El día siguiente a Todos los Santos hacemos memoria de los fieles difuntos. Ayer nos alegrábamos por todos aquellos que ya están en la casa del Padre, hoy la Iglesia nos invita a rezar, a rogar por todos los difuntos para que Dios los purifique y los acoja en su presencia.
Hoy, es, pues, para nosotros un día de recuerdo, de fe en la resurrección, de comunión fraterna con los difuntos, de rezar por ellos y de esperanza en que un día nos encontraremos con ellos de nuevo.
Hoy es día de recuerdo. Es muy bueno que en este día tengamos presentes a nuestros difuntos, que los visitemos en el cementerio, que ofrezcamos la misa por ellos. Pero para un cristiano, recordar a los difuntos incluye a todos los que han muerto, conocidos o no. A todos, los queremos tener presentes hoy. Aunque de una manera más especial recordamos a nuestros familiares y amigos que han dejado esta vida.
Hoy es, también, un día en el cual renovamos nuestra fe en la resurrección del Señor y en la de todos los difuntos. Al morir Cristo en la cruz nos liberó de la muerte, por ello todos los que han muerto con Cristo también resucitarán con Él.
El propio Jesucristo entregó su vida por nosotros en la cruz. Él sufrió como nadie el tormento y el dolor. Si todo se hubiera quedado en la cruz sería nuestra fe un tremendo fracaso, pero Cristo resucitó venciendo la muerte y dando sentido a nuestra vida.
Precisamente porque creemos en la vida más allá de la muerte, hoy es, también, un día de comunión con nuestros difuntos. Tenemos que sentirnos solidarios con todos los difuntos. Nuestra solidaridad con los difuntos no es meramente sentimental, sino que gracias a Jesucristo, los difuntos no han dejado de existir sino que disfrutan de una vida personal más allá de la muerte. Nuestra comunión con ellos es una comunión con unos seres bien reales y no simplemente un recuerdo bonito.
No habremos madurado bien en nuestra fe si creemos que allá en el cementerio siguen estando nuestros seres queridos. Ahí está su recuerdo, pero ellos no están, porque han sido llamados a vivir una Vida en plenitud con Dios.
El día de la Resurrección de Cristo, las mujeres fueron al sepulcro y se encontraron con un ángel que les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Por eso, nuestros muertos no están en el cementerio, está su recuerdo y es bueno que los recordemos sobre todo cuando muchos de ellos nos han dado tantos ejemplos de bondad y entrega, pero recordemos que ellos están viviendo ya una vida diferente, una vida en plenitud.
Hoy es también un día de esperanza. Sabemos que, después de pasar también nosotros por el paso de la muerte, podremos reencontrarnos con nuestros seres queridos y con la multitud de hermanos que disfrutan ya de la victoria de Jesucristo sobre el mal y sobre la muerte.
Cristo ha sufrido la muerte para abrirnos la puerta de la Vida para siempre. Nuestra esperanza es aún mayor porque sabemos que no sólo nos reencontraremos con nuestros difuntos, sino que también podremos ver el rostro de Jesucristo y podremos disfrutar personalmente del abrazo eterno de Dios Padre en el gozo del Espíritu Santo.
Esta esperanza cristiana nos tiene que hacer ver que la vida no se acaba con la muerte, por ello, tenemos que ser anunciadores de la esperanza de vida eterna que hay en nosotros gracias a la fe en Cristo muerto y resucitado.
Como cristianos tenemos que aceptar la muerte y creer en la vida, porque sabemos que la muerte, desde el día que Jesús murió en la cruz por amor a todos nosotros, por amor a todo el mundo, la muerte es un paso, es la puerta para entrar a vivir eternamente con Dios. No nos olvidemos, pues, que estamos de paso en esta vida, pues nuestro destino es el cielo.
A muchas personas les da miedo la muerte, porque creen que con la muerte se acaba todo. Sólo desde la fe podemos tener esperanza en la vida eterna, porque “en la vida y en la muerte somos del señor”. Dios nos ha creado para la vida, porque Él es el Dios de vivos y quiere que todos los hombres vivan y lleguen un día al cielo.
Un día nuestra hermana muerte llegará y lo importante es que ése día estemos satisfechos de haber hecho lo suficiente, de haber aprovechado los dones y talentos que el Señor nos ha concedido. Se muere como se vive, sin en nuestra vida hay amor, la muerte será un simple paso, una puerta que se abre a una vida sin fin.
Hay que estar preparados para la muerte, no hay que tener temor o miedo, por ello, hemos de vivir el presente sabiendo que la vida en este mundo tiene un final y por eso aprovechemos el presente haciendo el bien y ayudando al prójimo y cumpliendo con Dios.
No olvidemos lo que nos dice el Señor: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, no morirá para siempre, sino que tendrá la vida eterna”.