
Rm 4,1-8
A lo largo de este capítulo, san Pablo pondrá como testimonio de la gratuidad de la salvación a los grandes profetas del AT. En él veremos cómo efectivamente es por medio de la fe como nos abrazamos a la obra salvadora de Jesús, pero veremos que precisamente esa fe, fue la que les hizo capaces de vencer todas las dificultades que se presentaron en su camino para finalmente realizar en su vida el proyecto de Dios con lo cual contribuyeron a la obra de la redención.
En otras palabras es la fe la que sostiene y da sentido a todo nuestro trabajo en la construcción del Reino. La fe en los patriarcas y en los profetas, fue el elemento que permitió que se construyera el camino por el cual Dios camina en la vida del pueblo.
También nosotros estamos llamados a ser artífices de esta obra, pues el Reino, aunque inaugurado, aun no llega a su plenitud. Pon al servicio de Dios tus dones y tus talentos y fortalece tu fe con la oración, para que Dios pueda realizar a través de ti su proyecto salvífico en tu familia y en tu comunidad.
Lucas 12, 1-7
Cuando se nos estropea algo en casa (un electrodoméstico, el carro, la computadora…) nos inquietamos y hacemos todo lo posible para buscar una solución: llamamos al técnico para que lo arregle. Luego pagamos una cantidad de dinero, y listo. O si la reparación es muy cara hacemos planes para comprar uno nuevo.
Sin embargo, todas estas cosas no merecen el cuidado que precisa nuestra vida. Porque si dejamos de funcionar, ¿quién nos arregla? Los médicos pueden lograr curaciones asombrosas, pero ninguno sabe resucitar a un muerto.
Cristo nos advierte que debemos temer al pecado, porque ése sí que nos puede llevar donde no queremos.
Muchos santos contemplaban con frecuencia la realidad de la muerte, y se preguntaban: ¿cómo quisiera vivir yo este día si supiera que es el último día de mi vida?
Mientras vivimos, tenemos esperanzas de salvar nuestra alma. Estamos aún en el tiempo para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección. Por eso, siempre hay una oportunidad para rehacer la vida, para levantarse de la caída, pedir perdón en el sacramento y seguir adelante pensando en el final, en el encuentro definitivo con Dios.