Martes de la XX Semana Ordinaria

Ez 28, 1-10

Hemos escuchado el oráculo de Ezequiel contra Tiro.  Otros profetas: Amós, Isaías y Zacarías, también acusaron fuertemente a esa ciudad.

Tiro era una ciudad de la costa del Mediterráneo construida en un islote y defendida por el mar.  Siendo uno de los principales puertos fenicios, representa la riqueza mercantil.  Es una ciudad pagana llena del orgullo de su poder, de su situación, de su fuerza naval, que representa el orgullo cerrado de los paganos.

Jesús dirá: «Habrá menos rigor para Tiro y para Sidón que para ti, Cafarnaúm» (Lc 10, 13-15).  Las invectivas de Ezequiel preludian las de Cristo contra todas las ciudades, contra todos los poderes, contra todos los hombres que, en su orgullo, se alzan contra Dios y lo rechazan: «Tú, Cafarnaum, ¿crees que llegarás hasta el cielo?  Serás precipitada a los infiernos»  (Mt 11,23).

Mt 19, 23-30

La enseñanza del evangelio de hoy: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve». 

El problema no está en la bondad o maldad de las riquezas en ellas mismas, sino, en que con enorme facilidad son tomadas como finalidad, siendo sólo medio, y nos apegamos a ellas con desprecio de otros valores más importantes.  El segundo tema, la recompensa a los que se desprenden de las riquezas, nos presenta el valor evangélico de esta renuncia ya que es un medio muy eficaz para tomar parte en la renovación mesiánica.  Si los bienes materiales tan fácilmente atrapan nuestro corazón y lo apartan de otros bienes más valiosos, será una urgencia siempre actual el revisar nuestras jerarquías de valores no sólo en la teoría sino en la práctica, para que nada impida nuestro seguimiento fiel del Señor.

A la luz de estas enseñanzas vivamos hoy nuestra Eucaristía.

Martes de la XX Semana Ordinaria

Mt 19, 23-30

El evangelio de San Mateo, tras el episodio del Joven Rico, nos plantea cuáles son las principales dificultades para el seguimiento de Jesús y alcanzar la Salvación. El problema de las riquezas va mucho más allá del dinero, de las ambiciones personales, de nuestras comodidades, de las legítimas preocupaciones familiares. Lo que está en juego es la elección entre el “ser” y el “tener”: ¿yo soy cristiano o tengo una religión?, ¿creo en el Evangelio o busco sus “seguridades”?… El Señor nos pide un sincero compromiso que implica no parte de mi vida, sino toda ella, un compromiso que es entrega generosa de Amor. Parafraseando al sacerdote italiano Pronzato en la respuesta al Joven Rico de Cristo: “vete a vender lo que eres e intenta llegar a ser… Si estás dispuesto, ven y sígueme”

La vocación a las riquezas es incompatible con la del Reino al que Jesús nos llama. Pero en la llamada está también la promesa, la garantía de la gracia. Él nos quiere, nos llama por ese nombre escrito en su corazón desde el principio de nuestra existencia y es fiel a la llamada. Se nos da en cada llamada, pero siempre desde el respeto a la libertad, como no puede ser de otra manera.

“El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”