Mt. 6, 7-15
Una mamá me comentaba con tristeza que había perdido toda comunicación con su hijo. Se sentaban a la mesa y todo era un pesado silencio. Respuestas de monosílabos, explicaciones cortas y evasivas. Toda relación se había perdido.
Se preguntaba la mamá: ¿no sentirá que me duele en el corazón su silencio? ¿No sabrá cuanto lo amo?
Cristo nos habla de Dios, no como el ser lejano que merece toda nuestra honra, pero que no parecería familiar. Cristo habla de Dios como el papá o la mamá que se acerca a sus hijos, que le gusta escucharlos, que le podemos contar todas nuestras pequeñeces, aunque a nosotros nos parezcan los más grandes problemas.
En estos días de cuaresma, la invitación es a hacer oración, no tanto a hacer oraciones llenando la cuaresma de prácticas piadosas, pero evitamos a hablar de lo que tenemos en el corazón. Jesús pone el dedo en la llaga y nos ofrece el Padrenuestro como modelo de oración. No se puede recitar de una manera individualista, como si Dios fuera sólo Padre mío o me lo apropiara para mis intereses.
El Padrenuestro se recita en comunidad, para sentir que es Padrenuestro, de todos, de los presentes y de los ausentes, de los lejanos y cercanos.
El egocentrismo ha entrado también en nuestra oración y pido a Dios conforme a mis caprichos individualistas y a veces hasta me disgusto porque no me concede mis peticiones.
Hoy, la oración del Padrenuestros nos propone un camino que está lejos de evadir los compromisos con la comunidad y que al contrario nos hace solidarios con todos los hombres. Rompe la ambición egoísta de mi pan, para ponernos en la búsqueda del pan de todos. Vas más allá de mis justificaciones individualistas y mis justificaciones personales, para invitarme a la reconciliación y al perdón en comunidad.
En silencio, lentamente, más con el corazón que con los labios, unidos a Jesús, recitemos hoy, una y otra vez el Padrenuestro y dejemos que el Señor cumpla en nosotros su voluntad.