Lev 19, 1-2. 11-18
La serie de prescripciones que escuchamos en la primera lectura, muy relacionadas con el decálogo, forma parte de la llamada «Ley de Santidad», resumida en la primera frase: «Sean santos, porque Yo, el Señor soy santo». Es notable su carácter moral religioso, en contraste con lo que la antecede y la sigue, de orden cultual y de moral sexual.
La lectura terminó con otra síntesis: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Al leer estas prescripciones, vemos su innegable riqueza. Si se cumplieran cuidadosamente qué ambiente de paz y bienestar viviríamos familiar y comunitariamente. Pero, al mismo tiempo, escuchamos los mandatos de Cristo: «Sean misericordiosos como Dios es misericordioso», «un mandamiento nuevo Yo les dejo, un mandamiento nuevo Yo les doy, que se amen unos a otros como Yo los he amado».
Mt 25, 31-46
Hemos también escuchado en el Evangelio la parábola del Juicio Final. Pensemos en dos cosas:
Primero, el estupor de los glorificados y el de los rechazados: ¿Cuándo te ayudamos, cuándo te dimos de beber, de comer, te visitamos?, ¿cuándo no tendimos una mano hacia ti?, ¿cuándo te rechazamos? Y la respuesta del Supremo Juez: «Cuando ayudaron, cuando no ayudaron a los más insignificantes, a los más pobres, a los más sencillos».
Miremos el criterio de Jesús y nuestro propio criterio, ¿se parecen?
Segundo, Jesús no acusa a los condenados diciéndoles: «Me robaron mi comida, me arrojaron de mi patria, me privaron de mi libertad, provocaron mi enfermedad», simplemente dice: «No me ayudaron». Si no hemos causado daños positivos pero no hemos ayudado, pudiendo hacerlo, podemos recibir el rechazo del Juez.
«Seremos examinados sobre el amor», decía san Juan de la Cruz.
Ya sabemos lo que nos van a preguntar en el examen final. Preguntémonos la única pregunta, antes de que nos la haga definitivamente el Señor.