Jueves XXVIII Semana Ordinaria

Rom 3, 21-30

Aun cuando todos habíamos sido encerrados en el Pecado y éramos incapaces de que tomase posesión de nosotros la Gloria de Dios a causa de nuestras maldades, Dios quiso manifestar a todos su fuerza salvadora, al ser Él mismo salvador, y salvar a todo el que cree en Jesús. Él se ha convertido en fuente de salvación para toda la humanidad, pues mediante su sangre derramada por nosotros se ha convertido para nosotros en instrumento de perdón. Así, mediante la fe en Cristo se ha abierto el camino que nos conduce a la unión con Dios; y a ese camino no sólo tienen acceso los judíos, sino todos, incluso los paganos.

Basta proclamar con la boca que Jesús es el Señor y creer en el corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos para salvarse. Y eso no está limitado a los judíos, sino abierto a todo hombre de buena voluntad que, respondiendo al llamado de Dios, crea en Cristo Jesús y se deje justificar por Él. Por eso no queramos limitar la salvación anunciándola a unos cuantos; no queramos salvar sólo a quienes consideramos buenos, sino que, como verdaderos apóstoles del Señor, esforcémonos continuamente en trabajar para que, especialmente los pecadores y quienes viven como si Dios no existiera, reciban la Luz, la Gracia, la Vida, el Perdón y la Salvación que Dios nos ha ofrecido a todos en Cristo Jesús.

Lc 11, 47-54

La hipocresía es aborrecida por Dios; porque no hay nada peor en el alma de un creyente que este terrible pecado. Dios aborrece al que no es sincero y quiere aparentar lo que no es en la realidad.  Dios sigue mandando al mundo de hoy los profetas que predican la verdad, pero de nuevo el hombre vuelve la vista y hace oídos sordos a la verdad. De nuevo volvemos a matar la verdad que Dios sigue proclamando.

El Santo Padre, el Papa, es el profeta que Dios ha elegido para este siglo lleno de crisis espirituales; lo ha elegido para que todos los miembros de su Iglesia encuentren siempre la verdad que salva.

Mi fe en Cristo no puede estar separada de mi fe en la Iglesia y mi fe en el Papa; y de aquí ha de brotar mi certeza de que en todo momento he de defender al Papa y sus enseñanzas.

¿No seremos nosotros, tal vez, los que estamos matando a nuestros propios profetas? Porque con frecuencia se escuchan palabras de disconformidad y rechazo hacia quien ha recibido de Cristo la misión de guiar a la Iglesia.

El Papa es esa voz que hoy defiende la verdad ante los atropellos y las injusticias. Y esa verdad es siempre la misma, no cambia con los años.

De la mano de María siempre estaremos seguros de ir por el buen camino, por el camino de la verdad de Cristo y de su Iglesia, que es la misma verdad.

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