Santos Timoteo y Tito

Mc 4, 21-25

El amor contagia, la pasión por el Evangelio también.  Cómo es importante la relación de las personas.  Al reunirnos con personas que viven el Evangelio, fácilmente podremos también enamorarnos nosotros de la Palabra de Dios.  Al hacernos amigos de los poderosos, de los ricos y de los amantes del dinero, también empezaremos nosotros a tener esas preocupaciones y prioridades.

Hoy celebramos a dos santos que vivieron de muy cerca la pasión de Pablo enamorado de Jesús y ellos también se nos manifiestan como grandes enamorados del Evangelio: Timoteo y Tito.

Al mismo tiempo que nos manifiestan cómo se va propagando la Palabra de Dios y cómo hay discípulos capaces de entregar la vida en la difusión del Evangelio, nos muestran también el rostro de las primeras comunidades, llenas de entusiasmo, pero enfrentadas a graves dificultades tanto internas como externas.

El Espíritu Santo va suscitando nuevos servicios y ministerios en una Iglesia frágil, pero llena de ilusiones y de fuerzas en Jesús resucitado.

Las narraciones nos presentan a estos dos grandes apóstoles de una manera muy humana, con defectos y virtudes, con anhelos y fracasos.  A ellos, san Pablo busca sostenerlos en la fe y les confía el cuidado de una porción de la Iglesia.  Contemplando a estos dos grandes santos se nos hace muy presente nuestra iglesia actual, también enfrentada a dificultades externas, en un mundo que parecería que se cierra al Espíritu, pero que manifiesta hambre de verdad, de justicia y de paz.

Nuestra Iglesia, igual que la primitiva Iglesia debe enfrentar también a sus propias deficiencias, los errores de nosotros, miembros frágiles, pero no debe nunca caer en el pesimismo ni en la desesperación.  Deberemos sentirnos todos los miembros de la Iglesia muy unidos, fortalecidos en la esperanza, en un Dios que no miente y que se hace presente en medio de nosotros.  Y también nosotros, al igual que Pablo que Timoteo o Tito, nos sostengamos unos a otros no haciéndonos cómplices del mal, sino buscando la verdad, la justicia, la solidaridad y la verdadera fraternidad.

Que al contemplar la fidelidad de la primitiva Iglesia nos fortalezca también a nosotros.  Las dificultades son muy parecidas y el que nos sostiene es el mismo: Cristo Resucitado

Pidamos al Señor, que por intercesión de San Timoteo y Tito, nosotros seamos también esos evangelizadores audaces y valientes que el Señor espera de cada uno de nosotros.

La Conversión de San Pablo

Mc 16, 15-18

Recordamos la figura de Pablo de Tarso. Una figura sin detalles precisos como sucede con todos los personajes de aquella época.

Era “ciudadano romano”, pero griego en su personalidad y cultura; se expresaba en griego con corrección y agilidad ya que era la lengua que se hablaba en Tarso.

Y era un fariseo apegado fuertemente a las tradiciones de sus mayores. Y junto a ello podemos decir que era un verdadero «buscador de la verdad». De ahí que fuera un estudioso profundo.

San Pablo es modelo, en muchos sentidos, para el cristiano.  Es el audaz apóstol que no se atemoriza ante las dificultades, es el visionario que abres las posibilidades del Evangelio hasta otras fronteras, es el servidor capaz de llorar por una comunidad o el maestro que regaña y corrige con dolor a sus discípulos. Todo parte del gran acontecimiento que ha vivido: encontrarse con Jesús.  Y su encuentro, que a muchos nos parece maravilloso y espectacular, no debió ser sencillo, sino traumático y trastornante.

Todavía cuando Pablo narra su vida, su educación y su linaje, descubrimos rastros de ese orgullo de ser judío, fariseo, educado a los pies de Gamaliel, orgulloso de su religión. No le importa derramar sangre, no le importa destruir personas.  Por encima de todo está la Ley y su religión.

Cuando cae por tierra, la visión que le produce ceguera, puede ser el descubrimiento más grande, pero le hace cambiar totalmente su vida.  Descubrir a Jesús resucitado, vivo y presente en los hermanos que antes quería matar, viene a cambiar radicalmente su percepción, su vida y sus opciones.  Es una verdadera conversión. Los relatos bíblicos nos lo cuenta en unas cuantas palabras, pero todo el proceso debe ser lento, doloroso y con mucha conciencia.

Convertirse implica dar un cambio total a las decisiones, a los amigos, a las costumbres.  Conversión significa un cambio de mentalidad, una trasmutación de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu.  Es el pasar de las tinieblas a la Luz.  No es el cambio con nuevas promesa que nunca se cumplen.  No es el cambio externo de colores y de formas.  Es el cambio interior que nos llevará a una nueva visión.  Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles, sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida.  En Pablo lo podemos constatar de una manera radical.

¿Cómo es nuestra conversión? ¿En qué ha cambiado nuestra vida en el encuentro con Jesús resucitado? 

San Pablo puede afirmar posteriormente “todo lo puedo en Aquel que me conforta” o bien “para mí la vida es Cristo y todo lo demás lo considero como basura”

¿Nosotros, cómo manifestamos nuestra conversión? ¿Hemos cambiado radicalmente y encontrado al Señor?

Martes de la III Semana Ordinaria

Mc 3, 31-35

Nada mejor para atraer la atención del público que acercar los temas a la vida de cada día. Así solía hacerlo Jesús. La gente lo seguía y lo escuchaba con interés. El resultado de sus explicaciones quedaba siempre a la responsabilidad de cada uno: “El que tenga oídos para oír, que oiga”… Una clara invitación a la reflexión. Él sembraba de forma amena. Partía siempre de la vida cotidiana, de aquello con lo que el público se sentía identificado. Por eso, sus parábolas no han perdido frescor y también hoy sostienen la atención del lector.

A nosotros, como seguidores suyos, nos interesan por lo que suponen de apoyo en nuestro caminar de creyentes. Lo escuchamos porque en esas palabras suyas vamos asentando nuestra condición de cristianos.

Dios, el sembrador, ¿cómo actúa en nuestras vidas?

Dios, nos dice Jesús, confía en nosotros porque nos ama. Nos conoce muy bien y, pese a ello, confía en que su acción en nosotros encuentre respuesta, “responsabilidad”. Como buen sembrador va esparciendo la semilla que es su Palabra. Esa Palabra que no es otro que el mismo Jesucristo. Una vez que la semilla ha sido depositada en el surco, se convierte en algo vivo que tiene su propio desarrollo dependiendo del cuidado que cada persona le proporciona.

¿Cuál es nuestra respuesta?

Según nuestras reacciones la semilla va fructificando. Jesús presenta cuatro posibilidades o reacciones ante esa semilla depositada en el surco de nuestra vida.

Hay una tierra dura, pedregosa. Suele estar representada por personas que creen no necesitar nada más allá de lo puramente material. Se creen autosuficientes. De ahí nace la indiferencia ante la llamada de Dios. Agarrados a sus seguridades materiales, tienen suficiente o se conforman con esas condiciones materiales, aunque éstas no proporcionen nada de lo que su corazón ansía en profundidad. Han dejado de lado la Palabra. Sus intereses acaban en lo inmediato. ¿Para qué más?

Hay otro grupo que forman los que acogen esa Palabra de forma superficial. “Es interesante, pero…” y ahí concluye cuanto ofrecen a la semilla. No puede germinar. La superficialidad se queda con el resplandor, pero no permite que esa luz ilumine de verdad su vida. No hay convicciones profundas que garanticen y estimulen el cuidado que la semilla requiere.

El tercer grupo lo representan aquellos que acogen con interés y entusiasmo la semilla. Pero ante las preocupaciones inmediatas que llegan a la vida, todo va quedando en un segundo lugar. Los intereses ajenos al Reino comienzan a ocupar el primer lugar y la semilla queda agostada. Está ahí sembrada y acogida, pero la falta de cuidado la dejan morir. Aquel entusiasmo primero, queda reducido a un simple recuerdo. La preocupación suele centrarse en las riquezas. Éstas absorben todo.

Hay un último grupo. Lo forman las personas que acogen, valoran, aprecian la semilla y la cuidan para que produzca fruto. Son personas que han sabido colocar sus intereses en una escala de valores que comienzan por apreciar la semilla como el primer valor. Por eso la cuidan, la riegan y le dan los nutrientes necesarios. Así acaban produciendo fruto. Éste será variado, pero habrá respondido a lo que el sembrador esperaba de la semilla.

Los que forman este cuarto grupo son aquellos que “oyen la palabra y la acogen, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.»

No hay mucho más que explicar. Solo falta analizar cómo cuidamos la semilla que hemos recibido de Dios.

Hoy, como a lo largo de toda la historia, escuchamos la parábola y quizá sentimos la necesidad de saber qué clase de tierra somos cada uno. Fácil respuesta si examinamos estas cuestiones: ¿Cuáles son mis valores? ¿Qué peso tiene en mi vida la Palabra de Dios? ¿Qué fuerza tiene en mí la persona de Jesucristo? 

Seguro que nuestro deseo es tener esa Palabra como supremo valor de nuestra vida. Para conservarla se nos piden tres actitudes a cultivar: responsabilidad, coherencia y perseverancia.

Son las tres actitudes que garantizan que la semilla ha encontrado buena tierra en nosotros y la vamos cuidando con esmero. Confiemos ahora en su fuerza para ir desarrollándose con los cuidados que le ofrecemos.

Acabamos de iniciar este 2023. Buen momento para asentar nuestra existencia confiando en la bondad del Sembrador que nunca se resiste cuando acudimos a Él con sinceridad.

Lunes de la III Semana Ordinaria

Mc 3, 22-30

¿Cuál es nuestro pretexto para no acercarnos a Jesús? En el pasaje del sábado pasado de San Marcos escuchábamos que sus familiares lo juzgaban loco y ya nos cuestionábamos si también nosotros sentimos que era una locura vivir su amor y su predilección. En el pasaje de este día los escribas, supuestamente la gente más sabia, se oponen a Jesús y lo llaman endemoniado. Y todo ¡porque expulsa demonios! ¿No nos parece una incongruencia? Esto pretende Jesús hacerles entender a los escribas contando una parábola, pero parece que en lugar de aceptarlo, se niegan rotundamente. Hay quien frente a la luz se niega a aceptarla. O como dicen los viejitos: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. 

Estas actitudes pueden también encontrarse entre nosotros. Buscar pretextos para no aceptar a Jesús: que si la religión es causa de ver pecados en todas partes, que si coarta la libertad (que más bien llamaríamos libertinaje), que si Jesús era de otros tiempos y ahora nos ha llegado la modernidad. ¿Cuál es tu excusa para no aceptar a Jesús?

Ciertamente Jesús jamás decepciona a quien lo sigue sinceramente. Claro que exige conversión y cambio, claro que va en contra de muchos de los “valores” que proclama el mundo neoliberal, claro que defiende a la persona por encima de todos los bienes terrenos… 

Este pasaje termina con una afirmación que a muchos les causa problema. Dice primeramente Jesús que todos los pecados se perdonarán, que se perdonarán todas las blasfemias… siempre y cuando haya arrepentimiento. ¿Cuál es el pecado que no se puede perdonar? La blasfemia contra el Espíritu Santo. ¿En qué consiste? En negar el poder de Dios para perdonar, en no aceptar el regalo de su gracia, en resistirnos a su amor.

Así como lo hacen los escribas en este pasaje que para no recibir a Jesús lo acusan de endemoniado. A nosotros nos puede pasar también: no aceptar el gran amor que Dios nos tiene, no recibirlo en nuestro corazón, no dejarnos amar, no aceptar el regalo de la vida plena que nos ofrece.

Hoy abramos nuestro corazón y sintámonos amados por Dios. Convirtámonos en templos de su Espíritu Santo.

Sábado de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 20-21

Realmente Jesús no predicaba ni actuaba de acuerdo con los criterios humanos. ¿Cómo puede alguien proclamar dichosos a los pobres, los enfermos, los que sufren, los que tienen hambre y sed, cuando todos -antes y ahora-, deseamos la seguridad, el confort, la salud, el bienestar, todos estos bienes humanamente razonables?

Este breve texto no nos dice nada del modo de proceder de María la Madre de Jesús; sin duda continuaba silenciosa, meditando todo lo que veía y oía en su corazón, pero sí nos transmite el evangelista la reacción de otros parientes que fueron donde Él para llevárselo porque pensaban que estaba mal de la cabeza y con su modo de actuar como predicador ambulante, los dejaba en mal lugar, enfrentándose al modo de entender y practicar la religión… Ayer como hoy, no nos gusta salirnos de nuestros esquemas, de nuestra rutina, de nuestro modo de ver las cosas, de nuestra cotidianeidad. 

¿Cómo podía un simple artesano de Nazaret  hacer milagros en nombre de Dios, relacionándose con la gente baja del mundo, tocando a los impuros leprosos, manchando su reputación al tratar con mujeres de mala vida…? Realmente a Jesús no lo entendieron sus familiares ni la gente “bien”.  Y nosotros, dos mil años después, ¿lo entendemos?, ¿acogemos su palabra y su modo de proceder tratando de vivir como vivió Él con la confianza puesta en la providencia del buen Dios que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo?; ¿vivimos esta confianza y este abandono, o somos esclavos del raciocinio que todo lo quiere tener controlado, programado, ajustado, sin dar cabida a las sorpresas que la amorosa libertad de Dios quiera presentarnos?  Si María hubiera actuado con “cordura”, con “prudencia”, nunca habría dicho sí al plan que Dios le presentó, pero no, se jugó la vida al ponerla en manos del que es poderoso y no quedó defraudada.

Nuestro tiempo

Los muchos que acudían para ver, oír y ser sanados por Jesús, “no los dejaban ni comer…”. Y nosotros, ¿qué hacemos con nuestro tiempo?, ¿lo dedicamos a ayudar, acompañar, consolar al triste, a hablar con Dios o de Dios al que vive en la soledad y en la incertidumbre de los tiempos actuales o pensamos sólo en nosotros mismos?

¿Te atreves a ser un loco por Cristo y por su Reino?

Viernes de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 13-19

Este pasaje del Evangelio nos nuestra el momento en que Jesús eligió a los doce, a quienes lo acompañaran. El evangelio nos dice que Jesús llamó a los que Él quiso.

Dios llama a quien quiere, y no hay obstáculo de ninguna índole que impida que Jesús nos llame. No importa nuestra profesión, no importa nuestra vida pasada. En algún momento de nuestras vidas, Jesús, puede llamarnos. El Señor no se guía con criterios humanos para elegir a sus apóstoles. Por eso cuando el Señor llama a cada una a ejercer algún tipo de apostolado, nunca podemos pensar, yo no puedo, yo no estoy capacitado…

Estos son los nombres de las columnas de la Iglesia. Ellos aprendieron del Maestreo y una vez que descendió el Espíritu Santo, se dedicaron a predicar y a expulsar a los demonios (forma genérica en que Marcos presenta la misión de Cristo) es decir a continuar la labor que el Maestro había iniciado.

No fue, no ha sido y no será tarea fácil hacer una realidad el Reino de los cielos pues hay todavía muchos a quienes es necesario predicar, y hay todavía muchos demonios que hay que expulsar: es mucho el trabajo por hacer.

Por ello la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres, que estén dispuestos a dejarlo todo para consagrar su vida a estar con el Maestro para luego continuar su misión entre los hombres.

Si aun no has decidido el futuro de tu vida, ¿has pensado que tú pudieras ser uno de estos llamados? Al menos tenlo como una posibilidad.

Jueves de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 7-12

Una vez que Jesús se decidió a proclamar su evangelio, su buena noticia, el pueblo fue cayendo en la cuenta de que era una persona especial. Sus palabras sonaban de manera distinta: “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Llevado de su amor y de sus entrañas de misericordia desplegaba su poder de curación, sanando a todos los enfermos y agobiados que se acercaban a él. No es extraño entonces que, como dice el evangelio de hoy, “cuando se retiró a la orilla del lago, lo siguió una muchedumbre de Galilea”.

Tenemos que reconocer que el panorama en 2023 ha cambiado. Vemos que no acuden “muchedumbres” a nuestras predicaciones de Jesús y su evangelio. Es clara la descristianización que estamos viviendo… muchos no quieren saber nada de Jesús y de todo lo que nos ha traído.

Ante esta situación, los cristianos de hoy no podemos batirnos en retirada. No podemos dejar de hablar de Jesús y su evangelio. No podemos privar a nuestros hermanos del tesoro que el mismo Hijo de Dios nos ofrece para vivir, ya en esta tierra, una vida con sentido, con esperanza, con ilusión, antes de poder disfrutar de la felicidad total después de nuestra muerte.

Miércoles de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 1-6

¿Qué está permitido en sábado? ¿Hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

Todo lo complejo que tiene la lectura primera, se convierte en este texto en claridad. La pregunta de Jesús no puede tener otra respuesta que: hacer el bien, salvar la vida humana.

Responde a una reiterada cuestión: ¿lo importante es la fidelidad estricta a una ley, o el hacer de la vida de cada uno instrumento de salvación, de ayuda al otro? El sábado es para la persona, no la persona es para el sábado, dice Jesús en otra ocasión. Y el sábado era una institución magnífica, que supuso un adelanto humanitario respecto a lo que hacían otros pueblos. El derecho al descanso; el deber de dedicar un día a la semana de modo especial a contar con Dios. Pero, por encima de todo, lo realmente humanitario es el compromiso de Dios con el ser humano, con su salvación, con su vida, que queda transferida a cada ser humano. Es la razón de ser del mismo Jesús. Y de la de cada uno de nosotros. No se puede someter a ninguna otra ley.

Martes de la II Semana Ordinaria

Mc 2, 23-28

Para las autoridades religiosas del judaísmo, el “sábado” era, ante todo, un precepto legal, una obligación que marcaba el descanso de la semana. Sin embargo, para la tradición veterotestamentaria, es fundamentalmente “el día del Señor”, la memoria viva del Dios que salva interviniendo en la historia de su pueblo. Con Jesús, esta Salvación se hace presente. Con sus palabras y sus actos anuncia que ese Día ya ha llegado. Dios se hace hombre y, por tanto, no solo interviene en la historia humana, sino que es Historia Viva y Presente.

Este Evangelio o “Buena Noticia” es el santo y seña de la predicación de Jesús frente a las autoridades religiosas que siguen esperando pasivamente un Mesías a la medida de sus costumbres y rituales, a la medida de su religión. La frase de que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” es paradigmática. Jesús viene a liberarnos de las esclavitudes que dificultan una fe viva en la que todo hombre pueda encontrarse con Dios.

Pero este Evangelio es, sobre todo, para nosotros, cristianos de hoy, para nuestras comunidades, para la Iglesia: ¿vivimos la alegría a que nos invita Jesús?, ¿son nuestras misas de los domingos más preceptos que encuentros vivos con el Señor? Recuerdo que un periodista le preguntó a un cardenal español si nuestras misas resultaban aburridas para los fieles y tuvo que reconocer honradamente que sí.

Y es que parece que todavía nuestro “sabbat” dominical nos “obliga” más que nos convoca, que nuestra actitud mientras participamos no es precisamente de atención y menos de alegría, sino de esa tibieza de la que nos habla San Juan en el Apocalipsis. Y no nos engañemos: esto no solo depende de los ministros ordenados… No podemos seguir dormidos cuando el Señor ya ha llegado y nos convoca.

La Iglesia no irá adelante, el Evangelio no saldrá adelante con evangelizadores aburridos, amargados. No. Solo podrá avanzar con evangelizadores alegres, llenos de vida. La alegría al recibir la Palabra de Dios, la alegría de ser cristianos, la alegría de ir adelante, la capacidad de celebrar sin avergonzarse.

Lunes de la II Semana Ordinaria

Mc 2, 18-22

El evangelio viene hoy a reforzar esta presentación de Jesús como la novedad por excelencia.

A partir de una pregunta relacionada con la práctica religiosa del pueblo, Jesús se desmarca totalmente del modo en el que los diferentes grupos religiosos de su tiempo consideraban que era preciso rendir culto a Dios.

El ayuno, una práctica que Jesús recomienda en algunos lugares del evangelio, sirve en esta ocasión para mostrar que la propuesta de Jesús supone una ruptura total con algunos modos de vivir la experiencia de fe y de encuentro con Dios.

Es impensable que los amigos del novio ayunen cuando están con él. De manera similar, Jesús personifica la irrupción de la novedad permanente del Dios Amor, del Dios libre al que no se puede encerrar en un código de normas de conducta.

Seguir a Jesús no consistirá nunca en el cumplimiento de una batería de obligaciones.

Tantos ríos de tinta como se han utilizado para tratar de “explicar” el significado de lo viejo y lo nuevo (el paño, el vino, los odres) y tal vez no sea sino otro modo de decir que no podemos hacer componendas, arreglos… para tratar de hacer compatible a Jesús con nuestras convicciones, costumbres, certezas, estilos…

Él es el Único, el criterio definitivo, la novedad absoluta. Difícilmente le encontraremos tratando de meterlo con calzador en nuestro “universo”. Se trata, más bien, de abrir la mente, el corazón, las entrañas, todo nuestro ser… cada mañana, para acoger con asombro y alegría su novedad, su gracia que nos acoge tal como somos y estamos, y nos alienta para recomenzar, dar pequeños pasos, avanzar.