Mt 12, 1-8
Mateo nos sitúa en una de las muchas acciones liberadoras de Jesús respecto a la ley del sábado. Demasiadas leyes escritas que obligan y oprimen al hombre sencillo, mientras que reyes y sacerdotes incurren en delitos por las mismas razones: Sentir hambre. Sin embargo, moralizamos en dirección a los otros para condicionar sus actitudes y su libertad.
No es lo mismo comer teniendo posibilidades para ello, que careciendo de los bienes necesarios para alimentarse cada día. No son razones de justicia los que mueven a sacerdotes y reyes para comer de los frutos del templo. Al contrario, parece más la comodidad, la usurpación, o una inmediata necesidad movida por un impulso primario.
Hay situaciones y momentos en el que el hambre aprieta y muerde, cuando se presenta con cara de precariedad y miseria. Entonces está justificado comer de la ofrenda que se recibe en el templo.
El Evangelio nos muestra que no hay que condenar a los que son inocentes de la corrupción, de la opresión, sino que son víctimas de las mismas. Con ellos hay que tener misericordia. El sacrificio si no se hace desde la compasión no tiene sentido. Dios vuelve su mirada nuevamente a la misericordia. El sacrificio tiene sentido únicamente desde la misericordia.
Habría que examinar nuestro cuerpo legal y la actitud práctica. Hay mucha gente cumpliendo condena por delitos insignificantes. Y personas viviendo en libertad habiendo cometido delitos de corrupción, que han escandalizado a todo el mundo. No es que haya que suavizar los delitos, o el uso de las leyes. Pero en la cultura queda un sentimiento de injusticia y permisividad cuando lo escandaloso queda impune.
Oremos por cuantos sienten hambre y viven presos: para que sientan la solidaridad de todos los creyentes y el consuelo que libera por medio de Dios.