Jn 12, 1-11
Este pasaje acaba con una observación: «Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús». El otro día vimos los pasos de la tentación: la seducción inicial, la ilusión, que luego crece –segundo paso– y tercero, crece y se contagia y se justifica. Pero hay otro paso: sigue adelante, no se para. Para estos no era suficiente matar a Jesús, sino que ahora también a Lázaro, porque era un testigo de vida.
Pero yo querría detenerme hoy en unas palabras de Jesús. Seis días antes de la Pascua –estamos justo a las puertas de la Pasión– María hace ese gesto de contemplación: Marta servía –como en el otro pasaje– y María abre la puerta a la contemplación. Y Judas piensa en el dinero y en los pobres, pero «no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando». Esta historia del administrador infiel es siempre actual, siempre hay, incluso a alto nivel: pensemos en algunas organizaciones de beneficencia o humanitarias que tienen tantos empleados, muchos, con una estructura llena de gente, y al final llega a los pobres el cuarenta por ciento, porque el sesenta es para pagar el sueldo de tanta gente. Es un modo de hacerse con el dinero de los pobres. Pero la respuesta es Jesús. Y aquí quiero detenerme: «a los pobres los tenéis siempre con vosotros». Esa es una realidad: «porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros». Los pobres existen. Hay muchos: está el pobre que vemos, y esa es la mínima parte; la gran cantidad de pobres son los que no vemos: los pobres escondidos. Y no los vemos porque entramos en la cultura de la indiferencia que es negacionista y negamos: “No, no, no hay tantos, no se ven; sí, algún caso…”, disminuyendo siempre la realidad de los pobres. Pero hay muchos, muchos.
O aunque no entremos en esa cultura de la indiferencia, es habitual ver a los pobres como adornos de una ciudad: “sí, los hay, como las estatuas; sí, hay, se ven; sí, aquella viejecita que pide limosna, aquel otro…”. ¡Como si fuese algo normal: es parte de la ornamentación de la ciudad tener pobres! Pero la gran mayoría son los pobres víctimas de las políticas económicas, de las políticas financieras. Algunas estadísticas recientes lo resumen así: hay mucho dinero en manos de pocos y mucha pobreza en manos de muchos. Y esa es la pobreza de tanta gente víctima de la injusticia estructural de la economía mundial. Y hay muchos pobres que tienen vergüenza de mostrar que no llegan a fin de mes; tantos pobres de clase media, que van a escondidas a Cáritas y, a escondidas, piden y sienten vergüenza. Los pobres son muchos más que los ricos; muchos más. Y lo que dice Jesús es cierto: «porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros». ¿Pero yo los veo? ¿Me doy cuenta de esa realidad? Sobre todo de la realidad escondida, de los que tienen vergüenza de decir que no llegan a fin de mes.
Hoy hay nuevos pobres que deben dejar la casa porque no pueden pagarla, Es esa injusticia de la organización económica o financiera lo que les lleva a esa situación. Y hay tantos, tantos, que los encontraremos en el juicio. La primera pregunta que nos hará Jesús es: “¿Qué tal con los pobres? ¿Les diste de comer? Cuando estaban en la cárcel, ¿los visitaste? En el hospital, ¿los fuiste a ver? ¿Asististe a la viuda, al huérfano? Porque allí estaba Yo”. De eso seremos juzgados. No seremos juzgados por el lujo o los viajes que hagamos o la importancia social que tengamos. Seremos juzgados por nuestro trato con los pobres. Y si yo, hoy, ignoro a los pobres, los dejo de lado, creo que no hay, el Señor me ignorará en el día del juicio. Cuando Jesús dice: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros», quiere decir: “Yo, estaré siempre con vosotros en los pobres. Estaré presente ahí”. ¡Y eso no es ser comunista, es el centro del Evangelio: seremos juzgados por eso!