Lc 1, 39-45
Si en el Cantar de los Cantares es “el Amado” el que se pone en camino hacia la amada, ahora es María quien, impulsada por el Amor que se gesta y crece en su seno, se pone en camino, presurosa, hacia el encuentro con otra mujer, también portadora de vida.
En un pueblo de Judá, sin nombre, y en medio de la cotidianidad del día a día, ambas comparten, en la complicidad de quienes se sienten bendecidas por el Dios que hace fecunda la vida, la alegría que brota en su interior y que necesita comunicarse.
La alegría verdadera, es siempre agradecida. Porque reconocer su origen en “Aquel que se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Profeta Sofonías 3, 14 y ss). Y no sólo es agradecida, sino expansiva porque brota de una sobreabundancia del amor que lleva en su propio dinamismo el movimiento de salir de sí, de entrega y de servicio.
Cada día nos levantamos, nos ponemos en pie para iniciar nuestra jornada. ¿Hacia dónde o hacia quiénes se dirigen hoy nuestros pies? ¿Cuáles son nuestras “visitas” previstas? ¿Qué llevamos dentro que necesitamos compartir? ¿Somos capaces de reconocer la vida que está latiendo a nuestro lado y en nuestro ser?
A las puertas ya de la Navidad, dejémonos en este día visitar por aquella que nos trae al esperado de los tiempos. Que la alegría de la madre, nos ayude a reconocer la presencia del Hijo en nuestra realidad y que esta presencia nos haga saltar de alegría para ponernos en marcha hacia el encuentro de quienes esperan también nuestra visita y nuestra cercanía solidaria. Dejemos tiempo hoy al encuentro, a los encuentros; alegrémonos de la vida de quienes nos rodean y de la nuestra. Demos tiempo a lo importante que está casi siempre en las cosas pequeñas que con frecuencia no valoramos. Y mantengamos una esperanza activa, que intenta recorrer los caminos de la justicia, la paz y la misericordia; porque tenemos la fe de que “lo que nos ha dicho el Señor, se cumplirá.”