Viernes después de Ceniza

Mt 9, 14-15

¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?

Jesús sabe responder con inteligencia y rapidez a las preguntas insidiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan, que aún vivían con mentalidad veterotestamentaria. Les costó cambiar, muchos no lo hicieron. ¿Qué necesidad hay de tales ayunos y tristezas y quebrantos quijotescos mientas Él, Jesús, el novio, el amigo, está con ellos en el festín de la vida? Ya habrá tiempo para tomar conciencia de la necesidad de ayuno/oración cuando Él no esté físicamente con ellos. Ya llegará el momento de la persecución y de las estrecheces y cárceles por causa de su nombre; pero de momento… disfrute de la amistad.

En tiempos de Jesús el ayuno/privación estaba centrado en la comida, escasa en general. Había que privarse de pequeñas cosas o caprichos (pocos tendrían) comestibles para educar la voluntad y ofrecer su esfuerzo al Señor como símbolo de agrado, pero a sabiendas de que el ayudo que pedía el Señor -Jesús lo recuerda a menudo- es lo que ya desde el profeta Isaías se les venía diciendo: Todo aquello que supusiera una relación más sincera, justa, pacífica y cordial con los demás. El ayuno exterior podría degenerar en el mero aparentar y figureo farisaico.

El dominico fray Luis de Granada nos dice: “Así como las embarcaciones que llevan menores cargas navegan con mayor velocidad, y las que van muy cargadas avanzan con mayor peligro. Así las almas despojadas con el ayuno están más ligeras para navegar por el mar de esta vida y para levantar los ojos al cielo y despreciar desde allí- como sombra- todas las cosas presentes”.

¿Cuáles serían en la actualidad nuestros “ayunos” necesarios…? Ayunar de tanto móvil y whatsaapp; ayunar de tantas horas de televisión; ayunar de tantas dependencias tecnológicas; ayunar de esas obsesiones por el correo electrónico, por la avidez de noticas repetitivas fraudulentas; ayunar de tantos encuentros baladíes; ayunar de pequeños caprichos como si nos fuera la vida en ello; ayunar de gastos superfluos y de la adquisición de cosas innecesarias…

No ayunar de generosidad con los demás, no ayunar de ratos dedicados a la oración o lectura meditativa, no ayunar de visitar a alguien que vive en soledad; no ayunar de compartir bienes y limosnas en silencio que ayuden a otros; no ayunar de una cara más alegre y unas actitudes más esperanzadas y optimistas; no ayunar de buscar momentos de silencio y paz que redundará en beneficio de los más cercanos; no ayunar en los deseos de búsqueda y encuentro con Dios; no ayunar del pan de la Eucaristía…

Así la cuaresma recién iniciada tendrá sentido pleno de preparación a la Pascua cambio en nuestro corazón que se manifieste en nuestra relación con el hermano.

Jueves después de Ceniza

Lc 9, 22-25

Iniciando la cuaresma, los textos litúrgicos nos presentan a Jesús anunciando su trayectoria: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumo sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y así fue en verdad. Jesús traía un mensaje para toda la humanidad, el mensaje del amor, de la entrega, el mensaje de ser hijos del mismo Dios. Pero este mensaje no fue aceptado por las autoridades religiosas de su tiempo. Le pidieron que se callase, pero Jesús no se calló. Siguió predicando su mensaje de amor hasta el final. Y fue ejecutado. Pero su final no fue la muerte en la cruz, sino que su Padre le resucitó al tercer día. Su vida de amor venció a la muerte. 

Jesús nos pide: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz de cada día y se venga conmigo”. Hay que aclarar que la cruz con la que nos pide que carguemos es su misma cruz, es decir, la cruz del amor, la cruz del “amaos unos a otros como yo os he amado”. El que vive como Jesús, el que pierda y entregue su vida por su causa, la salvará, se encontrará con la resurrección a una vida de total felicidad.

Miércoles de Ceniza

Mt 6, 1-6.16-18

Con el rito litúrgico de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, en señal de penitencia, empezamos este tiempo de Cuaresma.  La Cuaresma es un camino que nos recuerda los 40 días que estuvo el Señor en el desierto.

Miércoles de ceniza encierra un profundo significado.

Con frecuencia lo hemos tomado solamente como el recuerdo de que somos mortales y que algún día nuestra vida terminará y deberemos entregar cuentas, pero hay mucho más: es recordar nuestro origen y nuestro destino: el polvo… ¿solamente polvo? No, es un polvo con un soplo divino y con un destino divino, pero polvo. Polvo que depende en todos sentidos de Dios.

El gran error del hombre es llenarse de orgullo y vanidad, olvidarse de que depende de Dios y querer ser como Dios: poner sus leyes, ocupar su lugar, buscar su felicidad lejos de Dios, y el hombre sin Dios queda vacío. Ése es el gran pecado y el peor error del hombre.

Por eso la invitación de este día es “volverse a Dios”, “convertirse”, es decir, mirar el rumbo hacia donde nos estamos dirigiendo y corregir la dirección.

Y es una gran verdad que cuando el hombre se dirige a Dios se encuentra a sí mismo. Por eso la ceniza no es sólo un signo externo ni un rito mágico, sino encierra este bello gesto de retornar al amor de Dios.

Su manifestación más clara, según nos dicen los profetas, será que teniendo el amor de Dios en nosotros también nosotros amemos a nuestros hermanos.

Hoy debemos clamar misericordia porque realmente hemos pecado y nos hemos desviado. Hemos errado el camino y en lugar de poner a Dios en nuestro corazón, hemos puesto nuestras pasiones, nuestra ambición y nuestro egoísmo. Y entonces nos hemos quedado convertidos sólo en polvo.

Miércoles de Ceniza, día de conversión y retornar al corazón de Dios. Día de ayuno y oración, día de silencio y respeto, día para vivir el amor de Dios.

El Papa Francisco decía: “Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: “Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9)” Así, iniciemos nuestro camino de conversión recordando a Cristo que se hace don para nosotros y nos enriquece.

Además hoy vamos a hacer un gesto que marca el comienzo de nuestra andadura cuaresmal: vamos a dejar que impongan sobre nuestras cabezas un poco de ceniza. Lo haremos con sencillez, con humildad, pero también con alegría. La ceniza quiere ser la señal externa y comunitaria de nuestro pecado, de nuestra fragilidad humana; pero también quiere expresar nuestro deseo de conversión, nuestra confianza en el Dios de la misericordia, que todo lo puede.

Que este gesto sea como un estímulo para recorrer con alegría el camino que hoy comenzamos de conversión y de escucha a la Palabra de Dios y también a las necesidades de los hermanos.

Dejemos que el gozo y la alegría inunden nuestros corazones, porque si grande es nuestro pecado, mayor es el amor y el perdón de nuestro Padre-Dios que nos dice una vez más: “¡Animo! Hoy, puedes empezar de nuevo”.

Martes de la VII Semana Ordinaria

Mc 9, 30-37

Es muy bella la frase que aparece en muchos carteles sobre todo de grupos juveniles y asociaciones de servicio: “El que no vive para servir no sirve para vivir”. Sí, es muy bella, pero a veces se queda en eso: palabras bonitas que no llegan a la práctica.

Todos los servidores públicos en sus promesas de campaña expresan ese deseo de servir al pueblo. Las grandes y pequeñas empresas nos lo repiten hasta la saciedad… y todos comprendemos que en el fondo no buscan el servicio, sino su propio provecho, su ambición de poder y sus ganancias económicas.

En los discípulos de Jesús, aunque muchas veces disfrazado, también entra el deseo de poder, de autoritarismo, de ganancia. Ya decía el Papa Francisco que en medio de la Iglesia también se encuentran “arribistas” que buscan escalar posiciones y obtener beneficios propios. Jesús invita al servicio desinteresado y generoso.

Es muy claro que en todos los grupos y en la sociedad tiene que haber líderes y personas que asuman la autoridad, pero una cosa es el autoritarismo y otra el servicio de la autoridad. A todos se nos puede “subir” el puesto y actuar de manera arrogante y déspota olvidándonos de las necesidades de aquellos a quienes debemos servir. Quien encuentra en el servicio un camino de alegría y felicidad, está muy cerca del Reino.

No debemos confundir con servilismo y adulación, ni disfrazar de servicio las propias ambiciones. El mismo Jesús rechaza esa ambición de los Apóstoles y pone en medio de ellos a un niño para significar la pureza y la sencillez del servicio.

Hoy hemos perdido esta noción de servicio y consideramos humillante estar a disposición de los demás. No se trata esclavizar a las personas, sino de reconocer en cada una de ellas a un hermano digno de ser servido. El servicio, bien entendido, en lugar de rebajar, hace crecer; en lugar de humillar, enaltece; en lugar de empobrecer, enriquece.

Hoy miremos cómo estamos realizando nuestros servicios: de papá, de mamá, de hermanos, de servidores públicos, de catequistas, de maestros… ¿Nos parecemos a Jesús que vino no a ser servido sino servir?

Lunes de la VII Semana Ordinaria

Mc 9, 14-29

El dramatismo con que nos narra San Marcos la situación de aquel joven que está poseído por un espíritu maligno que lo atormenta, la angustia del padre que suplica primero a los apóstoles y después a Jesús que sanen a su hijo, reflejan las angustias de los padres actuales que no aciertan a encontrar soluciones ante una juventud que también es zarandeada por las situaciones que no les permiten “hablar, realizarse y los hacen caer por tierra”. Lo más grave es que se pierde la fe al no encontrarse soluciones.

¿No se tiene fe? También a nosotros nos puede hacer Cristo la misma pregunta sobre nuestra fe y nuestra confianza en su poder: “¿Qué quieren decir con eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”

¿Tenemos fe?  Los graves problemas que estamos enfrentando nos exigen una fe que sea capaz de movernos a nosotros mismos en busca de soluciones. Si no hay fe no podremos confiar en una nueva y mejor educación, si no tenemos fe nos atascaremos en quejas y reclamos inútiles. Si nos falta la fe nos hundiremos en las soluciones aparentes y fáciles que prometen las drogas, los vicios y los falsos placeres.

Cristo hoy nos ofrece su fuerza y su poder, pero necesitamos tener fe en su persona. Y tener fe en Cristo no es una profesión oral, un decir “yo creo”, sino un ponernos en sus manos, confrontar nuestros criterios con su vida y asumir sus mismos principios y opciones.

La conclusión de este pasaje no deja lugar a dudas: para salir adelante tenemos que ponernos en manos de Jesús, hacer oración y ayuno y vivir de acuerdo a lo que Jesús nos propone.

Los discípulos ya habían visto muchas veces actuar a su maestro, sin embargo, se confían y no son capaces de expulsar el demonio porque no tienen la fe puesta en su Señor.

Las situaciones de muerte que ahora estamos atravesando parecerían insuperables, pero no para quien tiene una verdadera fe, una fe sólida, coherente y viva.

Que hoy igual que aquel padre de familia que temía y se estremecía al ver a su hijo, también nosotros digamos: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”

Sábado de las VI Semana Ordinaria

Mc 9, 2-13

Hemos llegado a uno de los pasajes donde Cristo nos muestra más claramente a través de sus discípulos la gloria que había recibido de su Padre. Seis días después de hablar de esta gloria, Jesús va a mostrar a sus más íntimos amigos un anticipo de esta gloria con la que volverá al final de los tiempos.

Este momento será para los suyos una confirmación más de la fe antes de los acontecimientos de su Pasión y muerte. De igual manera Cristo al regalarnos las circunstancias favorables, nos alienta a permanecer fieles ante las dificultades de la vida.

La felicidad que da la experiencia de Cristo no puede compararse a la felicidad pasajera. Tanta es la fuerza sentida por los discípulos que hace exclamar al mismo Pedro “que bien se está aquí” y, olvidándose de sí mismo, se ofrecerá para albergar a Moisés, Elías y a Jesús edificando tres tiendas.

Si bien los discípulos no comprendieron en el momento el significado de la transfiguración, después lo iban a comprender mejor hasta tal punto de dar su vida por Él ¿Tú qué vas a hacer por él hoy?

Viernes de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 34-9,1

Hay personas que tienen un gran miedo al dolor.  Es natural que todos tengamos un miedo racional al dolor, pero hay quien se angustia y sufre por males y enfermedades que aún no le han llegado.  La nueva cultura buscando que estemos mejor y más confortables nos ha hecho más débiles y menos resistentes al dolor.

Las nuevas generaciones fácilmente desisten de sus propósitos porque conllevan riesgo, sacrificios, perseverancia y dolor.  Muchos hermanos evangélicos se asustan de la cruz de Jesús, no quieren que se le reconozca, predican una religión solamente de la prosperidad, del estar bien y de vivir en paz.  Pero no es el camino de Jesús, aunque sus discípulos se escandalizaban en un principio de las propuestas de Jesús, Cristo no disminuye ni un ápice de su decisión: el que lo quiera seguir que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que lo siga.

Los modernos psicólogos ponen a la persona como el único referente de todas las cosas y todo debe encaminarse a su felicidad, de tal forma que si hay algo que nos les guste o que le haga sufrir debe dejarlo a un lado, ignorarlo o destruirlo.  Y no es que Jesús proponga que vivamos sumidos en complejos, sino que nos propone la única y verdadera forma de ser felices: amando y sirviendo.

Quien pone su felicidad en los bienes, tarde o temprano se encuentra vacío.

Las palabras que hoy escuchamos de Jesús “¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su vida?, han sido causa de muchas conversiones, de grandes heroísmos de los santos.  Hoy también tendrían que hacernos pensar mucho.

Las desviaciones del corazón, cuando lo ponemos en las cosas terrenales, están a la vista: el narcotráfico, la prostitución, la trata de personas, las violaciones, la violencia, etc., todo esto es producto de darle primacía a las cosas sobre las personas, y a los bienes sobre Dios.

Que las palabras de invitación de Jesús calen hondo en nosotros y aceptemos cargar su cruz y buscar más los bienes duraderos que los bienes efímeros.

Jueves de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 27-33

Mientras leemos el evangelio de san Marcos, parecería que Jesús va encaminando poco a poco a sus discípulos a una mayor comprensión de lo que es su misión y de lo que significa su seguimiento.  Ya nos ha narrado san Marcos muchos milagros y han visto muchas de sus acciones y han escuchado su predicación.

Por eso con mucha confianza les pregunta Jesús sobre la concepción que ellos tienen de su persona.  Es cierto que introduce su pregunta primeramente cuestionándolos sobre lo que los demás dicen de Él, pero lo que verdaderamente le interesa que piensa un verdadero discípulo de Jesús.

Es igual en estos días, nosotros podremos decir que dicen la gente de Jesús, cuales son los principales libros, quienes son sus principales opositores, pero siempre al final estará preguntándonos Jesús qué opinamos nosotros.

Pedro se atreve a dar una respuesta cierta y muy válida, pero incompleta, en el sentido que Él no está dispuesto a involucrarse en todo lo que significa ser Mesías.  La confesión la hace perfectamente, pero no está en sus planes el que Jesús tenga que sufrir, que sea crucificado y denigrado por los hombres.  Pedro afirmaría con toda certeza que cree en un Mesías pero hecho a su modo y a sus intereses.

Quizás hoy nos pasa igual a nosotros.  Somos capaces de decirnos cristianos, pero lo hacemos a nuestra manera y con nuestros intereses.  Afirmamos que Jesús es el Mesías, pero no estamos dispuestos a correr sus mismos riegos.  Tenemos una fe que buscamos que nos sostenga en los momentos difíciles, pero que no implique compromisos.

Jesús les va descubriendo el verdadero seguimiento a sus discípulos y les va exigiendo que se comprometan enserio en este proceso.  También hoy Jesús, quiere que cada uno de nosotros descubramos lo que significa seguirlo, no sólo proclamarlo con palabras, sino ajustar nuestros criterios a sus criterios y nuestros pensamientos a sus pensamientos. Habrá que cambiar muchas cosas para parecernos a Jesús.

Hoy nos dice y tú ¿Quién dices que soy yo?

Miércoles de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 22-26

Hoy Jesús aparece curando a un ciego.  Esto es signo de que el mesianismo ha llegado a su cumplimiento, tal como lo había anunciado el profeta.

¿Ves algo? Es la pregunta que Jesús hace al ciego que acaba de tocar. Y el antes ciego, empieza a ver “algo”, pero Jesús vuelve a imponer sus manos en los ojos y aquel hombre comenzó a ver perfectamente bien. Es el proceso que lleva el evangelio de Marcos en cada una de sus curaciones: incredulidad, cercanía, signo de Jesús, visión nueva de la realidad, fe. 

Es el mismo proceso que cada uno de nosotros debería llevar al encontrarse con Jesús: dejarse tocar, empezar a ver las cosas de forma distinta.  Para después asumir una nueva visión del mundo y de los hombres. Distinguir perfectamente los árboles de las personas.

Nuestro hombre moderno tan dado a confundir a los hombres con máquinas, con mercancías, con números, o con deshechos que estorban al progreso y desarrollo de unos cuantos. Mirar la humanidad de cada una de las personas, sus sentimientos, su dolor, sus aspiraciones. Jesús nos hace ver diferentes todas las cosas. Entonces es cuando verdaderamente se tiene fe y se puede decir que se es discípulo y aunque Jesús indique que no se anuncie, los hechos y testimonios proclaman que el Salvador ha llegado a nosotros. 

Este evangelio nos permite descubrir a Jesús como el vencedor de las tinieblas. La oscuridad del hombre al que le restablece la vista, nos permite descubrir a Jesús muy cercano a nosotros a pesar de nuestra ceguera, nos infunde su fuerza en los signos de su saliva y ordena que desaparezca de nosotros toda ceguera.

La ceguera de egoísmo provoca los peores desastres de hambre, de desnutrición, de soledad y de abandono, y es la misma ceguera que provoca la incapacidad del hombre para actuar en comunión y lo deja en su aislamiento y su egoísmo.

Hoy acerquémonos a Jesús, también nosotros dejémonos tocar con su mano, dejémonos levantar, y permitamos que nos ayude a descubrir verdaderamente a los hombres. Que no se desdibuje su rostro y lo veamos con signos de intereses o de negocios; que no sean solamente utilizados, sino que verdaderamente sean respetados como personas y como hijos de Dios.

Que no confundamos a nadie con árboles, con cosas, con peldaños para subir. Que se abran muy claro nuestros ojos y podamos descubrir en cada rostro un hermano que nos acompaña en el camino que nos lleva al Señor.

Martes de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 14-21

¿Aún no entienden ni caen en la cuenta? Esa pregunta, hecha por Cristo a sus discípulos, refleja una situación muy humana: la dureza de mente y de corazón para aprender la forma en que Cristo se relaciona con nosotros.

Los discípulos para este momento ya habían vivido varios meses con Cristo, habían oído su palabra, habían visto milagros, habían comido del pan que había multiplicado en dos ocasiones y quizá en más. Sin embargo, aún no entendían a Cristo, no lo conocían. Nosotros que somos hijos de Dios, que rezamos todos los días, que nos llamamos cristianos, ¿conocemos a Dios? Sabemos que Él nos ama y que todo lo que tenemos y somos es a causa de Él, que de verdad nos quiere como hijos, pero a veces ante sus mandatos o invitaciones incómodas reclamamos y reprochamos su dureza. Él nos pregunta: ¿Aún no entienden?

Él permite todo para nuestro bien y nos guía con mandatos e invitaciones en ocasiones costosas no por querer fastidiarnos sino porque busca lo mejor para nosotros. Quizá aquello que nos quita o no nos otorga es para que no nos separemos de Él, el único gran tesoro, para que no tengamos obstáculos para amarle más, para evitarnos problemas que no vemos al presente. Cuando nos pide ese detalle de amor en el matrimonio que exige abnegación, cuando nos llama a ser más generosos con los necesitados, cuando nos reclama dominio sobre nuestros impulsos de enojo, coraje, orgullo o sensualidad, lo hace para ayudarnos a construir una vida más feliz y justa. Él es nuestro Padre que sabe lo que más nos conviene, no rechacemos sus cuidados amorosos por más que nos cuesten.