Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Jon 3, 1-10

Con este pasaje, la escritura nos muestra, a través de la actitud del Rey de
Nínive lo que significa e implica el convertirse de corazón. Al leer el pasaje vemos como lo primero que hace el rey, es «levantarse de su trono y sentarse sobre cenizas». Con este signo, reconoce que él no es Dios y que su vida (y en este caso, incluso su reino) debe ser dirigida por el único Rey: Dios mismo.

Esta actitud del rey debe servirnos de ejemplo y dejar que Dios se siente en el trono de nuestro corazón. Esto implica reconocer que su palabra es la única que debe regir nuestra vida, lo cual no podrá ser realidad si no tenemos contacto con la Sagrada Escritura.

Esto nos lleva a que un principio de conversión es tomar primero la decisión de seguir la palabra de Dios, y tenerla como el valor central de nuestra vida, y en seguida, tomar la decisión de leer y meditar todos los días está Palabra, con el animo de obedecerla y hacerla vida. ¿Qué te parecería intentarlo?

Lc 11,29-32

Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su Resurrección.

Cristo es consciente de que es necesario que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón perverso.

¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón, con todas las señales que constantemente nos va marcando.

No es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que Dios le quiere decir.

Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida.

¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma. Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre en su vida mil defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor.

Martes de la I Semana de Cuaresma

Is 55, 10-11

El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es el recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.  La acción de Dios en la Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos ya a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Mt. 6, 7-15

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.

Quisiera hoy centrar nuestra reflexión sobre el perdón. Ante todo debemos entender que el perdón no es un sentimiento, sino ante todo: un acto de la voluntad. Cuando una persona nos ofende se crea en nosotros un “sentimiento” (generalmente de resentimiento pudiendo incluso llegar al odio) del cual, de manera ordinaria, no podemos tener control pues responde a una acción que toca un área “espiritual” (lo mismo podemos decir para el amor, la envidia, etc.). Este sentimiento se incrementará con la repetición de acciones semejantes a las que lo crearon y/o reaccionando de acuerdo al “impulso” natural de este sentimiento (en este caso sería la agresión); disminuirá, pudiendo llegar a desaparecer, con una respuesta contraria a la que el sentimiento genera. Perdonar es la decisión que el hombre toma de no reaccionar de acuerdo al sentimiento, sino por el contrario, buscar la acción que pueda ayudar a que esta desaparezca como puede ser una sonrisa, el servicio, la cortesía, etc.

Por ello el perdón exige renuncia… renuncia a nosotros mismos, a nuestro afán de venganza, a actuar conforme a nuestra pasión. En pocas palabras, perdonar es devolver bien a cambio de mal. Solo si nosotros perdonamos, no solo tendremos también el perdón de Dios, sino que experimentaremos la verdadera alegría de amar. No es fácil… pero todo es posible con la gracia de Dios.

Lunes de la I Semana de Cuaresma

Lev 19, 1-2. 11-18

Podríamos decir que toda la ley y todos los preceptos que Dios ha dado a su pueblo tienen como único fin conducir a su pueblo a la santidad, de manera que la observancia de estos, manifiestan el estado de santidad que Dios quiere de cada uno de nosotros.

En esta primera semana de Cuaresma, la liturgia nos invita a preparar y a trabajar sobre un proyecto de vida que nos vaya conduciendo a la santidad o que logre que ésta continúe desarrollándose en nosotros. Es por ello que en esta lectura se nos propone lo que está o debe estar a la base de toda vida santa, y que es el cumplimiento de la Ley de Dios. No podemos aspirar a cosas mayores cuando lo mínimo, lo básico, no estamos siendo capaces de cumplir.

Es pues necesario que antes de realizar cualquier proyecto veamos en dónde estamos primeramente con respecto a los mandamientos. ¿Los estamos cumpliendo? Y este cumplimiento, ¿es hecho por amor? Pensemos, pues, cuáles serían las primeras acciones concretas que tendríamos que hacer para que el o los mandamientos que no estamos observando puedan ser vividos en la alegría de Dios. Recuerda que la Cuaresma es un tiempo de trabajo espiritual que nos ha de llevar a vivir de una manera más plena la vida evangélica.

Mt 25, 31-46

«Al atardecer de la vida seremos juzgados de amor y por el Amor» esa frase de San Juan de la Cruz resume en esencia el evangelio de hoy.

La primera semana de Cuaresma comienza con el recuerdo de la segunda venida de Jesús al final de los tiempos para juzgar al mundo. En su primera venida el día de Navidad, Jesús vino a salvar al hombre y a dejar los medios para conseguir la salvación. En su segunda venida al final de los tiempos, vendrá como juez y a cada uno de los hombres le pedirá cuenta del uso, que haya hecho de esos medios de salvación.

El Hijo del Hombre, volverá como rey supremo a juzgar a todas las naciones, o sea a toda la humanidad. Para los judíos esa humanidad, era objeto de condenación por no pertenecer al pueblo de Dios. Jesús nos dice en este evangelio, que esa humanidad que no tiene fe en Él, simplemente porque no lo conoce, también se salva, el Señor los juzgará por su buena voluntad, concretada en las obras de amor y misericordia que han hecho en favor de los necesitados.

Son muchas las personas y los pueblos que no conocen a Jesús. Por eso cada uno de nosotros, que tenemos fe en Jesús, que lo conocemos, que podemos recibirlo en la eucaristía, tendríamos que preguntarnos, cómo estamos en el amor, deberíamos ver si no estamos un poco escasos de misericordia. Y cuando reconozcamos en nosotros ese escaso amor, seamos menos severos al juzgar.

El Señor nos dejó como ley fundamental que nos amemos unos a otros, y nos dijo, que en eso se reconocerían sus discípulos. El amor a Dios, lo tenemos que vivir y expresar en el amor al prójimo.

Por eso el Señor en este evangelio nos muestra que los que hagamos o no a un hermano nuestro, “se lo hacemos” o “no”, a Dios. Todo el secreto del cristianismo consiste en saber descubrir a Dios en los demás, pero sobre todo en los que sufren. El Señor en este evangelio se identifica con los que más necesitan amor, y nos dice a nosotros que lo amemos en esas personas que sufren, que están enfermos, que están desamparados, que tienen hambre…

Sábado después de ceniza

Is 58, 9-14;

Supongamos que no te sientes bien y vas a ver al médico; tras un examen, dictamina que padeces una diabetes avanzada.  Te receta un dieta muy estricta.  Tendrás que dejar de comer tus condimentados platillos favoritos y no podrás beber lo que tanto te gusta.  Supongo que obedecerás al pie de la letra lo que el doctor te ha ordenado, porque sería una verdadera tontería pasar por alto el diagnóstico del médico y fingir que no estás enfermo.  Ni el mejor médico del mundo podría ayudarte, a no ser que estuvieras dispuesto a admitir que estás enfermo y que necesitas la atención médica.

En el evangelio de hoy, los escribas y fariseos se nos presentan como personas insensatas.  Ellos se creían muy buenos a su propios ojos, pero no lo eran a los ojos de Dios.  Cuando Jesús les dijo que «los sanos no necesitan del médico», hablaba con sentido irónico, porque quería decir precisamente lo contrario, ya que los fariseos y los escribas no tenían absolutamente nada de sanos.  Estaban gravemente enfermos, atacados por el mal del egoísmo y el orgullo.  Era necesario someterlos a una rigurosa dieta espiritual, como la que receta la primera lectura de hoy.  Era necesario que se abstuvieran de imponer sus propios gustos y criterios y de buscar su propio interés.  Pero ni siquiera Jesús podía curarlos, porque de ninguna manera querían admitir que estaban enfermos.

Jesús es nuestro médico espiritual.  Tiene la habilidad y los medios para curarnos del pecado, a condición de que sigamos sus consejos y obedezcamos sus mandamientos.  Ante todo, debemos ser suficientemente humildes y sinceros para aceptar su diagnóstico.  En la Misa de hoy, antes de la comunión, admitimos que estamos espiritualmente enfermos y que necesitamos su ayuda.  Le decimos: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».  Esa humilde súplica es el primer paso en el camino de la completa recuperación de la enfermedad que nos produce el pecado.

Lc 5, 27-32

En el comentario del evangelio de san Lucas que hoy meditamos, descubrimos varios signos que nos hablan de conversión.

“Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos”. Sabemos, por otros pasajes de la Escritura (recordemos a Zaqueo), que los publicanos cobraban al pueblo los impuestos determinados por los invasores romanos, por lo que se los consideraba “colaboracionistas”. Además, se ocupaban de cobrar los impuestos al pasar las mercaderías de un pueblo a otro, los que los hacía impuros, con el agravante de que fijaban los cobros según les interesaba. Eran calificados de pecadores.

En los evangelios de Lucas y Marcos, al narrar el mismo episodio, el publicano, recibe el nombre de Leví; en el de Mateo, este escribe su propio nombre. Porque el publicano, al escuchar al Maestro, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. Ante la mirada de Jesús, mirada adorable, vivificadora, mirada amorosa y transformadora, Leví se convirtió en seguidor de Dios, en el apóstol Mateo.

La Caridad es una virtud teologal que Dios infunde en nuestra voluntad para que lo amemos sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por amor suyo. La caridad nos transforma la vida, dándonos la prontitud, el ánimo, la generosidad, las fuerzas para realizar la voluntad divina. El amor de caridad nos convierte en los apóstoles que nuestros ambientes y el mundo necesitan.

Otro signo de conversión es la escena en la casa del antiguo publicano. En efecto, Leví, lleno de alegría, ofreció un banquete en honor de Jesús, banquete del que participaban sus amigos, publicanos y pecadores como él. Y con esa participación en la fiesta, Jesús y sus discípulos, escandalizaron nuevamente a los fariseos. “¿Cómo es que coméis con publicanos y pecadores?”.

Qué maravillosa respuesta les da el Señor. ¡Viene a llamarnos a nosotros, a los pecadores para que nos convirtamos, viene a llamarnos a nosotros, los enfermos, para curarnos!  ¡Qué infinita es su misericordia!  Su Amor es incansable. Una y otra vez, nos mira y nos llama: “Sígueme”.

Contemplando esa mirada y escuchando su llamada… ¿cómo le responderemos hoy, en esta Cuaresma que recién se inicia?

Viernes después de ceniza

Is 58, 1-9

Las lecturas de hoy, viernes después de Ceniza, dos días después del comienzo de la Cuaresma nos hablan del ayuno como preparación para la Pascua, en la cual el cristiano debe resucitar a una vida más íntima con Cristo.

En la primera lectura, el profeta Isaías nos revela que el ayuno que agrada al Señor no es aquel que consiste en nada más que doblar la cabeza, sino el que rompe las cadenas injustas, desata las amarras del yugo, comparte el pan con el hambriento, viste al desnudo y ayuda al hermano.

La penitencia que enseña la Iglesia en este tiempo de Cuaresma significa un cambio profundo de corazón, bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. La penitencia es el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla…; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo…; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo.

Dios Nuestro Señor lo que busca en cada uno de nosotros es la conversión interna, que cuando se realiza, se manifiesta en obras, que cuando se lleva a cabo, tiene que brillar hacia fuera; pero no es solamente lo externo. De qué poco serviría haber manchado nuestras cabezas de ceniza, si nuestro corazón no está también volviéndose ante Dios Nuestro Señor. De qué poco nos serviría que no tomásemos carne en todos los viernes de Cuaresma, si nuestro corazón está cerrado a Dios Nuestro Señor.

Mt 9, 14-15

La dimensión interior, que el profeta reclama, Nuestro Señor la toma y la pone en una dimensión sumamente hermosa, cuando le preguntan: ¿Por qué ustedes no ayunan y sin embargo los discípulos de Juan y nosotros si ayunamos? Y Jesús responde usando una parábola: “¿Pueden los amigos del esposo ayunar mientras está el esposo con ellos?” Jesús lo que hace es ponerse a sí mismo como el esposo.

El ayuno que Él busca es el del corazón, la conversión que Él busca es la del corazón y siempre que nos enfrentemos a esta dimensión de la conversión del corazón nos estamos enfrentando a algo muchas veces no se ve tan fácilmente; a algo que muchas veces no se puede medir, pero a algo que no podemos prescindir en nuestra vida. ¿Quién puede palpar el amor de un esposo a su esposa?

¿Quién puede medir el amor de un esposo a su esposa? ¿Cómo se palpa, cómo se mide? ¿Solamente por las formas externas? No. Hay una dimensión interior en el amor esponsal del cual Jesucristo se pone a sí mismo como el modelo. Hay una dimensión que no se puede tocar, pero que es también imprescindible en nuestra conversión del corazón. Tenemos que ser capaces de encontrar esa dimensión interior, una dimensión que nos lleva profundamente a descubrir si nuestra voluntad está o no entregada, ofrecida, dada como la esposa al esposo, como el esposo a la esposa, a Dios, Nuestro Señor.

La conversión no es simplemente obras de penitencia. La conversión es el cambio del corazón, es hacer que mi corazón, que hasta el momento pensaba, amaba, optaba, se decidía por unos valores, unos principios, unos criterios, empiece a optar y decidirse como primer principio, como primer criterio, por el esposo del alma que es Jesucristo.

Jueves después de ceniza

Deut 30, 15-20

La Cuaresma nos llama a la conversión, conversión que no debe ser solamente una conversión exterior, sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigirse a Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?

En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué que quiere hacer de su vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste.

La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios, cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme delante de Él y decirle: “aquí estoy, cuenta conmigo”.

Lc 9, 22-25

Después de la confesión de Pedro: Tú eres el Cristo el Hijo de Dios vivo; Jesús les anuncia a sus discípulos la pasión. Este anuncio de la pasión les muestra que el Mesías esperado no es un Mesías triunfante. La gloria de Cristo pasará por la Cruz.

En el anuncio de la Pasión Cristo habla de sufrir, de ser rechazado y morir para después resucitar. El sufrimiento, el rechazo y la muerte, también van a ser la condición de todo el que quiera seguir a Jesús. Y Jesús nos invita a seguirlo, no nos obliga, nos invita. Jesús dice: si alguno quiere…

Y seguir a Cristo es seguirlo por el camino que recorrió que paso por la cruz para alcanzar luego la gloria de la resurrección. Cuando cada una de nosotros llevamos esa nuestra cruz de cada día con amor y por amor a Cristo, estamos profesando nuestra profunda fe en Jesús. Cuando Cristo nos invita a seguirlo tomando nuestra cruz, nos está indicando que la vida cristiana es una vida con cruz.

Lo normal en una vida cristiana es que se encuentren anticipo de la resurrección dentro de nuestra vida diaria cargando nuestra cruz. Algunas veces puede ser que encontremos nuestra cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en la muerte de un ser querido. En esos casos, debemos abandonarnos en las manos de Dios, con la certeza que si Él permite nuestro dolor es para hacernos más semejantes a Él.

Si el Señor permite nuestra cruz, nos va a dar las gracias necesarias para llevarla y daremos fruto abundante. Pero lo normal, es que encontremos la cruz de cada día en las pequeñas contrariedades en nuestra familia, en el trabajo, en nuestro grupo, con nuestros vecinos… Tenemos que recibir esas contrariedades con ánimo y ofrecerlas al Señor sin quejarnos. La queja es una forma de rechazo a la cruz.

MIÉRCOLES DE CENIZA

Las Lecturas de este importante día con que la Iglesia da inicio a la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, nos llaman a la conversión, al arrepentimiento y a la humildad… tres cosas que hay que tener en cuenta en este tiempo especial que llamamos Cuaresma, durante el cual debemos prepararnos para la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor y la celebración de su Resurrección triunfante el Domingo de Pascua. 

Al empezar la cuaresma, Jesús en el Evangelio de hoy nos ofrece tres herramientas, tres actividades que son necesarias para renovar y confirmar nuestro seguimiento de Jesús, y expresar la nueva vida que Dios ha hecho nacer en nosotros: la oración, el ayuno y la limosna. Constituye un buen programa para este tiempo. Cada uno de nosotros debiera salir de esta celebración de hoy concretando la práctica de este ejercicio cuaresmal: ¿Cómo y cuándo rezaremos a este Dios estos 40 días? ¿De qué cosas ayunaré este año? ¿Qué gesto de amor haré a favor de mis hermanos, en especial de los más necesitados?

La oración ha de ocupar un lugar preferente en el tiempo de Cuaresma. Una oración permanente y fiel al momento del día que hayamos decidido elegir. Una oración que refuerce nuestros vínculos con Jesús. Una oración que sea un diálogo amoroso con el Señor que consiste en hablarle, en explicarle nuestras cosas, las necesidades de los hermanos, en escucharlo en todo aquello que Él nos dice en el evangelio y en el fondo del corazón. Una oración en la que expresemos cómo lo amamos, y en la que sintamos su amor, su entrega, al contemplarlo clavado en la cruz y glorioso una vez resucitado. Y eso tanto en su persona, como en la de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

En un mundo como el nuestro, enloquecido por el consumo, la diversión, la evasión, y que nos endurece el corazón ante tanta creciente pobreza y tanto sufrimiento, necesitamos ayunar. No porque nos guste el ayuno por el ayuno, ni porque esperemos acumular muchos méritos ante Dios, sino porque el ayuno nos hace capaces de abrir los ojos y de esponjar el corazón, nos hace más libres para amar y seguir a Jesús. Ayunar de aquello que nos engorda de orgullo, de vicio, de pasiones, de ataduras con las cosas, de ser esclavos de nosotros mismos y nos priva de amar, de llenarnos de Dios y de los demás. Cada uno verá de qué cosas debe ayunar. Y sabemos que no siempre el ayuno deberá ser de comida y bebida. ¿Qué ayuno hará cada uno durante esta Cuaresma para ampliar su capacidad de amar?

La limosna, ha de ser también signo de nuestra sincera conversión cuaresmal, de la autenticidad de nuestra oración, de los frutos de nuestros ayunos. Dar y compartir nuestro dinero, las cosas, el tiempo, nuestras capacidades y cualidades, nuestra persona entera. Tener demasiado hace daño. Nos hace incapaces de andar ligero, nos esclaviza, nos distancia de los demás, nos aprieta el corazón. ¿Qué daré a los demás en esta Cuaresma? ¿Más tiempo a mi familia, mayor delicadeza a mi trato con los demás? ¿Vaciar algo mi bolsillo para llenar el de aquellos que lo tienen vacío? ¿Qué haré para ser más solidario con el mundo pobre y marginado? ¿Con qué grupos puedo colaborar o aportar mi ayuda? Aquello que ahorre con mi ayuno y privaciones cuaresmales, ¿por qué no lo entrego a los necesitados?

El gesto penitencial de la imposición de la ceniza y el acercarnos a la mesa del Señor para recibir la Eucaristía han de ser expresión ante Dios y la comunidad aquí reunida de nuestro firme compromiso de ser fieles al Señor. Han de ser, también, reconocimiento de nuestra debilidad, de nuestra condición pecadora, de nuestras ganas de renovar la vida y la necesidad que todos tenemos de la comunión con Jesús.

Martes de la VIII Semana Ordinaria

Ecles 35, 1-15

Solemos relacionar la palabra sacrificio con dolor, pena, destrucción y muerte, pero en sí la palabra sacrificio significa ante todo una acción sagrada, una relación con Dios, que es el único y supremo Santo.

Esta relación con Dios va a tener momentos expresivos públicos y rituales, hoy diríamos litúrgicos.  En tiempos del autor del Eclesiástico, estos momentos litúrgicos eran los sacrificios del Templo, las primicias, los diezmos.  Pero estas expresiones cultuales tienen que ser acompañadas, para que sean verdaderas, de una actitud interior de obediencia, de amor a Dios, que necesariamente deberá manifestarse en acciones de justicia, de servicio y de misericordia para con el prójimo.

El autor del Eclesiástico no rechaza lo litúrgico, al contrario, recomienda la generosidad en las ofrendas, el realizarlas con buena finalidad, pues no son un soborno.  Pero subraya también lo fundamental de la caridad.

Mc 10, 28-31

Hoy es Pedro quien se gloría de haberlo dejado todo. Cuando antes todos se espantaban de las palabras del Señor: quién podrá salvarse.. Tan duras les resultaban las palabras de Maestro cuando decía que ningún rico se salvaría. Ellos no eran ricos. Pero bien que entendieron las palabras de Cristo. Con mucho o con poco se es rico, esto es, todo hombre se apega a las cosas. Pedro, hablando más con el espíritu que con la carne, dice bien: “lo han dejado todo y lo siguieron”.

Jesús le responde, esperando que sus oidores entiendan también como antes el fondo de sus palabras: “recibirán el ciento por uno”. Cierto que les habla de cosas, de bienes que aumentarán. Cierto que para ello han de hacer una opción radical por Él, una opción que no es despreciar las cosas sino desapegarse de ellas para apegarse a Dios y amar en Dios esas cosas que han dejado, con un amor rectificado por la experiencia de Cristo. Es más, el que haya logrado experimentar la plenitud liberalizadora de la opción radical por Cristo, no sentirá gusto sino sólo en Dios. Y las creaturas, tan bellas como su Hacedor, serán los medios para mejor amarle y servirle.

Pero entre las cosas que se nos prometen está una poco agradable, poco comprensible: las persecuciones. Se nos prometen persecuciones como premio por el seguimiento de Cristo. ¿Quién, en efecto, está libre de las cruces de esta vida? ¿Quién en esta tierra ha vivido sin sufrir algo? Nadie. Todos somos pasto de las fieras del egoísmo de nuestros hermanos. Y sin embargo Cristo nos promete estos sufrimientos por Él. ¡Qué extraño regalo! Muy extraño. Pero extraño es para el que no ama. Es una locura sufrir por Cristo si no se le tiene. Quien lo tiene lo da todo porque lo ama. Quien sufre por alguien amado crece, se enaltece, siente que recibe más de lo que ha podido dar. Pero también sabe que esos padeceres no son eternos. Eterna será la Gloria junto a Cristo en el cielo. Y por eso lo sufre todo, se deja querer por Jesús plenamente. No tengamos miedo. Optar por Cristo siempre será la mejor empresa de nuestra vida. Hay que vivirlo para comprenderlo.

Lunes de la VIII Semana Ordinaria

Ecles 17, 20-28

Si quisiéramos resumir en una sola palabra el tema de nuestra primera lectura, sería sin duda en la de la recomendación “conviértanse”.

Conversión es una palabra que tal vez veamos como algo lejano a nuestra realidad, porque al oírla pensamos inmediatamente en una conversión básica o radical de la que tal vez no tengamos necesidad.  En tal caso se requeriría un cambiar absolutamente de dirección, como cuando vemos que vamos manejando en sentido contrario.  Pero, aunque veamos que vamos en la dirección debida, es indispensable un continuo movimiento de la manejadera para rectificar el sentido y mantenerse en el camino. La palabra “vuelve” se repitió 4 veces en esta pequeña lectura.  Sí, nuestro origen es Dios, Él es nuestra finalidad absoluta.

Hay que tener en cuenta que a inicios del siglo II antes de Cristo, cuando escribe el autor del Eclesiástico, la creencia en una vida futura aún no era clara y sólo se manifestará hasta la época de los Macabeos; por esto se destaca el argumento para la pronta conversión: “El muerto ya no alaba al Señor, pues ya no existe”. No hay proporción entre nuestra miseria, por grande que sea, y la infinita misericordia de Dios.

Mc 10, 17-27

Cuando Jesús fija la mirada en aquel joven, para nosotros hoy desconocido, mira a cada uno de los que ha llamado por el bautismo a la vida de cristianos. No mira tan sólo a los que llama a su pleno seguimiento. Llama más bien a todos aquellos que intuyen que la vida es más que diversión y pérdida de tiempo en naderías. Y es que quien entra dentro de su alma, descubre un vacío por llenar, un corazón por enardecer de amor, un ansia, un no sé qué de eterno, como ese joven, y que no estará tranquilos sino hasta llenarlo de lo único eterno: el amor de Jesucristo.

Mirando bien esta escena contemplamos que Cristo nos ve a cada uno de nosotros. Porque cada uno de los que nos decimos cristianos tenemos de una u otra forma apegado el corazón a las cosas de la tierra y nos damos cuenta que ellas no llenan nuestra alma. Añoramos a Dios. Y por eso lo buscamos hasta donde pueda estar esperándonos. Este joven lo encontró en el desierto. Y no tuvo miedo de preguntarle qué tenía que hacer. Para eso iba, para conocer el secreto de su felicidad plena. ¡Lástima que fue poco generoso! Su amor a las cosas le impidió dejar volar su alma donde lo único necesario. Y es que cuando Cristo nos pide dejarlo todo, nos pide todo; cuando nos lo pide todo, no nos deja sin nada. ¡Nos da todo porque se da a Sí Mismo Él todo!

Cristo le siguió con la mirada. Lo vio triste marcharse con su corazón roto por el egoísmo. Los ricos, los que apegamos el corazón a las cosas, tengamos mucho o tengamos nada, tengamos palacios o tengamos harapos, en fin, tengamos algo a lo que no queramos desapegarnos, no podremos hallar jamás descanso, no podremos porque optamos por las pobre creaturas y rechazamos al Creador de las creaturas. En cambio los que han conocido a Cristo de veras Dios, les da la fuerza para dejarlo todo y seguirlo incondicionalmente. ¿Conocemos que somos los más miserables si no le tenemos a Él, la fuente de nuestra verdadera riqueza?

Sábado de la VII Semana Ordinaria

Ecles 17, 1-13

El autor del libro del Eclesiástico nos ha presentado hoy el pensamiento sobre el hombre.  Lo constitutivo de su ser es su relación con Dios.  Es Dios el que causa la grandeza del hombre con sus dones.  Y el autor va enumerándolos en orden de importancia.

El hombre (Adán) tiene su origen en Dios.  Formado de la tierra (adanah), volverá a ella.  Recordemos que estamos en una etapa intermedia de la Revelación y que todavía no se habla de vida eterna.

El hombre aparece en el centro y en la cumbre de la obra creadora de Dios; en el hombre, Dios delega su poder providente que lo responsabiliza ante toda la naturaleza.

El autor menciona los dones de Dios, sobre todo las características humanas diciendo que: “les concedió la mente para que pudieran razonar”; la ciencia y la sabiduría, el discernimiento moral o la totalidad del saber, la capacidad de reconocimiento y agradecimiento, la alianza amorosa como don supremo de Dios.  Por esto exige una respuesta fiel a todos esos dones.

Mc 10, 13-16

Cuando veo a Juan Pablo II rodeado de niños, besándoles y bendiciéndoles me imagino a Jesús en la escena que hoy nos presenta San Mateo en su Evangelio.

Los niños tienen una manera especial de captar lo religioso. Incluso nos sorprende ver con qué fervor rezan o se detienen ante una imagen de la Virgen.

Es porque tienen un espíritu sencillo.

Es responsabilidad de los padres el cultivar los aspectos religiosos en los niños, igual que se les enseña a hablar o a leer. Captan muy bien lo que hacen los mayores, y si les ven rezando, yendo a Misa o explicándoles algún detalle de nuestra fe, lo asimilan con gran facilidad. Hay que aprovecharlo y no esperar a que sean adultos, porque el racionalismo propio de esa edad les impedirá acercarse a la fe.

Es fundamental la labor de los padres. Son ellos los primeros educadores. No pueden dejar esa función al colegio, ni siquiera a la catequesis de la parroquia, porque la familia es la primera escuela de la fe. ¿Cómo entenderá el amor de Dios si no ve amor en su casa? ¿O cómo será su relación con Dios Padre si su propio papá le da miedo o nunca está en casa? Jesús también quiere que los niños lo conozcan, y hay tantas maneras de hacerlo…