Jn 5, 31-47
Es triste la que hayamos llegado a una realidad donde la palabra ya no vale, donde se requieren papeles y testigos para demostrar la propia identidad, donde primero va la duda y la sospecha, antes que la buena intención y la benevolencia.
A Jesús le pasa lo mismo: sus opositores dudan de su autoridad y de su persona y buscan hacerlo desaparecer porque su misión no encaja en su sistema de leyes, de injusticias y de engaños. Y Jesús accede a demostrar, con testigos y con obras, que tiene toda autoridad. Alude a Juan Bautista, lámpara que ardía y brillaba, como un testigo confiable, pero para quien se niega a aceptar la verdad, el testimonio de Juan no es válido, sino que causa problemas y lo desaparecen.
¿Sucede algo parecido entre nosotros? ¿Desaparecemos o ignoramos a quien se opone a nuestros caprichos e injusticias?
Pone también como evidencia sus propias obras, “obras son amores”, pero las obras cuando se tiene la mente obcecada no bastan. ¿Cómo llegar al corazón de quien lo ha cerrado?
No parece bastar el testimonio de un Padre Dios que se manifiesta en cada una de las acciones que realiza Jesús. No son suficientes tampoco los testimonios que en profecía y adelanto ha ofrecido Moisés. ¿Cómo dar fe a las palabras de Jesús?
También nosotros en la actualidad parecería que negamos todo el testimonio y la fuerza de la palabra de Jesús. Nos decimos los sabios para descartar la sencillez de su sabiduría; nos escudamos en los bienes materiales y nuestras posesiones, para sentir seguridad y salvación; argumentamos libertades y nuevas verdades, para desfigurar la verdad eterna y la auténtica libertad.
Es tiempo de Cuaresma. Es tiempo de despojarnos de todas nuestras prevenciones y prejuicios y abrir el corazón, la mente y los ojos para descubrir la acción de Jesús en medio de nosotros. Es el único que puede darnos libertad, pero necesitamos aceptar su mensaje.
Que no nos encerremos en leyes o pretextos para ahogar su palabra. Que no demos más crédito a nuestras ambiciones e intereses que a su Palabra.