Lunes de la I Semana Ordinaria

Heb 1, 1-6

Uno de los principales problemas de la primera comunidad fue el definir quién y que era Jesús: ¿Un simple ser humano, revestido de poder divino?; ¿Un dios con «apariencia de hombre»; ¿Un ángel? Cuestión que solo quedará totalmente definida hasta el Concilio de Efeso (431 d.C.) en donde se afirma categóricamente que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.

El inicio de esta carta nos introduce en este misterio de Cristo y se nos presenta como el «gran revelador del Padre». Al iniciar este nuevo período dentro de nuestra liturgia, la Palabra de Dios nos invita a que también nosotros clarifiquemos quién es Jesús: ¿Será para mí, como lo expresa este pasaje, verdadero Dios, consustancial al Padre?

Si es así, se imponen algunas resoluciones que deben ser parte de nuestra vida: Obedecerlo en su Palabra, amarlo en su Iglesia, adorarlo en espíritu y verdad y servirlo en sus hermanos, sobre todo en los más pobres.

Mc 1, 14-20

En este pasaje podemos comprobar cómo Jesús pasa a nuestro lado y nos llama. Cristo se presenta a nosotros en las actividades diarias, cuando menos lo esperamos, ya sea en la oficina, ya sea en las labores de casa. Él nos ve y nos llama.

El seguimiento de este llamado requiere dejar las cosas de lado y seguirle a Él totalmente. Esto no significa que haya que dejar de trabajar en ese momento o salir del trabajo para estar con Él (aunque si fuera posible sería maravilloso, como quien atiende a su mejor amigo recibiéndole en casa y no sólo llamando por teléfono). Jesús nos llama sin importarle lo que somos o cómo somos. No le importa si somos un banquero, un albañil, un ama de casa, un pecador o un santo. Eso sí, una vez que le hemos respondido se nos pide dejarlo todo y seguirlo. Escogió a pescadores y a publicanos. Y no fueran los más inteligentes o capaces de su tiempo. Dios escoge a quien quiere. No hay motivos para tener miedo a fallarle, a no ser del todo fieles a Cristo en nuestro trabajo. Los apóstoles también le dejaron pero, sin embargo, tuvieron el valor de levantarse.

Una de las actitudes que han hecho que el cristianismo no haya llegado todavía a todos los corazones como es el deseo de Dios, es la indecisión en el seguimiento del Señor.

Todos estamos muy ocupados con nuestras cosas y nuestros pensamientos. Y la verdad que lo que hacemos es importante, sin embargo cuando el Señor nos llama no hay lugar para las demoras, ni para las excusas.

A la voz del Maestro hay que dejarlo todo y ponerse en camino con Él. Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron «de inmediato» lo que estaban haciendo: Nosotros ¿cuándo?

Lunes de la I Semana Ordinaria

Mc 1, 14-20

En nuestro relato de hoy comienza la gran noticia del Evangelio. Jesús ya ha sido reconocido por el Padre en su Bautismo, ha superado la tentación e inicia por la región de Galilea un itinerario que le llevará al cumplimiento de la voluntad del Padre.

Marcos señala que la predicación de la Buena noticia del Reino tiene su comienzo después que Juan fuera entregado, es decir, que fuese encarcelado por Herodes Antipas. Jesús es el tiempo nuevo, lo antiguo ya ha pasado y su novedad consiste en que la salvación ya está aquí, la trae Él con su persona y con su vida. Convertíos y creed, dos palabras que nos introducen en este camino de conocimiento de Jesús. Volverse hacia Él, cambiar el corazón y creed que Jesús es capaz de sacudir y transformar nuestras vidas, como va a hacerlo a continuación con esas dos parejas de hermanos a quienes llama a su seguimiento.

La llamada a los discípulos tiene dos significados en el evangelio de Marcos: por un lado, el seguimiento es el primer signo de ese Reino que inaugura Jesús y que ya está aquí. Por otro, los discípulos compañeros inseparables del Maestro hasta el momento de su muerte, se convierten en modelo de todo creyente que cree conocer a Jesús pero que siente miedo ante la grandeza un proyecto que pasa por la cruz para llegar a una vida sin límites.

La escena en el mar de Galilea nos adentra en un encuentro que nace de la mirada de Jesús a dos hermanos, Simón y Andrés que eran pescadores. La fuerza de la palabra: “venid conmigo y os haré llegar a ser pescadores de hombres” y la inmediatez de la respuesta: “al instante, dejando las redes, le siguieron”, nos deja claro que la persona de Jesús provoca en el ser humano el deseo de un sí que no admite demora.

Un poco más adelante, continuando en su camino, Jesús ve a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, en la barca arreglando las redes. Misma llamada e idéntica respuesta, “dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”.

Jesús ya no camina solo, las exigencias de dejar sus bienes y su familia han sido acogidas por sus cuatro primeros discípulos. Personajes significativos en la vida del Maestro y en la nuestra. Pero todavía les queda mucho por conocer, comprender y asumir, por ahora nos quedamos con el entusiasmo inicial y la prontitud. He pensado alguna vez ¿cómo es mi respuesta a la llamada de Jesús? ¿Cómo activo ese entusiasmo por la misión a la que he sido llamado?