Mc 12, 28-34
Cuando el profeta Oseas sugiere al pueblo de Israel su conversión, le pide que ya no llamen dioses a las obras de sus manos. Y si revisamos un poco la historia, nos encontramos que Israel había puesto su confianza más en el poder de Asiria, en su ejército y en sus propias fuerzas que en el Señor. No se refiere, pues, literalmente a otros dioses, sino que hay cosas que están ocupando el lugar de Dios.
Actualmente muchos pueblos se definen a sí mismos como religiosos, no idólatras, pero en su diario actuar confían más en su poder, en su dinero y en miles de pequeñeces que llenan su corazón.
El hombre moderno se ha aficionado a tantas comodidades, a tantas dependencias que se ha convertido en verdaderos dioses, con sus ritos, con sus defensores y sus sacerdotes. Basta mirar los nuevos espectáculos, los deportes, los negocios y la política. No podemos decir que no ocupa verdaderamente el corazón de la persona.
Después también encontramos las ambiciones y anhelos personales o de grupo, se adueñan del corazón y tiranizan toda su vida.
El evangelio de este día quiere que retomemos el fin esencial del hombre: amar a Dios y amar al prójimo. Alguien decía que deberíamos decir más que amar a Dios, el dejarse amar por Dios, permitirse experimentar el amor de Dios. Y es verdad, porque quien se sabe amado por Dios, se siente en las manos de Dios, buscará espontáneamente responder con el mismo amor y también procurará manifestar en la práctica este amor dándolo a sus hermanos que son así mismo amados de Dios.
No es tanto un mandamiento sino una experiencia. Cada día que nace, cada instante que vivimos, cada belleza y aún cada fracaso lo podremos vivir como una manifestación del amor de Dios. Entonces nuestro corazón encontrará la verdadera paz y podrá ponerse a disposición para servir a los hermanos. Si el corazón se llena de ambición nunca encontrará la paz y verá en cada hermano un opositor y se defenderá de él o lo utilizará como peldaño.
Pidamos al Señor que podamos experimentar en cada instante el gran amor que Dios Padre nos regala.