9 DE ENERO

Mc 6, 45-52

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento.

¿Cómo descubrir al Señor en nuestros días? Se ha iniciado la cuesta de enero y las predicciones no parecen muy halagüeñas: la violencia no cesa, la crisis y los precios han aumentado, las oportunidades de trabajo son escasas y no parece un ambiente muy favorable. ¿Es posible descubrir al Señor en todas estas circunstancias? Quizás, erróneamente, se nos ha presentado a Jesús como si fuera un solucionador de problemas económicos, sociales y de todo tipo.

Hoy, el Evangelio de San Marcos nos acerca a la realidad de los discípulos. Después de la multiplicación de los panes se encuentran en medio del lago, avanzando con gran dificultad, pues el viento les era contrario. Situación muy frecuente para el discípulo, y cuando Jesús se acerca a ellos, el lugar de alegrarse o de animarme porque ya está con ellos, lo miran como un fantasma y se espantan de su presencia.

Esta es la realidad del discípulo. Con frecuencia se encuentra navegando contracorriente porque el reino de Dios es una experiencia difícil y contradictoria para nuestro mundo. Pero lo más triste es que muchas veces no somos capaces de reconocer la presencia de Jesús en esos momentos difíciles y en lugar de animarnos con su presencia, nos asustamos y queremos huir de Él.

No es posible aceptar a Cristo en la mente y el corazón y seguir viviendo nuestra existencia de una manera irreflexiva, acomodados al mundo. Tendremos contradicciones y vientos contrarios, pero al igual que a sus discípulos, hoy Cristo nos anima y nos pide no tener miedo: “no temáis, soy yo”

El reino de Dios exige discípulos animados, sobre todo en los momentos de conflicto, en los momentos de oscuridad. Ahí hay que reconocer la presencia de Jesús y confesarlo como nuestro Señor y Salvador.

Que iniciemos la travesía de un año que promete ser difícil, pero que tendrá que dar muchos frutos porque Cristo camina con nosotros, nos anima y calma nuestras tempestades.

Con las palabras de la carta de San Juan, fortalezcamos nuestra fe: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tienen y hemos creído en ese amor” Este es el fundamento de nuestra fe, esta es la fe que nos sostiene y nos anima: saber que Dios te ama, que Dios me ama. Nuestro fundamento de toda la vida está en el amor de Dios.

8 DE ENERO

Mc 6, 34-44

En medio de un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, este evangelio nos enseña lo que puede ocurrir cuando se comparte lo que se tiene.

El amor que nosotros decimos tener a Dios, tiene que hacerse concreto en las actitudes que tenemos para con los hermanos.

San Juan, en su carta, es muy claro cuando lo afirma  “amémonos los unos a los otros, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” Proclamar que Dios es amor y olvidar que tenemos hermanos a nuestro lado, es una frase hueca, carente de vida y una traición al verdadero amor.

San Marcos, en el Evangelio de este día, nos presenta a Jesús viviendo plenamente este amor en los hechos concretos de solidaridad con los hermanos.

El hambre es una realidad de todos los tiempos y de todos los lugares. No podemos hacernos los desentendidos. Frente a las graves situaciones de hambre que actualmente se vive en muchos países, no se puede vivir en el seguimiento de Jesús y dar la espalda a la realidad que vive el pueblo.

Las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos “dadle vosotros de comer” suenan terriblemente actuales, una orden categórica, y son una orden categórica que no podemos hacer a un lado.

Estamos terminando estas fiestas de Navidad y aunque se habla de una crisis sin precedentes, descubrimos excesos e incongruencias en los gastos y despilfarros. Así, mientras muchos pasan hambre, otros desperdician.

Es el inicio del año y tenemos que estar conscientes que el verdadero discípulo de Jesús se tiene que comprometer en una más justa distribución, en un nuevo sistema.

Después de anunciar su palabra, Jesús no se queda en palabras bonitas, asume el compromiso que implica el hambre del pueblo, es más, empuja a sus discípulos para que ellos también se comprometan a que no habrá verdadera paz mientras haya hambre, pobreza y miseria.

El compromiso del cristiano es llevar el mensaje y luchar por condiciones más justas para todos los hombres. ¿Cómo asumimos nosotros este compromiso?

Quizá nos parezca utópico, pero debemos iniciar desde lo pequeño, desde nuestros vecinos, desde nuestra realidad, los pequeños proyectos productivos, el compartir lo poco que tenemos, el descubrir la necesidad del otro, son los primeros pasos para iniciar este camino.

Cristo nos sigue diciendo hoy a cada uno de nosotros “dadle de comer”. Oigamos su voz y pongamos en práctica su mandamiento.

7 DE ENERO

Mt 4, 12-17. 23-25

San Mateo nos presenta el inicio de la predicación de Jesús, el primer anuncio de su evangelio, de la buena noticia que nos trae. Jesús no empieza predicando el amor, el perdón, la limpieza de corazón… Empieza anunciándonos la llegada del reino de Dios. Es su gran mensaje para toda la humanidad. Jesús proclama la buena noticia de la llegada de un nuevo orden, de una nueva sociedad, de una nueva forma de vivir. Dios no solamente nos ha creado y nos ha dejado a nuestra suerte. Quiere tener unas relaciones muy íntimas con todos nosotros. Nos anuncia que está dispuesto a ser lo que es: nuestro Dios, nuestro Dueño, nuestro Señor… nuestro Rey. Nos pide que dejemos que él sea nuestro Rey, el que rija, el que dirija nuestra vida y que rechacemos a todos los falsos dioses que se acerca a nosotros… Pero no es un Rey despótico, sino que es un Rey Padre que nos ama entrañablemente y nos hace hermanos de todos los seres humanos.  

El Reino de Dios ya empieza en esta tierra. Forman parte de él los que dejan que Dios sea su Rey… pero el Reino de Dios llegará a la plenitud en el cielo, cuando Dios y solo Dios sea el Rey de todos, cuando “Dios sea todo en todos”.

5 de Enero

Jn 1, 43-51

Jesús hoy y siempre sigue buscando amigos. Sale a su encuentro para repetir esas palabras que tal vez alguna ocasión hemos tratado de callar: Sígueme. ¿Por qué no darle una nueva oportunidad? ¿Por qué enmudecer su voz? ¿Por qué tantos miedos a sus palabras? Felipe escuchó a Cristo. Su vida no pudo continuar igual. Sus siguientes palabras sólo serán para anunciar a Cristo.

Proclamará su encuentro, contará su experiencia y revelará su divinidad. Y aquí es donde aparecemos en escena, como los malos de la película; los cristianos sin confianza. Preferimos, como Natanael, a base de nuestros juicios, hacer de Cristo, no el Cristo salvador, sino un Cristo a nuestra medida. ¿Acaso es Cristo quien debe bajarse a mi medida o soy yo quien debe subir a donde me espera? Cristo nos conoce de maravilla.

Él es el alfa y la omega, conocedor de nuestro inicio y nuestro fin. Nos llama, nos guía y auxilia. Aunque lo etiquetemos, escapa a todas nuestras ofertas. No es un artículo más de escaparate. No es necesario preguntar si de Nazaret no pueda salir algo bueno, sino de nuestro corazón contrito. Él es capaz de sacar en este nuevo año verdaderos hijos de estas piedras. No nos etiqueta. No nos subasta. Toca aún a la puerta, para volver a intentarlo una vez más. Un año más. Sus ojos nos miran todo el día. No se aparta de nosotros en la empresa, en la higuera o el hogar.

Ven y verás. Verás lo que el Señor es capaz de hacer de tu vida desde el momento en que recorras el camino con una fe ciega. Verás las maravillas que es capaz de hacer con el corazón que confía. ¿Acaso alguno se ha acercado a Él y ha salido sin un corazón que ame?

4 DE ENERO

Jn 1, 35-42

Esta es la historia de cada apóstol, de cada santo, de cada misionero, de cada cristiano bautizado. Una historia sencilla pero profunda. Es el regalo más extraordinario que una persona puede recibir, porque es Dios quien ha elegido. Una definición corta y fácil de memorizar. La vocación es un don de Dios que exige una respuesta personal.


Dos rasgos básicos nos refieren el evangelio de hoy de San Juan, que destaca la importancia del encuentro de Jesús y sus consecuencias. El primero es el camino para descubrir y amar a Jesús: habitar con Él, dialogar con Él, amanecer donde Él vive. Nadie puede tener amistad con una persona si no gasta y desgasta tiempo y vida en su compañía. Nadie pretenderá conocer a Jesús por libros o predicaciones, si no por hacer silencio para escuchar su Palabra. Es la primera condición de quien desea hacerse discípulo de Jesús. 

Los dos discípulos se atreven a abandonar a su maestro Juan el Bautista, lo hacen cuando ven donde vive Jesús y se van con Él. También a nosotros Jesús nos invita a buscar el tiempo oportuno para compartir con Él, también a nosotros nos dice venid a ver, también nosotros podemos descubrir el gran amor que nos tiene Jesús. 

El segundo rasgo, aunque está íntimamente unido al primero, tiene una importancia especial: Evangelizar. Frecuentemente hemos entendido que evangelizar es adoctrinar y buscar que los demás cambien sus costumbres y esto nos ha llevado a condenar y a juzgar a los demás que no se adaptan a nuestros criterios. 

Lo que hace Andrés, después de haberse quedado con Jesús ese día, es ir a buscar a su hermano Simón y anunciarle lo que ha encontrado: “hemos encontrado al Mesías” y lo dice con toda la alegría, lo hace partícipe de una gran noticia y de la novedad que está viviendo en su corazón. Quizás esto nos ha faltado en la evangelización, porque quienes nos escuchan y comparten con nosotros no perciben que haya algo diferente en el corazón. 

La luz de Jesús debería iluminarnos y hacernos conscientes de que el encuentro que hemos tenido nos cambia radicalmente, pero si llevamos nuestro bautismo y nuestro cristianismo como una pesada carga, o como un traje que se pone o se quita de acuerdo a las circunstancias, no podremos ser fuente de evangelización. 

A Simón, muy significativamente, Jesús le cambia el nombre y con el nombre toda la misión. No es un nombre que no corresponde a la persona, sino que es un nombre que describe una misión y una tarea. 

Que hoy también nosotros podamos encontrarnos con Jesús y transformar no solamente nuestro nombre, sino nuestra vida y que podamos ser luz que ilumine a los demás.

VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Jn 1, 1-18

Nuestro año termina con este bellísimo prólogo del Evangelio de san Juan en el cual nos dice que el mundo no recibió a Cristo, pero a aquellos que lo recibieron les concedió el llegar a ser hijos de Dios.

Estamos terminando ya otro año.  Este hecho nos recuerda que un día se nos acabará el tiempo, pero no la vida. Jesucristo, la Palabra de Dios, nos ha dado la capacidad de convertirnos en Hijos de Dios.

Mañana iniciaremos un nuevo año y con ello se nos abre una nueva oportunidad de dar más espacio a Jesús en nuestra vida, para que nuestra filiación divina crezca y se fortalezca, y también de ser el instrumento, como lo fue san Juan Bautista, para que la luz de Cristo y de su evangelio sea conocida y aceptada por todos.

Démosle más espacio a Cristo en nuestra vida, en nuestros medios de trabajo, en nuestra misma familia; dejemos que el Evangelio impregne todas las áreas de nuestra vida para que podamos gozar de verdadera paz, de auténtico gozo, de felicidad duradera; en fin para que la justicia, tan necesaria sobre todo en nuestra patria, llegue a ser realidad y todos podamos vivir como verdaderos hijos de Dios.

VI Día de la infraoctava de Navidad

Lc. 2, 36-40.

Ana sirve al Señor con ayunos y oraciones. Constantemente está en la presencia del Señor. Conocer al Señor le lleva a uno a saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. A partir de esa Palabra que va tomando cuerpo en nosotros, podemos reconocer al Señor que se hace presente en nuestra vida. Hablar del Señor a los demás no es sólo dedicarnos a evangelizar con los labios, sino contribuir con nuestras buenas obras a que todos vayan creciendo y fortaleciéndose en el Señor, a que se llenen de sabiduría y a que la gracia de Dios esté en ellos.

La vida sencilla y pobre de Jesús en Nazaret en su familia no da a entender que Dios no hace acepción de personas, sino que estará siempre junto a aquellos que, siendo hombres de buena voluntad, estén dispuestos a dejarse conducir por su Espíritu. Tratemos de vivir siempre en la presencia del Señor, no sólo cuando oramos en el templo, sino convirtiendo toda nuestra vida en una continua alabanza de su santo Nombre.

Nosotros nos hemos presentado ante el Señor para conocerlo y reconocerlo en nuestra propia vida. Él, consagrado a Dios su Padre totalmente, vivió haciendo en todo su voluntad. Él nos habló del amor que el Padre nos tiene. Y lo hizo desde su propia experiencia de Hijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Nosotros hemos venido a esta Eucaristía para conocer el amor de nuestro Padre Dios, manifestado a nosotros por medio de Jesús, su Hijo.

Al conocer el amor de Dios no podemos guardarnos, de modo egoísta ese mensaje de Salvación, sino que lo hemos de llevar a todos para que todos encuentren en Cristo el Camino de Salvación que nos conduce al Padre. Que Dios nos haga fuertes por medio de su Espíritu Santo para que no volvamos a dejarnos esclavizar por el pecado, sino que, guiados por Él podamos anunciar el Nombre del Señor asumiendo todos los riesgos que por ese motivo pudiesen venírsenos encima.

V DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Lc 2, 22-35

Hoy el Evangelio nos presenta una escena tierna, profundamente religiosa, que podía haber acontecido a cualquier familia de Israel.  Según la costumbre, Jesús es presentado en el Templo de Jerusalén y se presenta como ofrenda la pequeña ofrenda que corresponde a los pobres. 

Pero san Lucas, con ocasión de la presentación nos descubre una verdad enorme: Cristo es Luz y no solamente para el pueblo de Israel sino para toda la humanidad.  Las palabras de Simeón no son solo las palabras de un anciano que ha esperado con paciencia y que en sus últimos días ha encontrado el sentido de su vida, sino que son las palabras de toda la humanidad que si Jesús vaga en la oscuridad y sin sentido.

Las tinieblas y la noche siempre han infundido temor al hombre, pero no solo por las dificultades propias para caminar, trabajar o realizar sus actividades, sino porque las tinieblas representan el poder del maligno y el espacio de los malhechores.

Hoy, igual que en todas las épocas también sufrimos la terrible oscuridad que nos propicia el mal, el pecado y las injusticias.  Por eso estos días de Navidad resplandece de un modo especial Cristo, nuestra Luz.  Si ponemos frente a Cristo nuestras vidas, serán iluminadas y encontraremos sentido.

La Luz de Cristo viene a mostrarnos el camino, un camino de amor y de verdad.  Por eso san Juan insiste tanto en este aspecto de la presencia de Jesús.  Jesús es Luz, no podemos vivir en tinieblas.  Quien no ama y no se reconoce amado, vive en una profunda depresión y va por la vida sin sentido.

Cristo nos ilumina y nosotros también tenemos que ir a iluminar a los hermanos.  Por eso san Juan afirma que quien odia a su hermano está todavía en las tinieblas y quien ama a su hermano permanece en la Luz.

Permitamos que Cristo ilumine nuestras vidas y que podamos iluminar amando a nuestros hermanos.  Que hoy Cristo sea nuestra Luz y que seamos Luz para todos los que nos rodean.

Los Santos Inocentes

Los han llamado daños colaterales, los han mirado como carne de cañón, los han estimado en miles, pero tienen que ser sacrificados en aras de un supuesto progreso y bien de la sociedad.  Son los inocentes que sufren y mueren a causa de las políticas económicas y gubernamentales, que no miran con atención a toda la comunidad, sino que privilegian el provecho de unos cuantos.

¿Cuántos niños inocentes deben morir para que cesen las guerras, los odios y las divisiones?  ¿Cuántos pueblos tienen que ser sacrificados para que unos pocos tengan comodidades, seguridad y progreso?  Puede que a nuestro alrededor caminen casi como sombras y pasen desapercibidos, pero si miramos con atención descubriremos que deambulan y sobreviven en nuestras sociedades miles de pobres inocentes, desamparados cuyo único pecado es no haber encontrado un espacio entre los planes de los que rigen los destinos, ya sea política o económicamente.

Hoy celebramos la fiesta de los Santos Inocentes y viene a nuestra memoria la historia narrada por san Mateo que nos cuenta cómo el cruel Herodes mandó matar a muchos niños, porque podía entre ellos esconderse el Mesías que le derrocara de su trono.  Falsos miedos, falsas soluciones.  Es una narración que encierra simbólicamente no sólo la historia de los tiempos de Jesús, sino que nos presenta la historia actual de muchos inocentes que son sacrificados porque podrían ser una amenaza para la seguridad, para el bienestar o para el futuro de la humanidad.

Jesús, hoy quiere tomar el rostro de todos esos inocentes y gritar a nuestras conciencias: hay niños maltratados y dejados por mentes corruptas; hay niños abandonados por padres irresponsables; hay niños corrompidos por ambiciosas ganancias; hay niños en la calle, en la ciudad, en los pueblos que nunca han sentido amor ni protección.  No podemos mirarlos con indiferencia.

Que la tragedia contada por san Mateo nos sacuda fuertemente y nos haga entender que hoy también miles de niños inocentes son sacrificados y que nuestro silencio parecería una señal de complicidad y participación.

¿Cómo proteger y cuidar hoy la niñez de los modernos Herodes que quieren asesinarlos para continuar con su poder?  ¿Cómo mirarlos y hacerlos sentir amados? 

San Esteban

San Mateo 10, 16-23

Toda esta semana, aunque parecería como fiestas distintas, encontramos testigos que vienen a descubrir el verdadero rostro de Jesús.  Iniciamos hoy con san Esteban, que viene a enseñarnos cómo se vive plenamente esa presencia de Jesús en nuestro corazón.

Jesús dice, entre otras cosas: «Vosotros seréis odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará».

Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida.

Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Nochebuena, el camino es justo el que indica este Evangelio.

Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona.

Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide sin embargo que sea coherente, en cada circunstancia, con la fe que profesa.

Es la coherencia cristiana, es una gracia que debemos pedir al Señor: ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir soy cristiano y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente – pero ¡bello, bellísimo! – el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantan los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz!

Esta paz donada por Dios es capaz de apaciguar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final.

Hoy, oremos, en particular, por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Si llevan esta cruz con amor, han entrado en el misterio de la Navidad, han entrado en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy – son tantos, tantísimos – se fortalezca en todo el mundo el compromiso para reconocer y asegurar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Que san Esteban, diácono y protomártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la fiesta alegre de la asamblea de los santos en el Paraíso.