Viernes de la III Semana de Pascua

Hech 9, 1-20

Este hermoso y ya conocido pasaje de la conversión de san Pablo, nos presenta diversos elementos para nuestra reflexión.

Uno de ellos es la reacción contraria de Ananías a bautizar a san Pablo y la obediencia total a la propuesta de Dios. Es importante el reflexionar en ello pues con frecuencia ocurren este tipo de situaciones en nuestra vida en las cuales nosotros, humanamente, pensaríamos que las cosas debían ser o hacerse de una determinada manera, sin embargo Dios puede tener una forma distinta de reaccionar.

Esto sobre todo ocurre cuando, como en el caso de Pablo, es necesario trabajar, cooperar, convivir con alguien que por su conducta o actitud hacia nosotros o hacia nuestras personas queridas, no ha sido correcta.

Recordemos que todos hemos sido llamados a crecer en el amor y que muchas veces una sonrisa, el tender la mano, simplemente el saludar, puede ser el elemento por el cual Dios pueda acercarse a quien hasta ahora, por su ceguera espiritual, lo ha rechazado.

Seamos dóciles a la voz del Espíritu.

Jn 6, 52-59

El amor lleva a darse. Cuando se trata de un amor como el de Jesús, se llega hasta los extremos más insospechados, hasta el “invento” de la Eucaristía.

Cristo tiene que marcharse de este mundo pero “inventa” el modo de quedarse para siempre entre nosotros verdadera, real y substancialmente.

Todos nosotros hemos tenido alguna vez esa experiencia, tan humana, de una despedida. Y sobre todo, si se trata de dos personas que se quieren, su deseo sería el de continuar juntos sin separarse, pero no se puede.

El amor del hombre, por muy grande que sea es limitado. Pero lo que nosotros no podemos, lo puede Jesucristo. Él, perfecto Dios y perfecto Hombre, se tiene que ir pero al mismo tiempo se queda, se perdura, se eterniza en este mundo.

Cristo sabe que en muchos sagrarios donde Él mora estará solo la mayor parte del día, experimentando la soledad. Más Cristo se ha quedado por nosotros, como prisionero por nuestro amor. Siempre esperando. Te está esperando, me está esperando. Espera a todos y cada uno de los hombres, para demostrarnos y desenmascararnos su amor.

¿Cómo no pagar tanto Amor con amor?

Jueves de la III Semana de Pascua

Hech 8, 26-40

El pasaje que nos propone la Escritura hoy nos ayuda a darnos cuenta cómo podemos anunciar a Jesús desde cualquier situación o acontecimiento.

Hemos visto como Felipe, «partiendo de ese pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús» al Etíope. Si te fijas, a lo largo de nuestro día, tendríamos muchas oportunidades de hablar de Jesús, de nuestra experiencia espiritual, de lo diferente que es la vida en Cristo. Y no nos referimos a esa insistencia pertinaz que muchas veces termina por molestar e incluso, por «vacunar» a los que conviven con nosotros.

Nos referimos a esa oportunidad que surge a propósito de…. que dimos gracias a la hora de comer;…que tenemos nuestra Biblia sobre el Escritorio; … que llevamos la Biblia bajo el brazo… de que hemos recibido una promoción… de que… Oportunidades si hay, necesitamos empezar a perder el miedo y dejar que Jesús se transparente en nosotros y nos utilice como hizo con Felipe para extender su amor a los demás.

Jn 6, 44-51

Tenemos hambre, hambre de Dios. Necesitamos el pan de vida eterna. Quizás hemos probado otros “banquetes” y hemos descubierto que no sacian nuestro deseo plenamente. Pero Cristo se revela como el alimento que necesitamos, el único que puede colmar nuestras necesidades y darnos la fuerza para el camino.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que en la comunión recibimos el pan del cielo y el cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo.

Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía. Cristo baja del cielo al altar, por manos del sacerdote. Viene a nosotros y espera que también nosotros vayamos a Él, que lo busquemos con frecuencia para recibirlo, para visitarlo en el Sagrario.

Es pan de vida eterna, según su promesa: “Que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna”. Quien vive sostenido por la Eucaristía, crece progresivamente en unión con Dios, y viéndolo en este mundo bajo el velo de las especies del pan y el vino, nos preparamos para contemplarlo cara a cara en la vida futura.

La comida del pan, alimenta el cuerpo, la Eucaristía el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir. ¿Realmente tomas la Eucaristía como un alimento?

Miércoles de la III Semana de Pascua

Hech 8, 1-8

De nuevo vemos cómo de situaciones que nos parecerían «adversas» como es el caso de una persecución, son precisamente éstas las que hacen posible que la salvación se extienda al resto de la comunidad.

Muchos son los casos en los que una enfermedad, la muerte de un amigo, la perdida del trabajo, son precisamente el instrumento de Dios para traer la salvación a la familia o a la propia vida. Por ello debemos siempre recordar lo que dice san Pablo al respecto: «Todo conviene para aquellos que aman al Señor»

De manera que si estás pasando por una situación particularmente difícil en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela o en cualquier área de tu vida, mantén firme tu fe en el Señor. Verás que con el tiempo, si dejas que Dios verdaderamente obre en ti, eso que ahorita es causa de dolor y pena, se convertirá en fuente de alegría y salvación. La vida no es fácil en ningún sentido, pero Jesús ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Jn 6, 35-40

Todo el que vea al Hijo de Dios y crea en Él, es decir, quien lo reconoce y acoge mediante la fe, tendrá la vida eterna y resucitará en el último día. La fe es un don de Dios que nos dispone para asentir a las verdades reveladas por Dios. No es algo que se logre por un mero esfuerzo humano. Pero es necesaria nuestra colaboración con Dios. Dios ha querido sentir necesidad de nosotros.

Hay cristianos que son como esos cantos redondos de los ríos, que a lo mejor llevan años dentro del agua, pero se rompen y en su interior están completamente secos. La falta no está en el cristianismo sino en esos corazones que son como el de los judíos del evangelio: “han visto pero no han creído”.

Nada hemos de valorar tanto como este regalo de la fe. Por defender la fe, se da incluso la vida, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de los siglos. Pero no nos sintamos solos. Cristo nos espera con los brazos abiertos, porque quien camina hacia Él por la fe, nunca será rechazado.

A mayor fe, se esperaría una respuesta más grande de la persona. Sin embargo ¿qué pasa?, nos encontramos frecuentemente con gente que dice: «Yo creo en Jesucristo, creo que él es Dios, creo que está vivo», sin embargo su respuesta a esta fe no es congruente con lo que profesa, por ello no tiene Vida, ya que la frase se completa con: «El que viene a mí…»  En otras palabras, Dios nos pone en el corazón el deseo de ir a Jesús, de conocerlo de amarlo, de tenerlo como Señor, pero ahora depende de nosotros el caminar, es decir, el orar, el conocerlo en su Palabra, el recibirlo verdaderamente como Pan de Vida. Pan que da la vida eterna. Revisa en estos días que tan generosa está siendo tu respuesta a la fe que Dios ha suscitado en ti.

Martes de la III Semana de Pascua

Hech 7, 51—8, 1

Duras, pero ciertas las palabras de San Esteban dirigidas a todos nosotros: «Hombres de cabeza dura, cerrados de corazón y de oídos. Ustedes resisten siempre al Espíritu Santo». Y es que la verdad, pensemos ¿cuántas veces hemos tenido la oportunidad de crecer más en el amor de Jesús, de asistir a un retiro? ¿Cuántas veces por pereza o por darle prioridad a otras actividades hemos faltado a misa? ¿Cuántas veces, pudiendo hacer la caridad, un favor, un servicio no lo hemos hecho? ¿Cuántas veces hemos preferido ver la Televisión en lugar de atender a nuestros hijos, hermanos, o a nuestros padres? ¿O cuantas veces hemos dejado la oración por alguna otra actividad?

En esta Pascua Jesús nos ofrece de nuevo la posibilidad de abrirle totalmente nuestro corazón y dejar que sea el Espíritu Santo quien dirija nuestra vida; nos hace de nuevo la invitación para que tomemos el evangelio como norma de nuestro diario obrar y para que hagamos de la caridad un estilo de vida.

Jn 6, 30-35

Nosotros tenemos hambre y sed. Es Cristo el que llena nuestras aspiraciones de verdad. Sólo en Cristo podremos saciar esa nuestra hambre y nuestra sed.

Jesús se quedó como alimento en el Pan de la Eucaristía, para que el mundo no sufra más hambre. Los judíos rechazaban que Jesús fuese el pan bajado del cielo. No podían ni querían aceptar en aquel hombre pobre y sencillo, al enviado del Padre, del que había recibido el poder de dar la vida eterna. Eran incapaces de ver en Jesús, al Hijo de Dios. ¿Por qué? Porque no querían escuchar al Padre, cuyo designio era “que todo hombre que ve al Hijo y cree en Él, tenga la vida definitiva, y pueda ser resucitado en el último día”.

Nadie puede creer en Jesús, si el Padre no lo empuja hacia Él, sin la gracia del Espíritu Santo. La clara voluntad del padre es darnos la vida y la resurrección, la salvación definitiva por medio de nuestra adhesión a Cristo. Si creemos de verdad en Él, ya tenemos desde ahora la vida eterna. Nuestra respuesta debe ser abrirnos al Espíritu Santo, para que nos enseñe a ser dóciles al Padre, que nos quiere dar la vida por Jesús.

Por eso, al creer, en Jesús y adherirnos a Él, tenemos ya desde ahora la vida eterna. Nos han enseñado a esperar la vida eterna después de la muerte. Y por cierto que será entonces cuando podamos alcanzarla en plenitud. Cuando el Señor nos resucite. Pero lo fe en Cristo, nos permite tener aquí también la vida verdadera. No podemos llegar al Padre, sino por Cristo. Es Jesús quien nos hace visible al Padre. Él nos da a conocer el designio amoroso del Padre nos dice que nada de lo que el Padre le ha confiado puede perderse. Jesús nunca nos rechaza.

Por eso hoy, vamos a darle gracias a Jesús, por ser el pan de Vida que nos alimenta en cada Eucaristía para fortalecernos en nuestro camino hacia el Padre, y vamos a decirle a nuestro Padre, que regale el don de la fe, de una fe incondicional en Cristo, que murió y resucitó para conseguir la Vida Verdadera a cada uno de nosotros.

Lunes de la III Semana de Pascua

Hech 6, 8-15

Al escuchar esta lectura nos llena de admiración el odio que se puede llegar a crear sobre una persona por el simple hecho de creer en Jesús. Sin embargo, que lejos estaban las comunidades cristianas de aquel tiempo en pensar que esto que sucedió a Esteban lo haríamos nosotros los cristianos con nuestros propios hermanos cristianos.

Las divisiones que han existido y que aun desgraciadamente existen en la Iglesia, han sido motivo para calumniar, herir, desterrar e incluso llegar a matar aquellos que no profesan la fe de la misma manera. Las luchas religiosas en todo el mundo lo único que han dejado es hambre, miseria, muerte, desolación y sobre todo grandes heridas en el corazón de los creyentes. ¿La causa?, que no dejamos que Dios arregle las cosas, sino que las queremos arreglar nosotros y de esta manera el odio, solo engendra más odio.

Esteban, nos dice la escritura, lleno del Espíritu Santo, dejó que Dios hablara por medio de él, con palabra de amor, no con espadas y con lanzas. En tu trato con hermanos que nos profesan la fe como tú, permite a Dios actuar… si te atacan, siéntete feliz de padecer por el nombre de Jesús y tu caridad mostrará a tus adversarios, que Dios verdaderamente vive en ti. Recuerda que el amor siempre vence.

Jn 6, 22-29

La muchedumbre busca a Jesús y no le encuentra. Toman las barcas y cruzan el pequeño mar de Galilea para estar con Jesús. ¿Para qué lo buscan con tanta insistencia? Pero dejemos a la gente del Evangelio y hagamos mejor la pregunta a nosotros mismos: ¿Por qué busco a Jesús? ¿Por qué voy a misa los domingos? ¿Por qué comulgo? ¿Busco a Jesús o me busco a mí mismo?

Se puede seguir a Jesús por motivos diversos y no siempre honestos.

En el Evangelio Cristo les echa en cara que le buscan no por haber visto en Él al Hijo de Dios sino porque sació su hambre con abundantes panes y peces. Él les ofrece dones del cielo pero ellos sólo ansiaban cosas terrenales. En nuestros días Jesús podría indignarse ante los que asisten a Misa dominical para que los vean o para encontrarse con los conocidos, o podría acusar a alguno de buscar solamente su «salud psíquica» sin preocuparse sinceramente por expulsar el pecado de su vida.

¿Qué es lo que nos falta? Lo que nos falta es fe. Esa fe que es antorcha para la vida del cristiano. Cuando todo se oscurece el creyente puede seguir andando sin temor porque lo alumbra la fe. La fe es la balanza segura en la que podemos descubrir lo que vale más para nuestra vida. La fe nos impulsa a desear las cosas del cielo… Y, si tenemos poca luz o nos falta por completo, pidámosela a Dios, Él es el Padre bueno que concede a sus hijos todo lo que le piden.

Sábado de la II Semana de Pascua

Hech 6, 1-7

Ayer en el evangelio veíamos a Jesús alimentando de forma milagrosa a cinco mil personas.  Fue un milagro inspirado por la compasión, no distinta de la preocupación de los apóstoles, mencionada en la primera lectura, pero más profunda.  Fue un signo del poder que tenía Jesús sobre los elementos materiales, el pan en particular.  Es el mismo poder que Jesús actúa en la Eucaristía.  En el evangelio de hoy vemos que Jesús realiza otro signo: camina sobre las aguas.

En el Antiguo Testamento el poder sobre el agua se consideraba como un signo de la divinidad.  Basta recordar el poder de Dios, que dividió el mar Rojo para que pasaran los israelitas.  Jesús «conquistó» las aguas, no solamente al caminar sobre las olas, sino también al apaciguar la tormenta.  Aquel milagro fue un escalón en la revelación gradual de su verdadera condición de Hijo de Dios.  Fue un signo del poder que Jesús tiene, como Dios, sobre su propio cuerpo.

Multiplicar los panes y caminar sobre las aguas, juntos, forman un solo signo relacionado con la Eucaristía.  Muestran que Jesús tiene poder para multiplicar la presencia de su cuerpo bajo la apariencia del pan.  Jesús se interesa por nuestro bienestar físico, pero le preocupa más profundamente nuestro bienestar espiritual.  Los dos acontecimientos que nos relata el evangelio de Juan son invitaciones a tener fe en la Eucaristía, a creer que Jesús tiene poder para alimentarnos con su cuerpo y que nos ama tanto que anhela darnos el regalo de sí mismo de la manera más extraordinaria.

Jn 6, 16-21

La  tarde  va  cayendo y  la  noche  sea adueña  de nuestras  vidas, de las  vidas  de los apóstoles en los que la decepción,  la oscuridad, la incertidumbre, el miedo, han hecho mella.

Bajan al lago, cogen una barca y entran mar adentro. Dejando a Jesús atrás.

Un fuerte viento se levanta y la navegación se hace más peligrosa, el miedo crece. Los apóstoles están desanimados, desolados.

Pero pasados unos cinco kilómetros, Jesús sale a su encuentro, va caminando por las aguas, y al verlo los discípulos vuelven a sentir miedo, hasta que lo reconocen.

Le acogen en su barca y vuelve a ellos la tranquilidad, desaparece el miedo, ya no se sienten ni solos ni desilusionados, sino felices de volver a tener al Señor con ellos. Quizá sí pudieron sentir un poco de vergüenza y tristeza ante su desconfianza, su falta de fe. Pero Jesús no les  abandona,  Él es el Buen Pastor  que  acude  en busca  de su rebaño, no lo deja que se vaya a la deriva,  lo coge de su mano y  les  fortalece para seguir  navegando por las  aguas y  llegar a  la orilla.

Hoy día quizá también estamos como los  apóstoles, nos  adentramos en la oscuridad llenos de  desesperanza, nuestra  fe  se ha vuelto débil, desconfiamos, ¿nos  sentimos  acaso abandonados por Jesús?, o por  el contrario, ¿acaso no  somos nosotros los que huimos, al no  ver  lo que  queremos ver en Él? Entramos en crisis y queremos abandonar  y  es en esos momentos en los que  debemos  luchar  por salir a la Luz, seguir  remando sin abandonar, sabiendo que Él llegara en cualquier  momento  a salvarnos, se  acerca  y nos  dice : soy yo no tengáis miedo. Palabras de las que debemos fiarnos. Él no viene a echarnos una fuerte reprimenda por nuestras huidas, por nuestra  falta  de fe, todo lo contrario  viene  a darnos su amor incondicional y  a  salvarnos.

Somos  elegidos al igual que los apóstoles  para  continuar  su  obra,  para  seguir  construyendo  el Reino de Dios, para  llevar  el Evangelio por todo el mundo.

Debemos enfrentarnos a nuestros miedos, vencer nuestras inseguridades, afianzar nuestra fe. Jesús sale siempre a nuestro encuentro, camina junto a nosotros, porque Él es nuestra fuerza, nuestra confianza, nuestro mayor alimento, la Luz que nos guía. Nunca dejará que nos perdamos en la oscuridad de la noche, que nuestra barca se hunda, la barca de nuestra iglesia.

Él es el Camino que nos lleva a la Verdad, para que su Vida brille en el mundo apagando toda oscuridad.

Viernes de la II Semana de Pascua

Hech 5, 34-42

Este pasaje nos permite destacar dos elementos importantes para nuestra vida.

El primero, y que es en esencia la tesis que continuamente presenta Lucas en su libro, es el hecho de que el proyecto de Dios, la extensión del Reino, se realiza a pesar de todos los obstáculos humanos que se van presentando. Por ello nuestra cooperación a su propagación consiste en permanecer fieles y obedientes a la palabra de Dios. De manera que las oposiciones que a veces se presentan en nuestros centros de trabajo o de estudio no hacen otra cosa que confirmar la palabra de Jesús: «Serán perseguidos por mi causa».

La segunda enseñanza, que se deriva precisamente de ésta, es el hecho de que los apóstoles tomaron como un honor el haber padecido todo esto por el nombre de Jesús. Ahora si pueden estar seguros que son «bienaventurados» y que les pertenece el Reino de los cielos.

Por ello, cuando te persigan, te desprecien, te traten mal por portarte, vivir o pensar como un cristiano, agradécele a tu agresor la oportunidad que te dio de «padecer por Cristo» y siente agradecido al Señor que te consideró digno de este honor.

Jn 6, 1-15

Entre los personajes que intervienen en la escena evangélica, además del Maestro, los apóstoles y la multitud, el muchacho de los panes y los peces pasa muy desapercibido en el relato. Apenas se menciona, pero su presencia y generosidad fueron claves para que Jesús obrara el milagro.

De hecho, cuando Felipe le señala, bien hubiera podido decir: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero no sé si quiera entregarlos y, de cualquier modo, ¿qué es eso para tantos?»

Todos los milagros de Jesús requirieron de la fe de quienes los pedían. Éste, además, requirió de la generosidad de aquel muchacho. Como si quisiera decirnos con ello el evangelista, que para obtener el milagro de la propia conversión o del propio progreso espiritual y humano, siempre se requiere generosidad. Darlo todo, y darlo de corazón.

Igualmente, cuando se trata de la ayuda a los demás, muchas veces tenemos en nuestras canastas los cinco panes y dos peces que necesita nuestro prójimo. A veces es una limosna, a veces es ceder el paso en la calle o una simple sonrisa que devuelva la confianza a nuestros hijos o compañeros de trabajo, después de que hemos sufrido algún percance.

Los cinco panes son, sin duda, una representación de los talentos que Dios nos ha regalado. Sólo en la medida en que los demos a los demás, fructifican y rinden todo cuanto pueden. Si los guardamos para nosotros mismos, pueden echarse a perder. Hay que recordar que el milagro comienza cuando aquel muchacho cedió al Maestro sus panes, para que diera de comer a toda una multitud…

San José Obrero

Hoy se nos invita a contemplar a San José como trabajador y obrero, que con sus manos sostuvo a la Sagrada Familia. Muchas asociaciones y grupos también recuerdan hoy el Día del Trabajo y se solidarizan con las personas que no tienen trabajo o que sus condiciones laborales no corresponden a la dignidad de un hijo de Dios.

Duele la situación de tantas personas, sobre todo jóvenes o padres de familia que no tienen la oportunidad de estudiar ni de trabajar, o de aquellas otras personas que aunque tienen trabajo su sueldo es raquítico e injusto, o las condiciones en las que trabajan son muy deficientes.

Hoy es un día especial porque a contemplar a José y a Jesús como trabajadores, deberíamos de revalorar el trabajo, no solo como un medio de sustento sino también como un elemento muy importante en la realización personal.

En la actualidad sobre todo en las ciudades, hemos llegado a una situación en la que parece que el trabajo nos absorbe todo el tiempo y no nos deja espacio para otras actividades. Las madres de familia, los papás, los mismos hijos tienen que ocupar casi todo el día en actividades laborales y se van endureciendo y haciendo insensibles a las necesidades de los demás.

La cultura actual propone estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y la dignidad del ser humano. El poder, la riqueza y el placer se han transformado por encima del valor de la persona en la norma y el criterio decisivos en la organización social. Se mira a la persona como una tuerca más del engranaje de la producción. Tendremos que esforzarnos mucho para realzar, en estas situaciones, el valor supremo de cada hombre y de cada mujer.

Toda la sociedad debería de estar encaminada a procurar una vida digna para cada uno de sus ciudadanos.

Que este día nos comprometamos a buscar estructuras más justas; que hagamos de nuestros trabajos una fuente de vida y dignidad para cada una de las personas; que luchemos contra toda injusticia en el campo del trabajo.

Trabajemos con entusiasmo, pero mirando nuestras labores como un acercamiento a Dios Padre que siempre trabaja, que sostiene la vida, que nos cuida como hijos.

Miércoles de la II Semana de Pascua

Hech 5, 17-26

¿Quién podrá detener el anuncio de la Palabra de Dios? ¡Nadie!… excepto nosotros mismos.

El episodio de hoy nos narra como Dios incluso mandó un ángel a sacar de la prisión a los apóstoles y les dijo: Vayan a predicar.

Hoy están faltando muchos cristianos valientes que anuncien la palabra de Dios en sus comunidades, en sus escuelas, en sus oficinas y negocios; cristianos que sin temor al «que dirán» sean capaces de vivir de tal manera el evangelio en sus propios medios, que llamen la atención de los demás; cristianos que no tengan temor de hablar abiertamente de Jesús a sus amigos y conocidos; cristianos que no se avergüencen de ser testigos del Resucitado.

No permitamos que nuestros temores detengan el anuncio de la Vida, el Amor, la Paz traídas por Cristo. Recuerda siempre que la única oportunidad que tiene el hombre de vivir la vida en plenitud está en Cristo… y que su anuncio también depende de ti.

Jn 3, 16-21

Hay quienes se alejan de la religión y de Dios porque quieren una mayor libertad. Quizás mucha culpa hemos tenido nosotros al presentar a Dios y al mismo Jesús como si nos ataran y encasillaran en estructuras y mandamientos inflexibles. Pero hoy Jesús nos presenta un rostro de Dios completamente diferente. Es un Dios de amor, que nos ama hasta el extremo de entregarnos a su Hijo con la finalidad de que tengamos vida y una vida plena.

Esta página del evangelio la deberíamos meditar una y otra vez hasta que calara muy hondo en nuestro corazón: “Dios me ama hasta el extremo”. No viene Jesús para condenar, sino para dar vida y salvación. Dios no entrega a su Hijo al mundo para hacer justicia, sino para dar amor. Que equivocados estamos cuando ofrecemos nuestros dones para “satisfacer” a un Dios que “está eternamente enojado”.

Si pudiéramos experimentar este gran amor que Dios nos tiene, cambiaríamos muchas de nuestras actitudes y formas de relacionarnos con Él. Cuando miramos la vida como si fuera un logro nuestro, cuando nos atribuimos los triunfos, cuando pareciera que estamos compitiendo con Dios… estamos muy equivocados, porque Dios está de nuestro lado y camina junto a nosotros. Para eso ha enviado a su Hijo y creyendo en Él alcanzaremos vida eterna.

Hay muchas formas en que vamos limitando la vida y coartando la libertad porque nos hemos vuelto egoístas y ansiosos y queremos todos los bienes sólo para nosotros, y no somos capaces de comprender nuestros límites de tiempo y de historia. Jesús viene a caminar en nuestra historia y a abrir el horizonte. Cuando creemos en Él, cuando amamos como Él, cuando nos dejamos llenar de su presencia, podremos vivir de manera plena.

Muchas veces he pensado que el hombre camina en la oscuridad por su propio gusto cuando podríamos caminar en la luz de Jesús. Pero a veces tenemos miedo a la transparencia, a la luz y a la verdad. Este día podemos colocarnos frente a Jesús y decirle: ¡Gracias! porque se ha hecho rostro del amor del Padre, porque se ha hecho caricia para cada uno de nosotros y porque, lejos de condenarnos, viene a ofrecernos salvación.

Martes de la II Semana de Pascua

Hech 4, 32-37;

En la primera lectura de hoy, vemos un hermoso ideal de la vida cristiana.  La comunidad de los creyentes tenía un sólo corazón y una sola alma y todo lo poseían en común.  Aquel grupo de creyentes en Jerusalén era tan pequeño, que reinaba en él un ambiente de familia.  Las condiciones en las que vivían eran ideales, puesto que, a través del bautismo habían llegado a ser hijos de Dios, hermanos y hermanas entre sí.  Verdaderamente formaban una familia.

Nuestras circunstancias son muy distintas.  La Iglesia es ahora, verdaderamente católica, es decir, universal.  Es imposible incluso conocer a todos los católicos de una parroquia.  El sistema económico es complejo; tiene como base un espíritu de competencia muy elaborado, que se complica por el sistema de impuestos; todo lo cual hace que prácticamente esté fuera de nuestro control.  Para algunos, ganar dinero es una manera de vivir más que un medio para sostenerse y, con frecuencia, el nivel social depende de lo que gana cada uno.  En pocas palabras, nuestra sociedad es materialista.  Dentro de ese contexto y en abierta oposición a los valores que defiende el Evangelio nos parece fuera de la realidad el hecho de modelar nuestras vidas de acuerdo con la de la comunidad de Jerusalén, formada por generosos cristianos dedicados totalmente a Dios y a los demás.

Hay algunos miembros de la Iglesia que hacen el intento de seguir los ideales de aquella comunidad de Jerusalén, entrando a alguna orden religiosa o haciendo voto de pobreza.  Pero, por supuesto, ésa no es la vocación de todos los cristianos.  De todas maneras, Dios nos ha llamado para que vivamos con un espíritu familiar, compartiendo todo sin egoísmos y con atenciones y preocupaciones mutuas.  Seguramente que no debemos pasar por alto esos ideales como algo imposible de realizar en nuestro mundo actual.

En la misa tenemos un modelo ideal de la vida cristiana, así como la fuente de fortaleza para que podamos poner en práctica ese ideal.  A la Misa venimos juntos como gente de fe.  Gratuitamente recibimos el más precioso alimento espiritual de manos de Dios, que nos alimenta como un Padre amoroso.  Este alimento espiritual, que es el cuerpo y la sangre del Hijo de Dios, nos une como un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo.  Para celebrar con verdad la Misa, debemos tener un amor sin egoísmos y una preocupación constante por todos los demás.

Jn 3, 7-15

¿Cómo podemos ver en una cruz un signo de Salvación, de Verdad, de Esperanza? ¿Cómo creer en Quién por amor está dispuesto a dar la vida en semejante suplicio infamante? ¿Y cómo ver a Dios en el que Traspasaron? Nicodemo era un maestro de la Ley, inteligente, temeroso de Dios y abierto a las novedades teológicas. Era de noche, sin embargo, cuando va a ver a Jesús…para que no lo vean o, como dirían los exégetas, porque la noche estaba arraigada todavía en su corazón.

Ante estas preguntas y esta actitud, plenamente actuales, Jesús invita a dejar todos nuestros presupuestos aprendidos de Dios… y “nacer de nuevo”, confiar en la acción del Espíritu que ha hecho posible la Encarnación y que cada día espera paciente en nuestro corazón para que nos abramos a su Gracia.

Es complicado para Nicodemo, pero también para nosotros, cristianos, “nacer de nuevo”, nacer a la novedad de Dios que se nos presenta cada día en una oferta de amor, en una interpelación desde la realidad, especialmente desde los gritos acallados de quienes experimentan la pobreza de pan y de verdad, la injusticia, el odio, la discriminación.

Nuestro padre Santo Domingo experimentó en cierto modo su personal “nacer de nuevo” ante la situación de la herejía en el sur de Francia. Dejándose guiar por el Espíritu, puso fin a su prometedora carrera eclesiástica y se dedicó a una nueva Predicación de la Gracia en que fue capaz de “ver” al Señor en los cátaros buscadores de Evangelio y, al mismo tiempo, “hacer ver”, involucrar en esta naciente y santa Predicación a la primera familia de la Orden.

“El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí que se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir.”