Martes de la XXI semana del tiempo ordinario

Mt 23, 23-26 

En días pasados una adolescente estaba muy triste y lloraba porque algunas de sus compañeras la habían borrado de sus redes del internet. Se preguntaba qué tendría que hacer para ser aceptaba nuevamente y no sentirse “extraña” entre sus condiscípulos. Tenía gran preocupación porque se sentía diferente.

Sin embargo, al preguntarle si consideraba amigas suyas a quienes la “borraron”, decía que solamente tenía dos verdaderas amigas, pero que se sentía mal tener una imagen negativa ante el grupo.

Y es que tanto en el tiempo de Jesús como en nuestra época se tiende a darle más importancia a lo accesorio que a lo fundamental. Ya dice el refrán “lo malo no es robar, lo malo es que te descubran robando”.  Es decir, tener buena fama, dar la imagen y no importa lo que hay en el corazón. Jesús nos enseña todo lo contrario y lo hace lanzando improperios contra los escribas y fariseos que se especializan en aparentar pero que no miran al interior ni cuidan lo profundo del corazón. Cumplir con normas, aparecer como bueno, son sus preocupaciones, pero descuidan lo más importante: la justicia, la misericordia y la fidelidad.

¡Cuántas cosas tenemos que cambiar para entender estos criterios de Jesús! Creo que a veces estamos como esos candidatos a puestos públicos, bien maquillados, con sonrisa complaciente y con promesas atrayentes, pero todo aparece como “fachada”, “exterior” que no permite ver sus verdaderas intenciones.

¿Por qué será que nos atrae tanto la publicidad, la fama y el nombre que nos vamos haciendo frente a los demás? No solamente los candidatos, sino toda persona, y en especial los jóvenes, luchan por conservar esa imagen que se ha ganado a base de esfuerzo.

Jesús rechaza fuertemente que lo importante sea lo exterior y condena a quienes prefieren las apariencias sobre la justicia y la verdad. Tendremos que luchar nosotros mucho para no caer en esa tentación y para sobrevivir a este mundo de apariencias y falsedades. También nosotros estamos tentados a limpiar solamente el exterior, a pagar los diezmos de la apariencia, pero no en convertirnos en una fuente interior o en buscar los caminos de la verdad.

Contemplemos a Jesús, escuchemos con atención sus condenas y miremos nuestras vidas… ¿qué nos hace pensar esto?

Pidamos que nos conceda la sinceridad y la transparencia necesarias para ser sus discípulos.

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