Sábado de la XXI Semana Ordinaria

1 Cor 1, 26-31

Ayer oíamos, descrita por Pablo con muy  fuertes acentos, la antítesis de la sabiduría humana con respecto a la sabiduría de Dios.

La cruz es el punto más visible de los diversos criterios, para unos muerte y humillación, para otros, expresión máxima de amor, principio de resurrección y vida nueva perenne.

Pablo les dice a los cristianos de Corinto -nos los podemos imaginar, se trataba de artesanos, trabajadores de los muelles, esclavos, gente pequeña a los ojos del mundo- cómo ellos son una expresión concreta de esta sabiduría de Dios pues «Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo para avergonzar a los fuertes… de manera que nadie pueda presumir delante de Dios».  Todo lo que tenemos es don de Dios en Cristo Señor.  Para comprender la unión orgánica que tenemos con El, recordemos las comparaciones del árbol, del edificio, del cuerpo humano; Cristo es el tronco, nosotros, hoja o rama; Cristo es la roca básica, nosotros piedras vivas en unidad de construcción; Él es la cabeza, nosotros órganos en vital unión.  El es «nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención».

Vivamos conforme a estos principios.

Mt 25, 14-30

Hoy hemos escuchado la parábola de los talentos.  El talento era una «moneda»,   o más bien, una medida de peso de metales preciosos.  Un talento era casi 35 kilos.  Nuestra traducción pone, en vez de talento, «millón».  Es notable que en el lenguaje popular la palabra «talento»,  por influjo de la parábola, quiere decir hoy «capacidad», «dotes naturales», «habilidad», «aptitud».

¿Cuál debe ser nuestra actitud ante los «talentos» que hemos recibido de Dios?

Primero, reconocerlos.  No es contra la humildad o la modestia pues son dones de Dios, no son propios nuestros.

Segundo, trabajarlos.  Es decir, profundizarlos, desarrollarlos, cultivarlos.

Y tercero, ponerlos a disposición de los demás ya que no son un tesoro para ser enterrado, para que permanezca improductivo, sino para servir de impulso para buscar el mejoramiento y servicio.

Actuemos lo que la Palabra nos ha iluminado con la fuerza del Sacramento en el que vamos a participar.

Sábado de la XXI Semana Ordinaria

Mt 25, 14-30

Este pasaje evangélico de Mateo, parece que nos presenta a un Dios, transformado en un amo severo, exigente, que solo le interesa la productividad, sin embargo, es todo lo contrario, se ve en el trasfondo de este texto que se fía y confía tanto del que tiene diez talentos, como del que solo tiene uno, porque, para Él, los dos son sumamente valiosos.

El Señor a todos nos regala constantemente diversos dones, cualidades, talentos, no solo para beneficio o interés propio, sino para el bien de las personas que nos rodean. Los talentos no son un derecho. Cada uno tenemos que descubrir en nuestra vida, en el día a día, cómo podemos colaborar en la construcción del Reino de Dios en la sociedad que tenemos y nos ha tocado vivir.

El don o talento, es un regalo lleno de amor que recibimos de Dios, para que lo acojamos con libertad, sin miedos, sin comparaciones: éste tiene más que yo, no, esta no es la actitud para aceptar este regalo. Por eso, debemos dejar que la acción santificadora del Espíritu Santo toque nuestras vidas, para responder con coherencia.

Los dones, talentos o cualidades que he recibido, ¿realmente los pongo al servicio de los demás? ¿Cómo los veo, como una carga o como una oportunidad para acercarme a los demás? ¿Qué actitud tengo ante ellos: de comodidad, sólo para mí, o de generosidad y entrega “complicándote” la vida por los demás?

En este evangelio aparece el pecado de omisión, al que generalmente poco caso hacemos en nuestra vida. Jesús nos dice que no sólo no hay que hacer el mal, sino que hay que hacer el bien. Tenemos que estar vigilantes, aprovechar bien el tiempo y los dones regalados por Dios y ponerlos a su servicio, para que nuestra vida no sea insípida, no quede estancada. Demos gracias a Dios cada mañana por el nuevo día y demos gratis lo que hemos recibido gratis.