Mt 9, 1-8
Hemos escuchado hoy en el Evangelio el extraordinario poder de Jesús y nos quedamos sorprendidos de su manera de actuar. Jesús es maravilloso y se dirige a lo profundo del corazón.
Nosotros, hoy, también estamos paralíticos y no podemos actuar. Nos han paralizado el miedo, la comodidad y el egoísmo. La situación cada día es más grave y nuestra manera de responder es cada día más inoperante. Estamos paralíticos pero buscamos las soluciones solamente en el exterior, como si el cuerpo entero de la sociedad se pudiera sostener por las apariencias y las normas externas. Queremos la salud de nuestra patria y estamos dispuestos a pequeños sacrificios, pero no estamos dispuestos realmente a cambiar de opciones, de actitud y de valores.
Quisiéramos que Jesús nos sanara con tan solo presentarle una oración y una súplica por este enfermo que yace paralítico. Y hoy, igual que en aquel tiempo, la palabra de Jesús va dirigida, primero, a lo más importante: “ten confianza hijo, se te perdonan tus pecados”. Hay que despertar nuevamente la confianza y la esperanza, que no hay peor pecado que el pesimismo y la derrota.
Las palabras del Señor son para alentar nuevas esperanzas y para tener confianza en que Jesús camina a nuestro lado. Que maravillosas palabras las que dirige Jesús al paralítico de hoy: hijo. Y después nos hace ver Jesús que está dispuesto a reconstruir desde la raíz al hombre, para ello, hay que quitar el pecado del corazón. El pecado que paraliza al hombre, el verdadero pecado lo vuelve ambicioso, egoísta, cruel y sanguinario. El pecado pudre la sociedad y desbarata la fraternidad. Por eso, antes que nada, tenemos que reconstruir al hombre desde el interior y eso sólo lo puede hacer Jesús. Pero Jesús siempre nos ama y está dispuesto a iniciar el proceso de reconstrucción.
Que Jesús mire el corazón de cada uno de nosotros, que limpie nuestros pecados, fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestra inteligencia. Solo entonces podremos ponernos de pie y sostenernos en la lucha, podremos volver a la Casa Paterna y compartir el amor de nuestro Padre con los hermanos.
Pidamos a Jesús que no nos deje y que sane a este pueblo que se encuentra paralítico y sin esperanza.