Miércoles de la XVII semana del tiempo ordinario

Mt 13, 44-46

Fiesta de San Ignacio de Loyola, una fiesta que nos lleva a recordar sus ejercicios, sus exigencias de una opción clara por el Reino, su aporte a descubrir el fondo de nuestras intenciones y deseos. En fin, descubrir nuestro verdadero tesoro, como hoy nos lo pinta la palabra del Evangelio.

En los encuentros juveniles buscamos fortalecer a los jóvenes con diferentes temas acordes con su realidad que ellos mismos proponen. Me llamó la atención que insistían en uno: “Los valores y el joven”. Es sorprendente que ellos mismos se den cuenta que algo no funciona en el estilo de vida que ellos están siguiendo y que muchos les proponen, pero a la hora de buscar cuáles son los valores que realmente los sostienen no es fácil descubrir bases sólidas que puedan dar fortaleza y claridad a estos jóvenes.

Son conscientes de que hay mucha falsedad en los valores que propone el mundo, que no pueden regirse por los estándares que proponen los medios de comunicación, que se valora muy poco a la persona y que se le mira en términos de consumismo y mercadotecnia, pero después ellos mismos (creo que a todos nosotros también nos pasa), caen en esas mismas trampas y espejismos que denuncian.

El Papa en Brasil los ha invitado a que no se dejen deslumbrar por estos nuevos ídolos, sino que busquen los verdaderos valores.

Cada vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. Con frecuencia se preguntan si es un bien la propia vida y qué sentido tiene su existencia. Actitudes fatalistas o de desprecio por la propia persona son frecuentes entre ellos.

El “tesoro” del Reino no ha sido descubierto y nosotros no somos capaces de ofrecer a los jóvenes lo que es nuestro deber transmitirles, y estamos en deuda con ellos en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida.

Jesucristo hoy nos propone una revisión y descubrir cuál es el tesoro de nuestra vida y por cuáles valores estamos dispuestos a dejarlo todo. Los jóvenes sobre todo deberían ser sensibles al valor de la vida y de la presencia de Dios en medio de ellos, pero cuando la vida se aprecia tan poco, cuando se manipula la existencia y la muerte, cuando se juega con las personas como si fueran mercancías, cuando son más importantes los intereses de los poderosos que las costumbres, las culturas y las riquezas de los pueblos, se desmoronan los valores que se intentaba conculcar.

Hoy tenemos que hacernos un fuerte cuestionamiento sobre qué es lo que para nosotros tiene un verdadero valor y cuáles son los valores que están aprendiendo los jóvenes, cuáles son sus verdaderos maestros o “educadores” que están influyendo más en su forma de ser y de pensar y cómo dan respuesta a los cuestionantes fundamentales de la vida.

¿Podemos decir que estamos presentando y ofreciendo la posibilidad de un encuentro con el verdadero tesoro, la perla más valiosa, que es el Reino de los cielos?

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