Lc 15, 3-7
Acabamos de escuchar, hermanos, la proclamación de la Palabra de Dios, que ilumina a nuestra celebración y, a su vez, la hemos escuchado desde la perspectiva de nuestra celebración, que le da como un sello o como un enmarcamiento especial a la Palabra.
En definitiva estamos celebrando en la solemnidad del Sagrado Corazón, lo sabemos, el amor infinito de Dios, «Dios es amor», amor expresado en Cristo: «tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo», y amor representado gráficamente en su Corazón.
Prácticamente todas las culturas humanas miran el corazón humano no simplemente en su materialidad como un órgano, músculo que bombea la sangre, sino que con el corazón expresan lo más radical, lo más íntimo, lo más vital del hombre y de toda otra realidad. Con el corazón concretamente se expresa gráficamente el amor. Casi no hay canción de amor en que no aparezca la palabra «corazón», y el dibujo simplificado de un corazón inmediatamente nos comunica la idea del amor.
Así pues, la imagen del Corazón de Jesús nos está diciendo «Amor»: en el amor del Padre que lo envió, el propio amor de Cristo, el de quien «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo», y también, cómo no, expresa el amor del Espíritu Santo, que es el amor sustancial en la Trinidad, que «hace» y unge a Cristo, que «fue hecho hombre por obra del Espíritu Santo»; «el Espíritu Santo está sobre mí porque me ha ungido». Lo oíamos en la segunda lectura: «Dios ha difundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que Él mismo nos ha dado» y más adelante: «la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores».
La primera lectura, como profética, y la lectura evangélica, como cumplimiento de esa profecía, nos presenta otra imagen del amor, imagen muy apreciada por todas las generaciones cristianas: El Buen Pastor.
Con qué detalladas expresiones el profeta Ezequiel nos hace presente las distintas acciones amorosas del Pastor: «Iré a buscar mis ovejas y velaré por ellas», «las sacaré… las congregaré, las traeré… las apacentaré, «buscaré a la oveja perdida… curaré la herida… robusteceré a la débil… a la sana la cuidaré».
Todo esto se realiza históricamente y se concretiza en Cristo Señor, y hoy Él mismo nos lo recordó en la parábola de las 100 ovejas. La palabra «alegría» apareció por tres veces. ¡Y cómo no! ¡Es la fiesta del Amor!
Pero no sólo tiene que ser la fiesta del amor que se contempla y se admira: tiene que ser la fiesta del amor que se agradece, la fiesta del amor que quiere corresponder al llamado, es la fiesta del amor que quiere ser misericordiosamente un reflejo del amor de Dios en Cristo.
La imagen gráfica de su Corazón nos habla de su amor maravilloso. Que nos hable también de nuestras faltas de correspondencia para corregirlas; de nuestras tibiezas, para encenderlas; de nuestros egoísmos, para irlos destruyendo. Nos habla del amor del Buen Pastor para invitarnos a que, con Él, tratemos de ser, cada uno según su vocación, buenos pastores.