Sábado de la XVII Semana Ordinaria

Jer 26, 11-16. 24

Ayer oíamos el discurso lleno de fuerza de Jeremías, en el que profirió amenazas contra el Templo y la ciudad suscitando la indignación de los círculos proféticos y sacerdotales y del pueblo todo.  Hoy comenzó nuestra lectura por la sentencia a muerte del profeta.

Oíamos también su serena autodefensa.  Se ha hecho notar que los tres argumentos que presenta Jeremías son los mismos argumentos con los que Jesús defiende su mensaje cuando entra en conflicto con los dirigentes del pueblo.

1.-«El Señor me ha enviado a profetizar».  Mis palabras son en realidad suyas.  Jesús dirá: «Yo para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37)  «El que ha sido enviado por Dios habla el lenguaje de Dios» (Jn 3, 34).

2.-La finalidad de las amenazas es incitar a la conversión, «corrijan su conducta y su vida… el Señor se retractará de las amenazas».

Jesús dirá: «Si no creen que Yo soy, morirán en su pecado», «Si no se convierten, todos perecerán del mismo modo».

3.-«Si me matan serán responsables de la muerte de un inocente», dice Jeremías.  Con Jesús, aunque Pilato había dicho: «No hallo en El ninguna culpa», la gente clama: «Que caiga su sangre sobre nosotros».

En cambio, en el caso de Jeremías los jefes y el pueblo salvarán al profeta.

Mt 14, 1-2

En otras ocasiones hemos admirado la figura de Juan Bautista, el precursor del Señor.  Hoy, en una curiosa forma literaria, (se llama «flash back», es decir, que se deja el hilo de la narración y se pasa a contar una escena del pasado), se nos cuenta las circunstancias de la muerte de Juan.

El Herodes de que se hable es Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, el de la matanza de los inocentes.  Herodes está atormentado por la muerte de Juan, a quien estimaba.  Su muerte le causa tristeza, pero él fue débil y se sometió a la injusticia.  Así, el inocente muere víctima del odio, de la ambición, del cálculo, de la falta de valor, y la opinión pública -los invitados en este caso- asiste impasible, tal vez hasta divertida.

En esto también Juan es precursor de Jesús; también Jesús morirá por su testimonio, víctima del odio de los dirigentes, de la debilidad de Pilato, de la volubilidad del pueblo.

¿Qué me dice este evangelio?  ¿A qué actitud de vida me impulsa?

Homilías diarias Mes de Julio

LUNES XIII SEM. ORDIN.
MARTES XIII SEM. ORDIN.
MIÉRC. XIII SEM. ORDIN.
JUEVES XIII SEM. ORDIN.
VIERNES XIII SEM. ORDIN.
SÁBADO XIII SEM. ORDIN.
LUNES XIV SEM. ORDIN.
MARTES XIV SEM. ORDIN.
MIÉRC. XIV SEM. ORDIN.
JUEVES XIV
SEM. ORDIN.
VIERNES XIV SEM. ORDIN.
SÁBADO XIV SEM. ORDIN.
LUNES XV SEM. ORDIN.
MARTES XV SEM. ORDIN.
MIÉRC. XV SEM. ORDIN.
JUEVES XV SEM. ORDIN.
VIERNES XV SEM. ORDIN.
SÁBADO XV SEM. ORDIN.
LUNES XVI SEM. ORDIN.
MARTES XVI SEM. ORDIN.
MIÉRC. XVI SEM. ORDIN.
JUEVES XVI SEM. ORDIN.
VIERNES XVI SEM. ORDIN.
SÁBADO XVI SEM. ORDIN.
LUNES XVII SEM. ORDIN.
MARTES XVII SEM. ORDIN.
MIÉRC. XVII SEM. ORDIN.
JUEVES XVII SEM. ORDIN.
VIERNES XVII SEM. ORDIN.
SÁBADO XVII SEM. ORDIN.

Viernes de la XII Semana Ordinaria

2 Re 25, 1-12

Hoy escuchamos cómo fue el fin del reino de Judá.  El rey Sedecías estuvo siempre entre los que lo invitaban a la revuelta, y los políticos más realistas, como Jeremías, que veían toda sublevación como una locura.

En ese tiempo, lo político era al mismo tiempo religioso; los que incitaban a la guerra confiaban en Dios pero no en el sentido de confiar en la alianza  viva que tenían con Dios, sino más bien en forma fetichista.

El sitio duró mes y medio, los caldeos dejaron obrar a la peste y el hambre.  Al final el rey Sedecías y los suyos salieron por la puerta sur de la ciudad.  Fue una huida desesperada.

Al poco tiempo el rey fue capturado.  De él decía Ezequiel: «Será capturado en mi red.  Lo llevaré a Babilonia, al país de los caldeos; pero no verá este país y aquí morirá» (12,13)

La ruina del templo, que fue quemado por Nebuzaradán, es el signo supremo del castigo: Dios abandonó provisionalmente a su pueblo, que no quiso optar por la fidelidad y felicidad con Dios.

Mt 8, 1-4

Hoy escuchamos en el evangelio acerca de la curación de un leproso.  La lepra no era vista simplemente como una enfermedad contagiosa, que atacaba la piel.  En el ambiente cultural de entonces, la lepra se consideraba como algo que dañaba a la comunidad, no sólo porque contagiaba, sino también como pecado religioso.

El milagro realizado denota el poder salvífico de Cristo que sana y libera al hombre en sus aspectos personal, social y moral.

La oración confiada del enfermo es todo un modelo: él reconoce la propia miseria pero, ante todo, manifiesta confianza en el poder y en la misericordia de Jesús.

Jueves de la XII Semana Ordinaria

2 Re 24, 8-17

La amenaza cada vez más fuerte de invasión y destrucción de Israel por fin se cumple.  El rey «Joaquín, igual que su padre, hizo lo que el Señor reprueba».  Se podría formular así: injusticias sociales, moral relajada, cultos paganos, política meramente humana, sin referencia a la fe.  Decían los profetas «no se apoya en Dios… sólo cuentan con sus propias fuerzas… en lugar de confiar en el Señor, buscan alianzas humanas y abandonan la Alianza».

Así termina la vida independiente del pueblo de Israel.  Viene la catástrofe, el Templo saqueado, la ciudad desmantelada, toda la gente deportada.

Parecía que todo ha terminado, la herida es mortal.  Sin embargo, de este terrible mal saldrá un gran bien: una purificación profunda, una comprensión de los reales valores; fue un doloroso período de reflexión profunda que va a llevar a luces y designios renovadores.

«Dios escribe derecho en renglones torcidos»

Mt 7, 21-29

Todos queremos construir nuestra casa en una base firme de roca, es decir, queremos que nuestra vida cristiana sea verdadera y no apariencia.  Tenemos pues que revisar que los cimientos de esa nuestra casa no tengan bases de arena y para evitar que una de esas súbitas corrientes de agua la destruya, es decir, las tentaciones, la contradicción, la flojera.

Nosotros  podríamos decir: “Señor yo estoy bautizado, estoy confirmado.  He comulgado muchas veces, mira Señor cuantas medallas tengo, pertenezco a muchos grupos, cofradías, movimientos; mira soy religioso, mira soy ¡sacerdote!»  y tal vez podríamos recibir la terrible repuesta de Dios:  «Nunca los he conocido, aléjense de mí».

Recibamos esta advertencia del Señor, construyamos la casa de nuestra vida cristiana sobre la roca firme del cumplimiento serio, cotidiano, sencillo, de la voluntad de Dios en obras de servicio y caridad.

Miércoles de la XII Semana Ordinaria

2 Re 22, 9-13; 23, 1-3

La «Alianza» -esta palabra tal vez no nos diga mucho hoy-  Pero Dios la toma muy en serio, Él es fiel absoluto; su pueblo la ha roto muchas veces, pero El la mantiene.

Oímos la narración, el año 622, bajo el rey Josías unos obreros que trabajaban en las reparaciones del templo «descubren» el libro de la ley, se trata del libro del Deuteronomio.  Se trataba de la ley sagrada del Templo de Jerusalén, escondida, perdida, olvidada durante el reinado del impío rey Manasés.

De aquí viene la renovación de la Alianza hecha por todo el pueblo, ancianos, sacerdotes y el rey.

La Alianza ciertamente era con una persona, pero el libro codificaba esa alianza, la hacía presente, la recordaba y estimulaba.

Nuestro amor a la Santa Escritura y a los evangelios, serán nuestro estímulo, luz y aliento en el seguir al Señor, comparar sus enseñanzas y ejemplos con nuestra vida, estimularnos en nuestros desalientos y alimentarnos en nuestras debilidades.

Mt 7, 15-20

El evangelio nos habló de los falsos profetas.  Profeta es el que habla en nombre de Dios.

Profeta tenemos que ser todos los cristianos, puesto que debemos dar testimonio de nuestra fe, dado que el cristianismo no es sólo una doctrina que hay que conocer, sino es, ante todo, una vida que se tiene que manifestar en obras.

Por esto el Señor nos previene de los falsos profetas que pueden intentar engañarnos y nos previene también de ser falsos profetas.

¿Cómo conocerlos, si parecen realmente ovejas?

«Por sus frutos los conocerán».  Un árbol bueno podría dar accidentalmente un fruto malo: podrido, no madurado.  Pero el Señor se refiere a una clase de fruta buena o mala.

¿Qué testimonio de Cristo y de la Iglesia estamos dando?  ¿En casa, en el trabajo, en la comunidad?  ¿Frutos de Cristo o del maligno?

Martes de la XII Semana Ordinaria

2 Re 19, 9-11. 14-21. 31-35.36

El reino de Israel se dividió en dos reinos: el reino del Norte y el reino del Sur.  El reino de Norte cayó y su gente fue deportada.

Hoy escuchábamos la temible carta de amenaza de Senaquerib.  El rey había ido en campaña contra Palestina en el año 701 A.C.  Había ido tomando una a una las fortalezas de Judá y había ya mandado un ultimátum al rey Ezequias.  Este consultó al profeta Isaías y su respuesta fue: «Esto dice Yahvé: no tengas miedo por las palabras que has oído, con las que me insultaron los criados del rey de Asiria.  Voy a poner en él un espíritu, oirá una noticia y se volverá a su tierra y en su tierra yo le haré caer a espada».

Cuando el rey recibió el nuevo mensaje, llevó el texto al templo e hizo la oración llena de confianza que escuchamos.

Oímos igualmente la esperanzadora respuesta del Señor dada por boca de Isaías.  Cuando se pone toda la confianza en Dios, hay repuestas sorprendentes.

Ahora, Jerusalén fue salvada por la llegada de un ejército egipcio y por una epidemia de peste que diezmó a los hombres de Senaquerib y le obligó a levantar el sitio.

¿Tenemos esa confianza en el Seño?                 ‘

Mt 7, 6. 12-14

Con frecuencia encontramos en los evangelios pequeñas enseñanzas, pequeñas en su tamaño, no en su importancia.

Tal vez nos parece un poco cruda la comparación con perros y cerdos.  Jesús nos enseña la prudencia y la discreción en la presentación de las cosas santas ante aquellos que no las entenderían o que, necesitarían una gradualidad, una dosificación, pues la presentación inmediata de la cumbre desanima.

Nos repite Jesús la «regla de oro del trato común»: «traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes».  Luego vendrá el mandato supremo: «como yo los he amado a ustedes».

La tercera enseñanza: «puerta estrecha», «camino angosto»; Jesús es muy realista, la entrega que El pide es exigente.  Pero… no hay otra puerta de salvación no hay otro camino de vida; la anchura y la amenidad de otras puertas y de otros caminos, es engañosa.

La palabra nos marca la vía, el sacramento nos da la fuerza para recorrerla…

San Juan Bautista

Celebramos hoy el nacimiento de San Juan Bautista. Celebrar a un santo es oportunidad para recordarnos que la santidad es posible y que a cada uno de nosotros nos toca hacerla realidad.

Con el nacimiento de San Juan también nosotros descubrimos el gran regalo de la vida que el Señor nos ha otorgado y la misión específica que cada uno de nosotros tenemos.

El profeta Isaías en la 1ª lectura nos dice que la vida es un don, un regalo, un misterio que sólo el amor grande de Dios nos puede dar. “El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre”.

No es cierto que valemos poco, no es cierto que, como pretenden las economías, la persona sólo tiene valor comercial, es mucho más grande su valor. Cada hombre y cada mujer son designio amoroso de Dios y su imagen y semejanza.

Cada uno de nosotros debemos descubrirnos como hijos muy amados de Dios. Cada uno de nosotros también somos un regalo y una bendición para los demás.

Pero además, cada uno de nosotros, al ser hechos a imagen y semejanza de Dios, hemos recibido la misión de parecernos a Él en todas nuestras actividades y en todo nuestro ser. Isaías comprende que el Señor lo ha llamado no sólo para que sea su siervo, sino para que sea luz para las naciones y la salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

También nosotros debemos comprender nuestra dignidad y nuestra misión en función de lo que somos y para lo que fuimos hechos. Debemos descubrir que nuestra causa está en manos del Señor y que nuestra tarea no puede hacerla nadie más que nosotros mismos. Otros tendrán grandes cualidades y realizarán grandes empresas, pero la misión confiada a cada uno, sólo la podemos realizar nosotros.

Estamos llamados a ser luz de las naciones, a llevar a los demás alegría y paz.  San Juan, en su mismo nombre, encuentra su misión: “Dios es gracia, Dios tiene misericordia”. El nombre, más que un gusto de los padres, como sucede entre nosotros, representa una misión. Y la misión de Juan es hermosa pero muy riesgosa: “Es el hombre enviado por Dios para dar testimonio de la luz, y prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”.

Cada uno de nosotros tenemos que ser luz que alumbre, fuego que caliente, lucero que oriente en el camino. Pero, esta luz debe brotar de dentro de nosotros mismos. De lo contrario corremos el riesgo de ser solamente candil de la calle y oscuridad de la casa.

“¿Qué será de este niño?”. También el nacimiento de cada uno de nosotros es un milagro. Cada nacimiento es un milagro de Dios y para cada uno de nosotros es también la misma pregunta: “¿Qué será de este niño?”.

Como Juan estamos llamados a ser luz y profetas. No tengamos miedo a los problemas y a los obstáculos que se oponen a la misión. No nos pongamos metas mezquinas, condicionadas por valores de mercado, por cadenas egoístas o por miradas miopes. Con Juan Bautista hoy demos gracias a Dios por nuestro nacimiento, recordemos la grandeza de nuestra misión.

Sábado de la XI Semana Ordinaria

2 Cro 24, 17-25

Ayer oíamos como empezó a reinar Joás, salvado por el sacerdote Yehoyadá de la matanza que Atalía hizo de sus nietos para quedarse con el poder.  Hoy, tomado del libro de las Crónicas, es decir, escrito unos trescientos años después de los hechos, escuchamos como terminó el reinado de Joás.

Él se había conservado fiel por muchos años, al fin, después de la muerte de su protector y guía, el sacerdote Yehoyadá, cede a los cultos idolátricos.  Nos dijo la lectura: «el Señor les envió profetas para que se arrepintieran, pero no hicieron caso a sus amonestaciones».

Nunca han faltado ni faltarán los que iluminan, enseñan, anuncian y también denuncian, pero ¿les hacemos caso?

La triste muerte de Joás «para vengar al hijo del sacerdote Yehoyadá» es interpretada como un castigo de Dios por los malos hechos cometidos.  Esto, para nosotros es una reflexión un tanto simplista porque tenemos la perspectiva de lo enseñado por Jesús.

Jesús nos hablará de la muerte de Zacarías (Mt 23, 35) según creen muchos, aunque allí se diga «hijo de Baraquías», como una expresión del rechazo tradicional de los profetas en la historia.

Mt 6, 24-34

Hoy escuchamos la continuación de las enseñanzas de Jesús sobre la jerarquía práctica de valores.

En una forma que nos parecería muy drástica y siguiendo el principio enunciado: «nadie puede servir a dos amos», nos afirma: «no pueden ustedes servir a Dios y al dinero».

Los ejemplos ilustrativos no los pone, evidentemente, el Señor para enseñarnos una fe pasiva en la Providencia o el desprecio de las exigencias materiales.  Pre-ocuparse quiere decir estrictamente «ocuparse por encima de todo», «hacer de algo la meta y el objeto de la vida».

Los bienes materiales, concretamente el dinero, no son en sí malos; pero con una facilidad pasmosa, de ser meramente medios, se convierten en meta; de ser una escalera o trampolín que nos lanzara hacia algo más alto, se convierten en sofá en el que nos arrellanamos.

Escuchemos de nuevo las enseñanzas evangélicas: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todas estas cosas se les darán por añadidura».

Viernes de la XI Semana Ordinaria

2 Re 11, 1-4. 9-18. 20

San Juan nos dice que «el Verbo se hizo carne» y vamos a ver que entre los predecesores de Cristo, en su árbol genealógico, hay personas que no son ejemplares o no son consideradas buenas personas.

En esta realidad concretísima de nuestra historia, con sus luces y sus sombras, con sus elementos positivos y negativos, con su bien y su mal, es donde se va tejiendo la historia de la salvación desde Dios.

Oímos cómo, providencialmente, la descendencia de David se conserva en Joás.

Oímos acerca de la muerte de Atalía, que para quedarse con el poder, había mandado matar a todos sus nietos.

Y oímos también una más de las renovaciones de la alianza con el Señor.  Él nunca la debilitó ni menos la negó, pero el pueblo sí se alejaba y la rompía.  El sacerdote Yehoyadá renovó la alianza entre el Señor, el rey del pueblo, con cual ellos serían el pueblo del Señor.

Nosotros somos del pueblo nuevo de la nueva y definitiva alianza.  Personalmente, ¿somos fieles a ella?

Mt 6, 19-23

Jesús hoy nos ha hablado de nuevo de una realidad muy determinante en nuestra vida cristiana: la conciencia de la jerarquía de valores.  Hay valores supremos, intermedios y menores, pero el problema está en que, su apariencia y su atractivo están en orden inverso; los bienes menores son más aparentes, brillantes y atractivos, los bienes supremos son más íntimos, más callados, más difíciles de ver.

Por esto, el Señor nos pone dos comparaciones de esta conciencia de jerarquía de valores: el corazón y los ojos.

El corazón, el afecto, es el motor de direccionalidad.  Jesús nos presenta lo caduco y perecedero de los bienes naturales pues sólo son medio, instrumento ¡con cuánta facilidad los hacemos finalidad y meta! ¡Hay tesoros superiores!

Los ojos son el criterio, el juicio, la valoración inteligente, no solo teórica sino práctica.

A la luz de la Palabra, con la fuerza del Sacramento, evaluemos nuestros criterios de valores ¿dónde está nuestro corazón?, ¿nuestros ojos son luminosos?

Jueves de la XI Semana Ordinaria

Eclo (Sir) 48, 1-15

Este himno que hemos escuchado, escrito por Jesús, hijo de Sirac hacia el año 180 A.C., viene a resumir el espíritu y la obra de Elías y Eliseo.

Se enumeran los principales gestos de Elías, todo resumido en la palabra «fuego», fuego purificador que separa definitivamente el buen metal de lo que no vale, fuego que ilumina y guía.  Elías es el que anunció las sequías y el hambre para llamar al pueblo a la conversión, él es el que resucitó al hijo de la viuda, el que luchó contra la impiedad de Acab y de Ocozías, el que ungió como reyes a Jazael y a Jehu y el que ungió como profeta y como sucesor suyo a Eliseo.  Por último está su subida misteriosa al cielo en el fuego.  Eliseo quiere conducir al pueblo al arrepentimiento para preparar la venida del Mesías.

Vienen luego las alabanzas de Eliseo. 

Nos habla de su testimonio intrépido y de lo que nos cuenta el segundo libro de los Reyes (13,21).  Se dice ahí que al ir a sepultar a un difunto, el miedo a una banda de moabitas hizo que lo dejaran al muerto en el sepulcro de Eliseo y el muerto recuperó la vida.

Todo esto nos está apuntando hacia Cristo, la Palabra misma del Padre, el manifestador de la salvación de Dios, el donador de una vida nueva, gloriosa, la suya propia.

Mt 6, 7-15

Nuestra vida cristiana, se ha dicho, está construida en una doble dimensión como el signo de la cruz, hacia Dios y hacia el prójimo.

Hoy, el Señor nos presenta una fórmula y un modelo de oración, uno de los aspectos fundamentales de nuestra direccionalidad hacia Dios; la línea vertical de esa cruz, es la base, el apoyo, la fuerza, es el combustible indispensable para que el motor funcione.

La oración de Padrenuestro ha sido siempre venerada y repetida por muchos.

Pero el Padrenuestro es modelo de toda nuestra oración.  Toda nuestra oración tiene que estar iluminada por el sentido filial hacia el Padre.  Jesús nos recordó que la oración no es una palabrería que «acorrala» a Dios y lo obliga a hacer lo que nosotros queremos.  Jesús nos enseñó a pedir en la oración «hágase tu voluntad», no «haz mi voluntad»; nos enseñó a pedir el perdón, pero nos enseñó también a comprometernos a perdonar.

Hoy especialmente, hagamos la oración del «Padrenuestro» renovándonos en nuestro sentir hacia el Padre, tratando de decir con toda verdad y compromiso cada una de sus peticiones.