Viernes de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,45-48

Bien sabemos que la existencia terrena de Jesús no fue un camino de rosas.

Lo que predicaba de Dios, un Dios Padre exuberante de bondad y amor para todos sus hijos, lo que predicaba del universal amor a los demás, teniendo que hacernos prójimos de todos ellos, de “buenos y malos”, hasta de nuestros enemigos, lo que predicaba sobre los peligros de los bienes de este mundo, de los peligros de no vivir en la verdad y hacer lo contrario de lo que uno dice con sus palabras… lo que predicaba asegurando que no hay ley por encima de ayudar a cualquier persona humana, ni la ley del sábado… lo que predicaba arrogándose, ni más ni menos, ser el Hijo de Dios, el Mesías esperado… todo ello provocó que “los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaron quitarlo de en medio”. Pero Jesús no se calló, siguió proclamando su verdad, su buena noticia para todos nosotros. Una muestra de ello es lo que le vemos hacer hoy, expulsando a los vendedores del templo, por una razón bien sencilla: “Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos”.

Jueves de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19, 41-44

En el evangelio de hoy Lucas nos presenta a Jesús subiendo a Jerusalén, dónde el Mesías lamentará que sus ciudadanos no reconozcan quién es Él. Resulta sorprendente como el evangelista muestra y expone los sentimientos que provoca en Jesús la contemplación de la ciudad y del templo. Solo en otra ocasión aparece Jesús llorando en el NT y es ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). La diferencia está en que ahora el llanto es público y no por la pérdida de una relación personal.

La razón de la pena del Maestro no es su propio destino, sino el de la ciudad y sus habitantes que se han negado a reconocer lo que conduce a la paz. El mensaje que Jesús ha predicado acerca de la venida del Reino, con sus palabras, sus signos y su propia persona, no ha convertido a los vecinos de Jerusalén que permanecen anclados en las tradiciones pasadas, esperando un Mesías que son incapaces de reconocer cuando está en medio de ellos, ¿sabemos nosotros descubrir a Jesús presente en nuestras vidas? Reconocer lo que nos lleva a la paz no es la lucidez intelectual o espiritual, lo que realmente nos conduce a la paz que trae Jesús es encontrarnos con Él.

A continuación, Jesús va a predecir la destrucción de esa ciudad que le da la espalda, la ciudad santa, en tres momentos: comienza por Jerusalén en la que sus enemigos construirán barricadas; para seguir con la muerte de sus habitantes, hombres, mujeres y niños; y finalmente, la visión de una ciudad sin vida, donde todo está destruido, arrasado, donde no queda piedra sobre piedra.

El oráculo da el motivo de la destrucción y del sufrimiento: porque no reconocisteis el tiempo de su visita. Este tiempo no es el tiempo cronológico de Jesús sino el de la presencia de Cristo Resucitado en medio de su comunidad, en medio de nuestro tiempo y nuestra historia. ¿Somos capaces de reconocer su visita?

Miércoles de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,11-28

En ocasiones la vida nos muestra la exigencia de crecer y desarrollarnos. Exigencia ante la cual mostramos nuestros miedos interiores. Creemos que ante las exigencias de los demás no podemos responder; que dichas exigencias están por encima de nuestras posibilidades.

Miedo a creer y miedo a querer es lo que aparece en ocasiones en nuestro interior cuando se nos presenta la exigencia de la autenticidad del amor y de la fe. Olga Cepeda que canta en el grupo canario Mestisay, tiene una canción titulada: Miedo a querer. Recojo parte de su canción para explicar el evangelio de hoy. A veces, las canciones son símbolos de nuestros miedos: “algo pasó ella sabe que fue miedo a vivir miedo a querer… caminando va María como hoja de papel y la va llevando el viento calle abajo y en silencio con el corazón vestido de mujer…”

Tenemos que preguntarnos si somos capaces de vestirnos de la fe, del compromiso de amar, de buscar la esperanza por medio de lo que Dios nos ofrece. Dios nos ofrece talentos, la oportunidad, como en el evangelio, de procurar que nuestras capacidades salgan a la luz, sin embargo, los miedos nos introducen en una dinámica donde todo se encierra en la oscuridad, en la impotencia, enterramos nuestros dones y no los dejamos salir a la vida. Callamos, en silencio vivimos y deambulamos por las calles por el desierto de la inmediatez. Cabizbajos, resumimos la vida en una negativa para dar respuesta a los dones que Dios ha puesto en nosotros.

La imagen de un rey que viene a pedirnos cuenta de nuestros talentos, no permite la justificación del miedo, aunque la vida nos exija recoger lo que no se ha sembrado, y nos reclame lo que no hemos prestado. Esa imagen de un Dios que busca la fuerza en nuestro interior para proclamar que nuestras capacidades interiores son un grito por la vida, no puede quedar enterrada, olvidada, apagada… El evangelio de hoy es una llamada a tener coraje por vivir y por creer.

La vida nos exige luz, iluminar; la fe nos exige el contemplar la verdad de Dios, y la verdad del hombre. Los miedos sólo son una mentira del interior.

Pidamos a Dios, que nos permita mirar más allá de nuestros miedos paralizantes de la vida, de la alegría, y negadores de nuestra esperanza. Que la presencia de Dios nos ayude a romper las barreras de los temores que nos vuelven ineptos para caminar.

Martes de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19, 1-10

El texto evangélico nos presenta a alguien que sintió la llamada de Jesús y le abrió sus puertas y le sentó a su mesa. Y no era el modelo reconocido de judío. Por el contrario, quien estaba al servicio del poder opresor, de los romanos: pecador público.

Para ese encuentro con Jesús, es imprescindible sentirse atraído por él. Al menos hacerse preguntas sobre él. Que no pase por nuestros caminos, por nuestra historia desapercibido. Y, aunque el discurrir de las circunstancias, otras preocupaciones puedan ocultarlo, como la gente a Zaqueo, porque somos cortos de estatura o de vista, buscar la atalaya desde donde podemos encontrarnos con su mirada. Un lugar distinto de aquel en el que el discurrir de personas y asuntos de cada día no nos permiten divisarle. Dicho al modo del texto evangélico, colocarnos donde Jesús ha de pasar. Verlo, por ejemplo, en el sencillo, el necesitado, en el orante sincero, en la celebración eucarística, en la escucha su palabra… No solo verlo, dejarse ver por él. El también mira, porque busca, quiere compartir mesa, que dice el texto del Apocalipsis de la primera lectura.

La presencia de Jesús es salvadora. No es un premio a quien la “merece”, responde a la búsqueda de quien no la “merece”, del pecador. De quien necesita salvación. Del pecador que intenta, como Zaqueo, superar su pecado, atendiendo, por ejemplo, al pobre.

Como resumen de las lecturas de la eucaristía de hoy, podíamos preguntarnos: ¿Nos gusta sentar a nuestra mesa a Dios, a Jesús; aunque nos reprenda, porque sabemos que la salvación está en él?

Lunes de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 18, 35-43

Cada vez que Jesús llegaba a una población se armaba un gran revuelo. Mucha gente tenía un deseo de conocerle por lo que habían oído de Él y otros lo hacían por mera curiosidad. Al acercarse a Jericó se encuentra un ciego que pedía limosna. Se sorprende al escuchar tanto ruido y se interesa por lo que pasa. Alguien le dice: «Jesús, el de Nazaret, está pasando por ahí», y el ciego comienza a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí». Con esto consiguió que algunos se molestaran con sus gritos e intentaron que se callara. Pero insistía más. Jesús se detiene y ordena que le traigan al ciego. Le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? «Señor, que vea», respondió. La reacción de Jesús es inmediata: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». El ciego logra por su fe lo que Cristo ofrece por su caridad.


Cuánto nos enseña el Señor en un solo hecho. En este pasaje se muestra una persona que busca la solución a su problema físico. Solución que pasa por la fe. Este hombre probablemente nunca había visto al Señor; habría oído mucho sobre Él. Esto le bastó para creer que Jesús era hijo de David y también para saber que Jesucristo tenía un corazón tan grande que siempre se compadecía de aquellos que sufrían. Cristo nunca coarta la libertad, sino que respeta profundamente a cada ser humano. «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego responde sencillamente con lo que tenía dentro del corazón: «Señor haz que vea», y Jesús se compadece de inmediato. Lo hermoso del pasaje y lo que nos puede ayudar a reflexionar más es la actitud del ciego una vez que deja de serlo, y es que «sigue a Jesús glorificando a Dios». Qué maravilla de actitud, no sólo buscar a Jesús por conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un encuentro personal con Él.

Sábado de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 18, 1-8

Jesús insiste en la oración constante, sin desanimarse, confiando en la misericordia del Padre que conoce las flaquezas y carencias de sus hijos. Así lo manifiesta en la parábola del juez inicuo, que nos narra el evangelio de hoy. ¿No es lo peor que puede pasar, que quien ha de hacer justicia no respete el orden establecido ni mantenga ninguna moralidad? La pobre viuda, ejemplo del desvalido y marginado social, no renuncia a que se le haga justicia. E insiste ante el malvado juez para que contemple su causa. Éste, harto de escucharla y molesto por su imperturbable constancia, decide al fin atenderla, no vaya a “pegarme en la cara”. ¡Qué contumacia no presentaría la mujer para atemorizar así a semejante desalmado! Pues esa es la constancia que Jesús nos pide en la oración al Padre. Pedir con confianza, pedir con insistencia, pedir con humildad…

Ya sabemos que el Padre conoce nuestras necesidades. Si los cuervos del cielo y las hierbas del campo crecen al amparo de Dios, ¡cuánto más cuidará Dios de vosotros hombres de poca fe! Y recordamos también la promesa de Jesús, “el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Tenemos la promesa y el mandato de Jesús, tenemos la fuerza de la comunidad que nos arropa en la oración colectiva al Padre, y tenemos la certeza cada uno de ser escuchados por el Padre.

Hemos de pedir por los demás, por sus necesidades, para que con nuestro empuje, este mundo sea más fraterno y humano. También pedimos por nosotros, por nuestras necesidades, sabiendo que en todo momento la voluntad del Padre habrá de cumplirse. Lo importante está en comprender que con nuestra oración ante Dios, con nuestra súplica y al presentar nuestros deseos y necesidades, lo que expresamos es nuestra profunda fe en Él. Esa fe que el evangelio nos reclama, “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Esa fe que ha de mover toda nuestra energía en conseguir un mundo más fraternal y solidario, un mundo mejor, donde sea posible la realización de todas las personas y el respeto de todas las individualidades para el bien común. Donde el evangelio de Jesús se haga realidad en cada ser humano, imagen de Dios y hermano nuestro. Esa fe que cuenta con la fortaleza de Dios que se hace presente y actúa por encima de nuestras iniciativas.

Que no desfallezcamos en hacer presente el evangelio de Jesús, que salva a los abandonados y humillados de este mundo, y seamos fuente de esperanza para todos.

Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 26-37

Nos hallamos ante un pasaje un tanto oscuro, donde Jesús habla a sus discípulos del “día de la manifestación del Hijo del Hombre”. Pero ayudados de otros pasajes evangélicos, que también tocan este tema, podemos quedarnos con algunas verdades claras.

En tal día se producirá un juicio sobre la humanidad entera, hombres y mujeres. Sabemos lo que va a pasar ese día. Esclarecedora la frase en la que de Jesús vuelve a insistir en este pasaje: “El que pretenda ganarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará”. Por eso, los seguidores de Jesús no hemos de tener miedo a este día, porque hemos intentado en nuestro trayecto terreno hacer caso a Jesús y entregar nuestra vida amando a los demás y no reservándola para nosotros. Ya en esta tierra hemos experimentado el gozo de la entrega, el gozo del amor a los demás. En el día del juicio ese gozo se va a hacer más grande, va a inundar toda nuestra existencia y oiremos a Jesús decirnos: “Venid benditos de mi Padre a tomar posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”, porque entregasteis vuestra vida en la tierra, disteis de comer al hambriento, de beber al sediento.

Jueves de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 20-25

El relato del evangelio está situado en la segunda parte de la obra, en el que Lucas nos narra el recorrido de Jesús en el camino de Galilea hacia Jerusalén (9,51).

Los fariseos, piadosos y cumplidores de la Ley, se acercan a Jesús a preguntarle por el horizonte de la esperanza judía: ¿Cuándo será la restauración del Reino de Dios por intervención del Mesías?  El Reino de Dios formaba parte de la esperanza mesiánica.  Dios va a reinar y trae con Él un reino diferente al de los hombres, es un Reino de justicia, de paz y de fraternidad (Is 52,7-12). Los fariseos que conocen bien la Escritura no solo le preguntan por el momento en que llegará el Reino sino por los signos que le precederán y anunciarán su venida.

Jesús afirma que el Reino no va a llegar y menos con signos espectaculares y terribles, porque el Reino “ya está en medio de nosotros”. El Reino no va a irrumpir con señales aparatosas y catastrofistas, celestes o terrestres, como creía el judaísmo de la época, sino que manifiesta su presencia con otras señales, como ya ha dicho a los enviados de Juan Bautista: los ciegos ven, los cojos oyen, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan se anuncia a los pobres la buena noticia… (Lc 7,22). El Reino trasciende todo lugar y todo momento porque no es algo externo, sino que es una experiencia interior: “esta entre vosotros”.

Con su paso por la tierra, Jesús ha inaugurado el Reino. Descubrirlo y hacerlo visible depende de nosotros, sus seguidores. Para ello hemos de hacer patentes sus señales. Estamos llamados a realizar los signos del Reino para que realmente otros perciban que ya está “en medio de nosotros”. En este tiempo de pandemia, en que nuestra vulnerabilidad humana se ha puesto “a flor de piel,” se nos invita especialmente a hacer esos signos acompañando y dando consuelo y esperanza a aquellos que están sufriendo, y compartiendo solidariamente con los que se han quedado en la cuneta de la sociedad en estos momentos. Como nos ha dicho el papa en “Un plan para resucitar”: Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. ¿Qué voy a aportar para impulsar dinámicas que sean signos del Reino ya presente en medio de nosotros?

Dedicación de la Basílica de Letrán

Celebramos la dedicación de la primera Basílica, significa “Casa del Rey”; todas las lecturas nos hablan del Templo, el Santuario de Dios que somos nosotros. Impresiona comprobar la continuidad de conceptos, elementos y realidades que envuelven nuestra vida de relación con Dios, de Camino hacia Sus promesas. Casa/Iglesia, agua/gracia, oriente/Sol de la Vida, “el agua fluía del lado derecho=Llaga del Costado de Cristo, Gracia, Misericordia; el recorrido del agua hasta el Mar muerto, hediondo y que queda saneada (la Sangre y Agua limpian los pecados, devuelven la Vida)”; por donde pasa la corriente habrá Vida, “peces abundantes” =convertidos; “la Vida prospera donde llega el Torrente”, la Gracia se ensancha en torrente caudaloso y fresco y ha de difundirse comunicando la Buena Nueva, supone la Evangelización al mundo entero. La Vida es para todos y la Iglesia habrá cumplido su misión cuando todos sean uno en el Amor,  “el Cielo y tierra nuevos”. Es la imagen de la cierva que, herida, corre vertiginosamente hacia las fuentes de agua para saciar su sed. Es N.P. Sto. Domingo, el predicador de la Gracia que nos da a beber el Agua de la Sabiduría. Es el ansia, el fuego que nos arde por dentro por conocer y zambullirse en Cristo el Señor: “no daré sueño a mis ojos ni descanso a mis párpados hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Dios de Jacob”.

Y esta Morada somos nosotros, porque Dios se ha dignado hacernos a “su imagen y semejanza”, queriendo que seamos cimientos de su Reino viviendo con sinceridad y verdad. La obra de cada cual quedará al descubierto en el Encuentro entre Dios y la verdad de cada uno.

“Sois SANTUARIO DE DIOS, el Espíritu de Dios habita en vosotros”. Impresiona la dignidad de cada hombre y la necesidad e importancia de no ´vender` el cuerpo a tanto desorden: vicios, abusos, eutanasia, aborto, manipulación… Si alguno destruye el Santuario de Dios (cuerpo) que es sagrado, Dios le destruirá a él, “ese TEMPLO SOIS VOSOTROS”.

 (Dios ha dado al hombre todas las capacidades para desarrollar su ser en plenitud; pero es imprescindible respetar la Superioridad del Creador y su plan, es un “fruto prohibido” que hace barrera ante la libertad del hombre: “el celo de tu templo me devora”. La Verdad es una, el Amor tiene un solo Camino, el Bien es concreto y la raíz del Creador es el único Motor para la VIDA del hombre. Si este emplea mal su libertad… aun así Dios abre un Camino de retorno: Cristo, el Hijo que paga todas las deudas… pero sigue la libertad.)

No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre

La Pascua… Jesús sube a Jerusalén al templo, a la realidad del pueblo judío, se inserta porque su Revelación es continuidad, completamiento para la Plenitud del Reino. Pero se encuentra el panorama de la deformación de lo que tenía que ser: un mercado, un cumplimiento externo sin alma.

Sólo dos veces se le ve a Jesús airado: en este pasaje y con los fariseos y sale su ira santa, su indignación, porque aprobarlo, seguir la corriente, sería claudicar de la verdad, porque sabía bien que el horizonte de estos judíos y sus dirigentes se había deformado y acomodado al mundo que aparta de Dios: » el celo por tu Casa me devora”. ¡Esto no puede ser! Destruye las raíces, la esencia, la realidad del judaísmo y cristianismo, que es un culto bueno (aunque incompleto).

¿Señales?   Todavía interpelan a Jesús, el Señor de los señores : » destruid este templo y en tres días lo levantaré » , es Su RESPUESTA  , la respuesta de las respuestas, la definitiva, la que ilumina y da sentido a todo, la que vale la pena escuchar, por la que conviene orientar todo el vivir,  el poseer y el dejar , porque la RESURRECCIÓN es la perla  preciosa, el Tesoro escondido que se nos revela en el Señor Jesús que asume conscientemente todo lo que nos puede separar de su Cruz y de su Triunfo; asume y por eso rechaza esa comercialización de nuestra vida y de su culto para que espabilemos el oído y el corazón ante su SIGNO,  que es garantía real de nuestra salvación. Así los discípulos, cuando resucitó,  » se acordaron de lo que había dicho… «. En nuestra historia también hay ese momento de acordarnos y darnos cuenta de que Jesús nos lo había regalado.      

 ¿Soy capaz de reconocer el SIGNO de la Salvación eterna que se esconde tras el desastre que vivimos detrás de nuestros tenderetes?

Martes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 7-10

Mateo reúne en este capítulo una serie de recomendaciones de Jesús a sus discípulos en el marco de la vida comunitaria. El evangelio de hoy recoge una última recomendación: que seamos conscientes de que todo es gracia, todo es don de Dios.

Nos pone delante una escena conocida por sus oyentes: después de una jornada de trabajo en el campo, los criados de una finca, antes de sentarse a la mesa, deben servir la cena a su señor y sólo después podrán cenar ellos. De manera semejante, nosotros, como servidores de Dios, dependemos de su voluntad.

Sin embargo, no somos esclavos o criados de Dios, como si estuviéramos privados de libertad o viviéramos a las órdenes de alguien que limita nuestra legítima autonomía. Dios nos ha hecho libres, respeta nuestra autonomía y cuenta con nosotros para que libremente colaboremos con él en la historia del mundo. Y nos quiere activos en esa necesaria tarea.

Pero la autonomía humana no es independencia con relación al proyecto de Dios. Nuestro trabajo y nuestro esfuerzo están al servicio de la construcción de su reino. La voluntad del Señor ha de presidir siempre nuestras iniciativas, y su designio salvífico es la perspectiva que debe orientar todas nuestras empresas. Él nos hizo porque nos amó y él ha decidido para nosotros un destino de felicidad. Todo cuanto hacemos está dentro de este misterio de amor gratuito y pide de nosotros no una reivindicación de derechos, sino una colaboración generosa y un reconocimiento agradecido.

Mi conducta ¿es un estímulo para mis hermanos? Mi trabajo ¿lo realizo con generosidad y sin reclamar ninguna recompensa?