La Asunción de María

Hoy es una fiesta llena de alegría. Celebramos la culminación del camino que hizo María por este mundo. Es una fiesta de victorias y triunfos, en medio de este mundo sumergido en miles de batallas que parecen todas perdidas.

Desde la primera lectura, el libro del Apocalipsis nos lanza a presenciar a esta mujer con todos los símbolos del triunfo. Hay quienes tienen miedo leer este libro porque en él aparece la bestia y numerosas figuras de animales, pero si lo leemos con atención, a través de los símbolos descubriremos una gran esperanza. Es cierto que habla de lucha y de batallas, pero con la firme esperanza del triunfo final de Cristo y de sus seguidores.

Así, en este día la primera victoria que celebramos es la de Cristo, el Cordero que es presentado degollado, pero vivo y de pie. Es el punto culminante de toda la humanidad, es la razón por la que nosotros seguimos en esta lucha, porque a través del triunfo de Jesús también nosotros esperamos alcanzar el triunfo.

Aparece María victoriosa, triunfante. La pequeñita del cántico del Magníficat, es la que el Señor ha elevado y presentado como reina. Es la que ha escuchado la palabra, la que ha engendrado y hecho germinar, la que ha dado vida.

Finalmente, también es una victoria nuestra, y de ahí nuestra alegría. Porque Cristo al asumir nuestra carne, al asumir nuestros fracasos y nuestras muertes, nos ha dado la posibilidad de participar de su victoria. Y es nuestra también la victoria de María, que es nuestra Madre.

En María, los creyentes podemos mirar hacia el futuro y decir plenamente nuestro sí, guardarlo en el corazón y poner nuestra confianza en el Dios cuyo brazo es poderoso y enaltece a los humildes.

En estos momentos de incertidumbre, contemplemos el rostro de María en su asunción a los cielos, y que su triunfo nos lleve a recordar el triunfo de Jesús y nos aliente en nuestro propio triunfo.

El Papa Francisco, retomando algunos de los textos de este día nos invita a tres actitudes muy concretas: mantener la esperanza, dejarse sorprender siempre por Dios y vivir con alegría.

Esta fiesta nos llevará a hacer más firme y viva nuestra fe.

Miércoles de la XIX Semana Ordinaria

Ez 9, 1-7; 10, 18-22

Hoy escuchamos acerca de una extraña visión, llena de símbolos.

El profeta fue testigo de los pecados del pueblo y de las idolatrías que tuvieron lugar en el templo.

El castigo estaba ya pronto, ya estaban listos los que con sus instrumentos mortales acabarían con todo.  Sin embargo, un escribano, con sus instrumentos de escritura, marcó a los justos que se salvarían.

«La gloria de Dios», es una representación visible de Dios, sentado sobre un carro tirado por querubines.  Estos son seres sobrenaturales que enmarcan lugares santos o donde se encuentra la divinidad.

Los ancianos eran los que encabezaban el culto idolátrico y serían, por tanto, los primeros en ser castigados.

El templo era el lugar escogido entre todos para ser signo único de la presencia de Dios, pero Dios mismo abandonó el santuario.

Mt 18, 15-20

El evangelio de hoy nos habla de la fraternidad, el pecado y la reacción evangélica ante él.

En la comunidad apostólica todavía había rivalidades, escándalos y pecados.

¿Cuál es el medio para reaccionar ante estas realidades negativas?  El criterio que nos ha de guiar siempre deberá ser la misericordia de Dios.  Jesús nos dice: «sean misericordiosos como su Padre es misericordioso».  Jesús nos dice también que amemos al prójimo como Él nos ha amado.

Cristo, ante el hermano pecador, nos dice que primero hay que llamarle la atención en privado, luego con uno o dos compañeros, y por último recurrir a la comunidad.

Recordemos también hoy lo que nos decía el Señor: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos»

¿Creemos de verdad en esta afirmación del Señor?

Martes de la XIX Semana Ordinaria

Ez 2, 8-3,4

Ezequiel es un profeta, es decir, uno que habla en nombre de Dios.  Para proclamar la palabra de Dios, primero debe escucharla, más aún, asimilarla, hacerla suya.

El profeta con su personalidad, experiencias, ideas, tiene que ir como desapareciendo dolorosamente para llegar a ser, cada vez más, fiel intérprete de las palabras de Dios aunque éstas sean difíciles de entender y más aún de vivir.  Pero al asimilarlas, las «traduce» para que el pueblo a quien van dirigidas las entienda y siga.  El rollo recibido estaba escrito en sus dos caras, era un mensaje extenso y «tenía escritas lamentaciones y amenazas».

Cada cristiano es un profeta que recibe la Palabra, la tiene que asimilar y la debe propagar.

Mt 18, 1-5. 10. 12-14

Hemos oído el comienzo del cuarto gran discurso de Jesús.  En él el evangelista Mateo agrupa una serie de enseñanzas sobre la vida de la comunidad.

¿Quién es el más grande?  Conscientes o inconscientemente nosotros también nos hacemos esa pregunta pues la inquietud de sobresalir, de dominar es muy humana.

Oímos la respuesta: en el Reino de los cielos hay otros criterios más allá de los puramente humanos.  «Si no cambian y si no se hacen como niños…»  Esta es la exigencia del Reino, y su total perfección sólo se dará en la Parusía, pero ese Reino hay que irlo construyendo ya, día a día, en nuestro corazón, en nuestra familia, en toda nuestra comunidad.

Cambiar, convertirse, es la primera exigencia del Reino.  Pero, ¿seremos perdonados?, ¿seremos aceptados a pesar de nuestras fallas y miserias?  El Señor afirma que sí, que seremos siempre recibidos con alegría.

No olvidemos que la conversión es una actitud fundamental, el estar rectificando es siempre necesario.

Lunes de la XIX Semana Ordinaria

Ez 1, 2-5. 24-28

Por dos semanas oiremos al profeta Ezequiel hablarnos en nombre de Dios.

Ezequiel, con Isaías, Jeremías y Daniel, es uno de los profetas mayores.  El mismo nos dice que es de familia sacerdotal y que está en la cautividad de Babilonia cuando tiene en éxtasis, «la visión» de Dios.  Nos dice Ezequiel que: «se posó sobe él la mano de Dios» con la cual expresa que su misión es obra de Dios.  ¿Cómo expresar lo que es Dios?  Para ello no tenemos sino nuestras imágenes materiales, sino nuestras experiencias humanas, por esto el profeta acumula una serie de realidades significativas que expresan grandiosidad: viento huracanado, nube, relámpagos, «el brillo del ámbar», dice nuestro texto.

Esta suprema y terrible majestad, no lo olvidemos, va a aparecer ante nosotros en la sencillez y humildad de Jesús.  Esta es la maravilla de nuestra fe.  El infinito se hace pequeño, el eterno entra en nuestro tiempo, el Todopoderoso se hace dependiente, el puro espíritu nos aparece en nuestra carne…

Mt 17, 22-27

Hoy hemos escuchado el segundo anuncio de la Pasión del Señor.  La presentación de su camino; la Pascua es algo que inquieta, escandaliza que es objeto de rechazo.  La traición, los sufrimientos, la muerte son cosas que afectan radicalmente nuestra sensibilidad.  Aquí Jesús los presenta como expresión de obediencia y amor.  El anuncio de la resurrección y de la gloria como resultado de esos dolores, no es comprendido.  El camino pascual del Señor: «se entregó hasta la muerte y muerte de cruz; por eso le dio un nombre sobre todo nombre» es también nuestro propio camino.

En ocasiones se ha presentado a Jesús como un revolucionario que ataca y destruye el orden antiguo.  Los evangelios, en cambio, nos lo presentan como un fiel observante de las prescripciones y ritos antiguos.

Los fieles israelitas debían pagar cada año dos dracmas para el Templo y su culto.  Aunque Jesús, como Él lo explica, no estaba obligado a ello, lo cumplió «para no dar motivo de escándalo».  Es de notar la importancia de la figura de Pedro: a él se dirigieron los cobradores del impuesto y él responde en nombre de Jesús.  Con la moneda maravillosamente encontrada pagará su deuda junto con la de Cristo.

Que la fuerza del don del Señor nos ayude a seguirlo siempre en su itinerario pascual.

Sábado de la XVIII Semana Ordinaria

Habacuc 1,12-2,4; Mt 17, 14-20

Una mujer estaba sufriendo la etapa terminal del cáncer. Oraba para pedir su curación, pero su estado empeoraba.  Una amiga le dijo que era una tontería estar rezando, porque sus oraciones no le daban ningún resultado.  Otra amiga le dijo que la única razón por la cual no se curaba era porque no tenía una fe suficientemente grande.  Y añadió que toda persona con suficiente fe es curada.  Ambas amigas estaban equivocadas.

Los Evangelios relatan suficientes testimonios del poder de la oración.  Hemos visto en el Evangelio de hoy cómo Jesús responde a la oración llena de fe de aquel hombre que le pidió que tuviera compasión de su hijo.  Y cuando Jesús les dijo a sus discípulos que ellos no habían podido curarlo, añadió que “por su falta de fe”.  En otras palabras, les dio a entender que ellos no habían comprendido que Él era fuerza de su poder.

Por otra parte, Jesús no escogió curar a todo enfermo y toda clase de enfermedades, y Él hace lo mismo en nuestro tiempo.  Decir que a una persona le falta suficiente fe equivale a pronunciar un juicio temerario y a utilizar a Dios en forma presuntuosa.  Santa Teresita del Niño Jesús murió de tuberculosis a los 24 años de edad, y no podemos afirmar que su fe fuera imperfecta.  Por otra parte, si nos atrevemos a afirmar que Dios la debía haber curado y prolongado su vida, es una presuntuosa afirmación de que nosotros sabemos más que Dios.

La vida, con los sufrimientos que lleva implícitos, es un misterio.  El profeta Habacuc no comprendía por qué Dios permitía que los enemigos de Judea la castigaran, puesto que, si Judea era pecadora, sus enemigos eran todavía más pecadores.  La única respuesta es ésta: “El justo vivirá por su fe”.  La fe sí es necesaria, no para obtener milagrosas curaciones o para aligerar el sufrimiento, sino para vivir con Dios y aceptar su voluntad en nuestra vida.

Viernes de la XVIII Semana Ordinaria

Nahúm 2, 1. 3; 3, 1-3 . 6-7

Hoy escuchamos al profeta Nahúm.  Él es uno de los profetas llamados menores, sobre todo por el tamaño de su obra.  La de nuestro profeta no llega a cubrir tres páginas de nuestra Biblia.  Su nombre es un diminutivo de Nehemías= Yahvé consuela.

Nahúm es un contemporáneo de Jeremías.  Este profeta con palabras muy sentidas y llenas de fuerza poética, anima al pueblo prediciendo la caída de Nínive.  En ese tiempo, la capital Asiria estaba en la cumbre del poder, sus ejércitos habían dominado hasta Tebas, la capital de Egipto.  Pero esa grandiosidad no durará, Nínive se derrumbará ante el acoso de Babilonia.

Oímos cómo habla el profeta de esa «ciudad sanguinaria, toda llena de mentiras y despojos, que no ha cesado de robar».

Para los oprimidos, Dios es la gran esperanza de liberación, liberación en todos los sentidos del término, y que debe alcanzar hasta lo más íntimo de cada uno.

Mt 16, 24-28

Jesús puso dos condiciones para seguirlo; negarse a sí mismo y tomar la cruz.

Seguro que a muchos que oyeron a Jesús por primera vez las palabras del evangelio de hoy: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”, les parecieron duras y que era mejor no seguirle, si lo único que nos propone son cruces, renuncias, sufrimientos… Pero no es así, y claro que merece la pena seguir a Jesús.

Para un cristiano todo empieza cuando se encuentra con Jesús y le descubre como un verdadero tesoro. Un tesoro que es capaz de llenar el corazón humano con lo que más anhela: amor, luz, sentido, esperanza, emoción… Las renuncias y las cruces para un cristiano vienen por rechazar todo lo que no nos deje seguir a Jesús y continuar gozando de la vida y vida en abundancia que él nos regala. Se sale ganando siguiendo a Jesús.

“Negarse a sí mismo” es lo contrario de “negar a Cristo”. Quien niega a Cristo no entrega la vida, quien sigue a Cristo entrega la vida y llena su corazón de amor y de profunda alegría.

Jueves de la XVIII Semana Ordinaria

Jer 31, 31-34

Hoy Jeremías nos ha presentado la visión no sólo de un pueblo que regresa a la tierra patria, de unas ciudades y del templo reconstruidos, de una prosperidad material y cívica, sino que nos presenta también la raíz, la dinámica, el espíritu mismo de esta restauración.  Esto es expresión de la fidelidad de Dios a su alianza.

«Haré una alianza nueva»,  esto lo vemos cumplido totalmente en Cristo: «Esta es la sangre de la alianza nueva y eterna».

La nueva ley ya no estará grabada en tablas de piedra, sino en lo más interior de cada hombre, en la mente y en el corazón.

La ley nueva será la ley del amor.  «Les doy un mandamiento nuevo….»

Esto traerá un conocimiento del Señor, no meramente intelectual, sino ante todo experimental, pues es su propio amor el que vive en nosotros y nos hace amar.

Mt 16, 13-23

Cristo, después de habernos preguntado qué se opina hoy de Él, formula otra pregunta especial: «¿Y para ustedes quién soy yo?»  El Señor espera una respuesta real: «¿En la práctica, quién soy yo para ti?» «¿Cuánta importancia tengo en tu vida?»  «¿Soy realmente tu Señor, el modelo, la norma real de tu vida?»

La doble actitud de Pedro lo refleja muy fielmente.  Vemos como las dos caras de una moneda. 1) «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»  «Dichoso tú Simón, hijo de Juan.  Esto te lo ha revelado mi Padre»  «Tú eres roca… A ti te daré las llaves… “Y luego ante la perspectiva de la pasión: 2) «no lo permita Dios, Señor.  Eso no te puede suceder a ti»  Apártate de mí, Satanás… tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres».

Mirémonos en ese espejo.  La obra salvífica del Señor nos lleva a que vivamos cada vez más bajo la guía e inspiración de Dios.  Que a ello nos lleve la Eucaristía que estamos celebrando.

Miércoles de la XVIII Semana Ordinaria

Jer 31, 1-7

El profeta está hablando a un grupo que difícilmente puede ser llamado «pueblo».   No tiene tierra patria, está en el destierro, su capital fue destruida, el Templo, síntesis de su historia, de su tradición, de su culto, había sido echado por tierra.

En este ambiente totalmente obscuro destella esta luz esperanzadora.  De nuevo el principio fundamental de la Alianza: «Yo seré el Dios de todas las tribus de Israel y ellos serán mi pueblo».

El amor infinito, eterno, infalible, de Dios, es el espíritu animador de todo. «Yo te amo con amor eterno».

Cuando cada uno de nosotros entienda esto, cuando mire  a Cristo como la plena realización de ese amor de Dios y lo mire como paradigma de su vida: «Que se amen unos a otros como yo los he amado»,  entonces seremos realmente cristianos.

Mt 15, 21-28

Debemos leer o escuchar la Santa Escritura como quien recibe un mensaje de salvación.

Aparece claramente hoy la universalidad de la salvación, cuya única exigencia es la apertura al don de Dios más allá de cualquier privilegio de raza.

Jesús hace un gran milagro fuera del territorio de Israel, y lo hace a una mujer cananea.

La fe de la cananea nos aparece deslumbrante, va más allá del aparente rechazo de Jesús cuando éste le dice: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos».   En el escrito de Mateo, dirigido primeramente a judeo-cristianos, esto aparecía como una reclamación a los judíos que no habían aceptado a Cristo.  Los hijos no quisieron el pan; ahora son otros los que de él se aprovecharán.

Cuando Jesús encuentra un rechazo no hace ninguna obra de salvación.  Cuando encuentra una fe tambaleante, Él se encarga de apuntalarla.  Para el que cree todo es posible.  Y cuando encuentra una fe tan firme como la del ejemplo de hoy, Jesús siempre la alaba y concede la salvación: “Qué grande es tu fe.  Que se cumpla lo que deseas».

Que nuestra respuesta de fe, al don de la luz de la Palabra y de la fuerza del Sacramento sea tal que merezcamos el mismo elogio y la misma seguridad de parte de Jesús.

La Transfiguración del Señor

Mc 9, 2-10

En días pasados, pedí a niños muy pequeños de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Algunos de ellos son tan pequeñitos que casi no tienen costumbre de usar los colores y para quienes las primeras veces es difícil combinar los colores. Así uno de ellos, tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo.

Yo me quedé pensando como nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con nuestros propios colores a nuestro capricho.

La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos, que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente.

Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos.

Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.

La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.

El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia.

Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escuchadlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.

Lunes de la XVIII Semana Ordinaria

Jer 28, 1-17

Dios nos ha hablado de muchos modos, pero en una forma totalmente cumbre, en su propio Hijo, Cristo Jesús, nos había hablado por medio de los profetas.  Hoy nos habla ante todo, por medio de la Santa Escritura, de su Iglesia, nos habla de muchos otros modos, en los acontecimientos, en las personas; pero no siempre es fácil saber si es verdaderamente Palabra de Dios o meramente humana.

Hoy escuchamos un conflicto semejante, dos personas que se dicen mensajeros de Dios, con unos mensajes totalmente diferentes.  Uno anuncia la vuelta de la paz, la restauración, la tranquilidad; el otro, en cambio, todo lo contrario.

Jeremías da una respuesta a Jananías: «Sólo hasta que se cumpla sus palabras se puede reconocer que es un verdadero profeta, enviado por el Señor».

Jesús va a decir más tarde: «por sus obras los conocerán».

Vimos otro «hecho simbólico».  El yugo que trae al cuello Jeremías es roto por Jananías.  Jeremías replicará, en nombre del Señor, «has roto el yugo de madera, pero yo lo sustituiré por uno de hierro».

«El verdadero profeta es fiel a Dios y a los hombres: dice la palabra de amenaza o de consolación, para salvar, para hacer que se vuelva a Dios, no para dar seguridades alienantes; para responsabilizar y no para acallar conciencias».

Mt 14, 13-21

Aunque hemos oído tantas veces la narración de las multiplicaciones del pan y los pescados, la meditación atenta de este signo nos ilumina siempre más y nos impulsa a una acción cada vez más decidida.

Jesús se ha manifestado como luz y vida nuevas.  El ilumina con sus enseñanzas y ejemplos, da salud a los cuerpos y a los espíritus, y ahora se nos manifiesta como alimento, fuerza, vida y elemento unificador.

El alimento restituye las fuerzas gastadas naturalmente y por el trabajo; previene las enfermedades dándonos vigor, pero la comida también es expresión e instrumento de unidad.  Comer juntos del mismo alimento simboliza y realiza una unidad de vida.

Aunque evidentemente el alimento que Jesús reparte no es la Eucaristía, está apuntando hacia ella; los mismos gestos: tomar, pronunciar la bendición, partir y repartir.  Juan añade en su versión que estaba cerca la fiesta de la Pascua, con lo que la enseñanza es más adecuada.

Jesús se nos muestra como alimento que comunica la vida, pero en alguna forma nos está llevando a la consideración de que también nosotros tenemos que ser alimento vivificante y unificador para los demás.  Tratemos de realizar lo que nos enseña.