Martes de la VII Semana Ordinaria

Mc 9, 30-37

Es muy bella la frase que aparece en muchos carteles sobre todo de grupos juveniles y asociaciones de servicio: “El que no vive para servir no sirve para vivir”. Sí, es muy bella, pero a veces se queda en eso: palabras bonitas que no llegan a la práctica.

Todos los servidores públicos en sus promesas de campaña expresan ese deseo de servir al pueblo. Las grandes y pequeñas empresas nos lo repiten hasta la saciedad… y todos comprendemos que en el fondo no buscan el servicio, sino su propio provecho, su ambición de poder y sus ganancias económicas.

En los discípulos de Jesús, aunque muchas veces disfrazado, también entra el deseo de poder, de autoritarismo, de ganancia. Ya decía el Papa Francisco que en medio de la Iglesia también se encuentran “arribistas” que buscan escalar posiciones y obtener beneficios propios. Jesús invita al servicio desinteresado y generoso.

Es muy claro que en todos los grupos y en la sociedad tiene que haber líderes y personas que asuman la autoridad, pero una cosa es el autoritarismo y otra el servicio de la autoridad. A todos se nos puede “subir” el puesto y actuar de manera arrogante y déspota olvidándonos de las necesidades de aquellos a quienes debemos servir. Quien encuentra en el servicio un camino de alegría y felicidad, está muy cerca del Reino.

No debemos confundir con servilismo y adulación, ni disfrazar de servicio las propias ambiciones. El mismo Jesús rechaza esa ambición de los Apóstoles y pone en medio de ellos a un niño para significar la pureza y la sencillez del servicio.

Hoy hemos perdido esta noción de servicio y consideramos humillante estar a disposición de los demás. No se trata esclavizar a las personas, sino de reconocer en cada una de ellas a un hermano digno de ser servido. El servicio, bien entendido, en lugar de rebajar, hace crecer; en lugar de humillar, enaltece; en lugar de empobrecer, enriquece.

Hoy miremos cómo estamos realizando nuestros servicios: de papá, de mamá, de hermanos, de servidores públicos, de catequistas, de maestros… ¿Nos parecemos a Jesús que vino no a ser servido sino servir?