Mt 18, 15-20
Jesús nos invita a practicar la corrección fraterna, que no es otra cosa que expresar nuestra caridad con quien falla. Una actitud que precisa de madurez espiritual y humana que facilite el camino. No es nada fácil practicarla, ya que conlleva un elemento duro, la corrección. Y un segundo aspecto positivo: ha de ser fraterna.
Pasos a dar en la corrección fraterna
En una situación así, Jesús propone a sus seguidores tres pasos a seguir. El primero es practicar la corrección de forma personal. “Si tu hermano peca, repréndelo a solas”. Es la forma de practicar la responsabilidad ante un miembro de la comunidad que no va por buen camino. Si realmente se quiere el bien de esa persona, es preciso afrontarlo personal y fraternalmente.
“Si no te hace caso llama a otro o a otros dos”. Sería el segundo paso. Si, pese a todo esto, las cosas no varían, “díselo a la comunidad”. Si esto no surtiera efecto, se ha de tratarlo como alguien ajeno a la comunidad.
El mensaje que subyace en todo este proceso es que se ha de evitar la división en la comunidad. “Que sean todos uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17:20-26). La importancia de la unidad es crucial en la vida cristiana, ya que ella es garantía de que la fe es vivida en comunión con los otros miembros de la comunidad.
El “atar y desatar”, aludiendo a los fallos, equivale a decir que la comunidad tiene capacidad, a través de sus pastores, de absolver o condenar esas actitudes negativas.
Como remate de estos consejos Jesús recalca que, cuando la comunidad se reúne para vivir juntos la fe, Él se hace presente de forma especial en ella. Una vez más, Jesús manifiesta la importancia del carácter comunitario de nuestra condición de creyentes, tanto para orar como para obrar.
Valorar y vivir la unidad dentro de nuestra vivencia de la fe, debería ser más valorado entre nosotros. Ante un mundo donde prevalece el individualismo y la división, destacar nuestra condición de comunidad cristiana que camina unida, es un gesto significativo y es lo que debería prevalecer en nuestras celebraciones, manifestando así el convencimiento de que Jesús está vivo entre nosotros, cumpliendo así esa petición suya, expresada en la última cena.