Jueves después de ceniza

Deut 30, 15-20

La Cuaresma nos llama a la conversión, conversión que no debe ser solamente una conversión exterior, sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigirse a Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?

En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué que quiere hacer de su vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste.

La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios, cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme delante de Él y decirle: “aquí estoy, cuenta conmigo”.

Lc 9, 22-25

Después de la confesión de Pedro: Tú eres el Cristo el Hijo de Dios vivo; Jesús les anuncia a sus discípulos la pasión. Este anuncio de la pasión les muestra que el Mesías esperado no es un Mesías triunfante. La gloria de Cristo pasará por la Cruz.

En el anuncio de la Pasión Cristo habla de sufrir, de ser rechazado y morir para después resucitar. El sufrimiento, el rechazo y la muerte, también van a ser la condición de todo el que quiera seguir a Jesús. Y Jesús nos invita a seguirlo, no nos obliga, nos invita. Jesús dice: si alguno quiere…

Y seguir a Cristo es seguirlo por el camino que recorrió que paso por la cruz para alcanzar luego la gloria de la resurrección. Cuando cada una de nosotros llevamos esa nuestra cruz de cada día con amor y por amor a Cristo, estamos profesando nuestra profunda fe en Jesús. Cuando Cristo nos invita a seguirlo tomando nuestra cruz, nos está indicando que la vida cristiana es una vida con cruz.

Lo normal en una vida cristiana es que se encuentren anticipo de la resurrección dentro de nuestra vida diaria cargando nuestra cruz. Algunas veces puede ser que encontremos nuestra cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en la muerte de un ser querido. En esos casos, debemos abandonarnos en las manos de Dios, con la certeza que si Él permite nuestro dolor es para hacernos más semejantes a Él.

Si el Señor permite nuestra cruz, nos va a dar las gracias necesarias para llevarla y daremos fruto abundante. Pero lo normal, es que encontremos la cruz de cada día en las pequeñas contrariedades en nuestra familia, en el trabajo, en nuestro grupo, con nuestros vecinos… Tenemos que recibir esas contrariedades con ánimo y ofrecerlas al Señor sin quejarnos. La queja es una forma de rechazo a la cruz.