Mc 1, 21-28
Jesús va a predicar a la sinagoga y los judíos se asombran de la autoridad con la que habla hasta el punto de ver algo nuevo en Él. Y es que en Cristo es todo nuevo, tan nuevo que cambió el mundo para siempre.
¿Cómo no va a tener autoridad el que viene del Padre y es uno con Él? Pero no solo habló en esa ocasión, lo hizo abiertamente durante tres años: en las calles, en las plazas, en el templo, en el campo, a orillas del mar…Y no solo hablaba: Hacía. En este pasaje vemos como libera a un pobre hombre del mal espíritu que le atormentaba, ante el asombro de todos. Aquí el Evangelio nos presenta al Jesús que enseña y al Jesús que cura. Y lo mismo podemos, y debemos, aplicar en nuestras vidas; no podemos limitarnos a dar «buenos consejos» al hermano que sufre, también es nuestro deber ayudarle en lo que podamos, darle nuestra mano. Un viejo refrán castellano dice: «menos predicar y más dar trigo». Y eso debemos hacer nosotros, prestar apoyo espiritual material hasta donde alcancemos, en eso notarán que somos discípulos de Cristo.
Estamos llamados a colaborar en la creación de un mundo nuevo, a ser incómodos si es necesario ante las injusticias, a tender la mano a quien lo necesite sin mirar ni quien es, como hizo el buen samaritano. Y esto se consigue con un corazón abierto a la Palabra de Dios. Os animo a leer todos los días el Evangelio con actitud de oración, es Cristo quien nos habla. En ella tenemos la fuente en la que calmar nuestra sed.