Sábado de la XXV Semana Ordinaria

Eclesiastés 11, 9- 12,8

Hoy terminamos nuestras lecturas de Cohélet, que acaban tal como empezaron: «todas las cosas, absolutamente todas… son vana ilusión».  Ayer oíamos una amplia lista de aspectos contrastantes de la vida: el nacimiento y la muerte, el llanto y la risa, la ganancia y la pérdida, y mucho más.

Hoy se nos presentó, en una forma muy desarrollada y con comparaciones llenas de irónica poesía, el contraste entre la juventud y la vejez.

El autor mira a la juventud como la época ideal; alguna frase sacada de su contexto podría ser malinterpretada, pero el autor habla de responsabilidad religiosa: «no olvides que de todo ello Dios te pedirá cuentas», «acuérdate de tu Creador en tus años jóvenes…»

Después vendrá la debilidad de brazos y piernas, «los guardias de la casa», «los valientes», la debilidad de vista y la caída de los dientes, «las que miran por las ventanas», «las que muelen», las canas, «cuando florezca el almendro».

De nuevo recordemos, que todo tiene su valor, lo poco, poco; lo relativo, relativo; lo definitivo lo tiene absoluto, demos, pues, a cada realidad su real valor.

Lc 9, 43-45

Jesús realizó el prodigio de la curación del joven endemoniado, «y todos quedaron atónitos ante la grandeza de Dios»; aquí  empieza lo que hoy oímos: «como todos comentaban, admirados los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos…»

En el plan del evangelio de Lucas estamos terminando la parte referente a la misión de Galilea; en dos días más iniciamos otra parte: la subida a Jerusalén; por esto las presentaciones del plan de Dios, de lo que allá sucederá.

Jesús ha tenido un relativo éxito en Galilea y teme que sus discípulos, como es natural, se queden solamente en un plano humano.

Jesús los va preparando a que capten desde la fe su misión, de la que ellos serán continuadores: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».  De nuevo vemos el contraste pascual: «Hijo del hombre» es un título mesiánico relativo a la visión de Daniel (7, 13) y esa figura gloriosa se une a la dolorosa: «va a ser entregado».

La reacción de los discípulos se parece mucho a nuestra reacción ante lo doloroso, ante la fatiga, ante la enfermedad, ante la pobreza, ante la muerte… «No entendieron», «tenían miedo de preguntarle».

La luz de la palabra, la fuerza vital del sacramento no enseñan, nos alimentan, nos impulsan.

Sábado de la XXV Semana Ordinaria

Lc. 9, 43-45.

A la admiración por lo que hacía, los milagros, Jesús contrapone sus palabras, que son también fuente de vida y de verdad, y lo que nos dice no está en contradicción con lo que hacía, el bien. Pero nosotros preferimos quedarnos con los milagros, y olvidarnos de Su Palabra de vida, que, no obstante, pasa por la cruz y el sufrimiento.

No, no entendemos este lenguaje. No entendemos que el que quiera ganar su vida la perderá. Que el que quiera ser el primero sea el último de todos y el servidor de todos. No entendemos su programa de vida que no es otro que las bienaventuranzas. En ellas, nuestro mundo, nuestro concepto de vida feliz, se pone al revés, pues son dichosos los pobres de espíritu, los que lloran, los pacíficos, los que saben perdonar, los limpios de corazón, los perseguidos y los que tienen hambre y sed de justicia.

También a nosotros este lenguaje nos resulta oscuro y nos da miedo preguntarle sobre el asunto. Preferimos pasarlo por alto y anestesiarnos con nuestros conceptos de felicidad, de grandeza y de poder.

Señor, abre nuestra mente y nuestro corazón para acoger y entender tu Palabra. Haznos dóciles para seguir fielmente tu camino. Fortalece nuestra voluntad para vencer todos los obstáculos y dificultades que nos impidan hacer tu voluntad. Ayúdanos a sumergirnos en nuestro “Reino interior” en el que Tú habitas, nos defiendes y nos libras del mal.