S. Juan es el mismo Jesús. Él nos descubre la verdad suprema que es Dios. Él, como la verdad, nunca puede ser manipulable.

Hoy da la sensación de que la verdad está ausente de nuestras relaciones; su lugar lo ha ocupado la posverdad. Un término que hace referencia a la manipulación con la que se distorsionan los hechos para crear una opinión pública interesada, sectaria. Es una falsedad donde la realidad se convierte en algo adaptativo. Por eso se usan más las emociones que la razón. Por todo ello, hoy más que nunca, se nos pide huir de la mentira, tan comúnmente aceptada en todos los ambientes. Quizá esa relativización de la verdad tenga algo que ver con haber alejado a la Verdad, que es Jesucristo, de nuestras vidas. La pregunta de Pilato a Jesús parece sobrevolar despectivamente en nuestras relaciones donde muere la verdad al alejarnos de la Verdad.

La Palabra de Dios llega un día más a nuestras vidas. Preguntémonos con sinceridad si estos tres deseos de Jesús siguen vivos en nosotros. Si no lo fueran hagamos un esfuerzo para que se reaviven y se hagan realidad en nosotros.