Lunes de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 11-13

Mateo se dirige a una comunidad de la segunda generación, en su mayoría no judíos.  Quiere remarcar fundamentalmente la identidad de Jesús, Jesús como Hijo de Dios y Mesías anunciado por los profetas. Es importante afianzar la fe de la comunidad, que vivía en un mundo hostil.

Volver la mirada de la comunidad hacia Jesús significa para Marcos, presentar a Jesús destacando de Él, no un mesianismo espectacular sino un Mesías sufriente, dispuesto a dar la vida mostrando, con signos claros, la misión que el Padre le ha confiado.

Han llegado a Dalmanuta, región situada probablemente en la costa occidental del mar de Galilea, ciudad de población mixta, judíos y gentiles, pero de influencia judía.

Antes de llegar allí Jesús ha curado enfermos, ha dado de comer a mucha gente, ha realizado otros hechos milagrosos. Mateo presenta siempre los milagros que realiza Jesús como signos de liberación del hombre del pecado, del dolor, de la angustia, no como signos del poder de Dios frente a sus enemigos.

Pero no todos descubren en la persona de Jesús ser el Mesías anunciado, el Hijo de Dios y piden una señal inequívoca de su mesianismo, una señal prodigiosa.

Sabemos la respuesta de Jesús, su negativa. La señal ya les ha sido dada, “los ciegos ven, los sordos oyen…” (Mt11, 2-15) pero ellos, los fariseos, tienen muy claros los principios de la ley y están cerrados a todo lo que puede desestructurar su sistema religioso. Por otra parte, son fieles observantes de la ley de Moisés. Viven el conflicto entre sus creencias y lo que hasta ahora descubren en Jesús y quieren pruebas, seguridades.

En nuestra Dalmanuta particular o social

Marcos insiste mucho en su evangelio sobre el desconcierto y la incredulidad que rodean el mensaje de Jesús. ¿Está describiendo su comunidad de “ayer” o la nuestra de “hoy”?

Hay quien pide hoy también señales poderosas para reforzar su fe. Situaciones en las que casi estaríamos exigiéndole a Dios, unas señales claras de su existencia, una manifestación de su gloria, que fortalezca las estructuras tambaleantes, que manifestara su poder, que visibilizara su existencia, que atendiera mis peticiones que….

Y Dios nos regala su silencio, un silencio que, cuando lo acogemos con honestidad, puede ayudarnos a cambiar la dirección de nuestras peticiones, a descubrir que el proyecto de Dios se da en otras dimensiones en donde la Misericordia y el Amor son signos inequívocos de su Presencia. 

Y así vamos descubriendo esos signos en nuestra vida, en nuestro entorno, en los encuentros con El en la oración, en las personas que llaman y experimentan a Dios como Padre, en las relaciones de fraternidad que construyo con otros, en los gestos de perdón, en las personas que acogen al que está al borde del camino, que no rompe la caña quebrada.

Pero sin duda que en un mundo como el nuestro en el que todo se intenta explicar desde la ciencia, desde la demostración científica, en el que todo se somete a verificación, hay momentos que tenemos también la tentación de exigir pruebas, signos claros.

Y es importante decir humildemente: Creo Señor, pero ¡aumenta mi fe!

Sábado de la V Semana Ordinaria

Mc 8, 1-10

Jesús al darse cuenta de la necesidad de la gente que le seguía, se mueve a compasión y se identifica con ellos, exponiendo a sus discípulos su necesidad e implicándoles a ellos también en una posible solución, pero los discípulos se sienten muy limitados, reconocen su incapacidad y no ven la forma de paliar esa carencia, y en el fondo ven que sus provisiones no son suficientes para tanta multitud, porque tampoco ellos querían compartirlas.

Cuando las provisiones no son suficientes ni para nuestra propia necesidad, ¿somos capaces de compartirlas con los otros?, ¿cómo actuamos?, ¿confiamos en que Dios, que no se deja ganar en generosidad y que cuida de las aves del campo, va a ayudarnos en esta situación? La enseñanza que el Señor quiere que aprendan los discípulos en esta ocasión, y a través de ellos nosotros, es que es más grande dar que recibir, aunque esos dones o riquezas que tengas sean imprescindibles para ti. Él no renegó, no dijo es muy poco, no alcanzan o no sirven, simplemente los tomó y dio gracias.

Quiera Dios otorgarnos el don de ser agradecidos siempre, en lugar de estar quejándonos constantemente.

Viernes de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 31-37

Jesús, mientras caminaba hacia el lago de Galilea, se encuentra con un hombre sordo y que apenas podía hablar, condenado a la incomunicación: nada de la vida podría entrar en él, nada de la vida podía desprenderse de él. Su problema era la incomunicación.

Hay una súplica de la gente: “que le impusiera las manos” (gesto presente en muchos sacramentos para otorgar algún don, autoridad, o como método de sanación). Jesús toca sus oídos y su lengua; suspira al cielo y da una orden: “EFFETÁ” = ÁBRETE. Y al momento hablaba sin dificultad alguna.

Nos incomunicamos cuando la vida se llena de oscuridad, cuando la tristeza nos invade, cuando nos vemos abocados a la soledad. Es el momento en que la incomunicación nos conduce al ostracismo, al exilio, al confinamiento; todo por la incapacidad que mostramos ante una vida que requiere de nuestra responsabilidad y respeto, donde todo se vuelve una frontera infranqueable. Nos separamos de la vida, nos separamos de los hermanos, de la familia y de Dios.

Se hace necesario que alguien nos diga una palabra de autoridad que rompa nuestro silencio e incomunicación. “Ábrete al mundo”, “Ábrete a Dios”, “Ábrete a la fraternidad”. Es una palabra de autoridad que viene de Dios mismo, viene como “un suspiro del cielo”, como una nueva creación.

San Juan Pablo II, lo repetía constantemente: “Abre de par en par tus puertas a Cristo”, así inició también su pontificado.

La fe es la apertura a Cristo, a Dios, romper las barreras de la incomunicación con Dios y los hermanos, salir de la marginación que la soledad provoca, superar la separación que provoca la incomprensión de los pueblos, de las religiones, de los hombres. La fe necesita de una mano creadora que abra nuestro entendimiento para poder escuchar la Palabra de Dios, y poderla proclamar sin descanso.

“Ábrete” es la gran lección del evangelio de hoy, que nos presenta a Jesús como el Mesías esperado, que hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Jueves de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 24-30

La verdad es que el pasaje evangélico de hoy, las palabras que Jesús dirige a la madre pagana que le pide que cure a su hija poseída por un espíritu inmundo… nos resultan duras y sorprendentes y dan pie para pensar que Jesús, en un primer momento, sólo quería predicar al pueblo judío. Pero, siguiendo adelante en esta escena, caemos en la cuenta que atedió el ruego insistente y confiado de esta madre afligida: “Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”.

Por todo lo que sabemos de la vida de Jesús, es claro que quiso predicar su buena noticia a todos y nos pidió a sus seguidores que la divulgásemos por las cuatro esquinas del universo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. El sublime tesoro que él nos trajo de parte de Dios no podía quedar reducido a su pueblo. Estaba destinado a toda la humanidad. El amor de Dios, la luz de Dios, el perdón de Dios, la bondad de Dios, las promesas de Dios, las curaciones de Dios, el cielo de Dios… están destinados a todos los hombres de todas las épocas.

Miércoles de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 14-23

Después de encararse con los fariseos, Jesús se dirige a la gente para proponerle una enseñanza fundamental en la vida de cada día; a los discípulos se lo explicará todavía más claramente. Lo importante no es mantener la ‘pureza legal’, es decir, ajustarse escrupulosamente a las prescripciones de la ley en lo referente a los alimentos, en este caso, y al modo de servirse de ellos. Es más: No hay por qué pensar que hay alimentos más ‘puros’ que otros; todos vienen de la mano de Dios y están, por disposición suya, al servicio del hombre.

Jesús llama la atención sobre lo que procede del interior, lo que se genera en el corazón humano. Ahí es donde reside la fuente de nuestros actos. En este pasaje evangélico sólo habla Jesús de lo malo que sale de ese corazón humano, porque está polemizando con el concepto de ‘impureza’ que han mencionado los fariseos. Y enumera una serie de actitudes perversas que brotan de un corazón corrompido o extraviado, y que degradan al hombre.

Pero, evidentemente, el corazón es sede, también y sobre todo, de nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones más nobles. Nuestra conducta personal nace de nuestra conciencia, de nuestro mundo interior presidido por unos determinados criterios, muchas veces implícitos, que impulsan nuestro comportamiento. Todo el bien que somos capaces de hacer tiene su origen en nuestro ‘corazón’ y, si en él reina el amor, será también bueno todo lo que de él proceda.

De ahí la importancia de formar bien nuestra conciencia, de adquirir principios conformes con el Evangelio y de ajustar a ellos nuestra conducta. Esa será la mejor garantía de que nuestro corazón está en sintonía con el de Jesús y de que, como él, pasaremos por este mundo haciendo el bien.

Pregúntate de dónde proceden tus actos: ¿del respeto a la ley, del imperativo del amor, o de ambos?, ¿en qué proporción respectiva?

Martes de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 1-13

Jesús nos llama también a mantener una alabanza y celebración verdadera del amor del Padre. El culto que Dios quiere es en verdad y de corazón. Así lo refleja este fragmento de Marcos, cuando unos fariseos le recriminan a Jesús que no amoneste a sus discípulos por no respetar la limpieza ritual del lavado de manos antes de comer. No era a Jesús, pero sí a alguno de sus discípulos. Y Jesús también les recuerda a estos fariseos su dureza de corazón y su hipocresía. Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. No está en la ley primitiva la limpieza ritual, sino en el Talmud, en la tradición. Y Jesús les recrimina otras prácticas de tradición egoístas como la fórmula “qorbán” (don ofrecido a Dios, a través del Templo, para retener la posesión del patrimonio y del dinero propio), y así eludir la atención, el respeto y amor por el padre y la madre, que Dios nos manda. Priorizan enriquecer el culto del Tempo y olvidan el mandamiento de Dios del respeto por los padres. Pero Jesús respeta las leyes mosaicas aunque con su actitud sabe que están llegando a su fin. El verdadero culto no se dará en el Templo, sino que se manifestará en espíritu y verdad. Es lo que Jesús nos pide. Comprometernos con Dios sin miedo, sin mantener parcelas de nuestra vida privada al margen de Dios. “Ve vende lo que tienes, dalo a los pobres, Ven y Sígueme”. Cuando somos conscientes de que todo lo que tenemos nos viene de Dios, el egoísmo, la usura, acaparar o retener con temor no pueden estar en nuestra identidad. Más bien, la disposición de san Pablo: Todo lo puedo en aquel que me conforta. Un espíritu y un ánimo abierto a la voluntad de Dios y a mirar por las necesidades que Dios nos presenta en nuestras vidas.

Que estemos abiertos a Dios y a cultivar el amor entre los hermanos en la nueva creación.

Lunes de la V Semana Ordinaria

Mt 6, 53-56

El evangelio de hoy expresa en pocas palabras cómo la gente reconoce a Jesús y acuden de forma numerosa. Hay entusiasmo, movimiento, solidaridad. Van atrás de Él porque desean que Jesús les sane. No es una búsqueda individualista: “comenzaron a traer a los enfermos en camillas”, incluso orientan a las personas para que le toquen, aunque solo sea, la orla de su manto.

Considero importante superar la imagen de la enfermedad como ausencia de salud física, aún a sabiendas de que ésta es muy importante. Pero la salud no lo es todo. Podemos conocer personas que tienen una buena salud y viven agobiadas por diversas situaciones. También podemos conocer personas que viven la fragilidad de la salud y, aun así, poseen un fuerte sentido de la vida que transmite serenidad, confianza y sabiduría.

La gente buscaba a Jesús y le reconocían. Llevaban a las personas que no podían ir por sí mismas hasta Él, aconsejaban qué tenían que hacer en presencia de Jesús para “ser curados”, es decir, para rescatar nuevamente el sabor de la vida y continuar el camino menos solo.

El evangelio de hoy nos “toca” con ternura en las circunstancias actuales, en las que, para no contagiarnos y no caer enfermos del COVID19, “no debemos tocarnos”.  Experimentamos la ausencia del “toque” y la gran necesidad de “tocarnos”. Deseamos poder abrazarnos nuevamente, en un movimiento duplo del dar y recibir, del caminar juntos, de ayudarnos mutuamente… de cultivar una mística que restaura la armonía de toda la creación en su diversidad.

Sábado de la IV Semana Ordinaria

Mc 6, 30-34

El evangelio nos invita a dejar nuestras preocupaciones para centrarnos en Jesús de Nazaret, descansar a solas con El, para escuchar en nuestro interior sus palabras y consejos. A veces tenemos demasiados ruidos que nos impiden escuchar a Dios. Nos invita a una intimidad con El, siempre dispuesto a escucharnos. Los Apóstoles tenían grandes deseos de contarle a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado, por eso el Señor les dijo: “Venid vosotros solos a descansar un poco a un sitio tranquilo”. Porque como eran tantos los que les seguían no tenían tiempo ni para comer.

Ellos se marcharon, pero como la figura de Jesús atraía a la muchedumbre, cuando se dieron cuenta de que se marchaba, fueron corriendo y se les adelantaron.

Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima, porque como dice Marcos, eran como ovejas sin pastor. Entonces Jesús dejando el descanso con sus íntimos, los discípulos, que tanto deseaba, los dejó, y se puso a enseñarles con calma

¿Deseamos nosotros estar a solas con Jesús? Pruébalo y veras que bien se está.

Viernes de la IV Semana Ordinaria

Mc 6, 14-29

Estamos ante un pasaje evangélico en los que la gente se pregunta por la identidad de Jesús: “Es un profeta como los antiguos”, “es Elías”, y la escena se centra en Herodes, que siente curiosidad por Jesús, y del que afirma que es Juan Bautista, a quien él había mandado decapitar, y que ha resucitado. El pasaje de Marcos a continuación narra la historia de la muerte de Juan Bautista.

Quiero centrarme en la parte en que el rey Herodes hace una promesa a la hija de Herodías, seducido por su baile: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Nos podemos fijar en los personajes. Por un lado, está un rey embriagado, sin capacidad de discernir, incapacitado para pensar sobre decisiones fundamentales de la vida, sobre todo cuando está en juego la vida de un profeta. Por otro lado, está la hija, que pide la orientación de su madre Herodías, y que se deja manipular por la ira y venganza de su madre. Por último, está Herodías, que se muestra implacable porque ve la oportunidad de vengarse del profeta. El texto dice que aborrecía a Juan el Bautista y quería quitarlo de en medio.

Embriaguez, incapacidad, desorientación, manipulación y venganza dieron por aniquilada la vida de un profeta. No siempre es la verdad profética lo que genera vida. No siempre es la estabilidad, el bienestar o el poder lo que garantiza los derechos y la justicia. En ocasiones median otros intereses políticos, personales, culturales o religiosos que ciegan nuestra vida. ¿Cuál es la verdad profética que lanzaremos a los hombres de hoy cuando son estas actitudes las que se fomentan en nuestra cultura? ¿Cuál es la esperanza frente a la aniquilación? ¿Cuál nuestra sed de justicia frente al abuso de poder? ¿Cuál es la verdad que pronunciamos frente a la manipulación? ¿A quién dirigirnos que no nos encamine a la venganza de sus intereses? ¿Cuál es la historia de las personas que aborreces? ¿Cuál fue la verdad que cuestionó tu vida?

Cristo es nuestro horizonte y la respuesta a todas las preguntas. Su fama puede extenderse en nuestra vida. Su identidad responde al amor, a la verdad, a la justicia, a la fraternidad, a la lealtad para con el Padre, a una historia de fidelidad a Dios y a los hombres. Una historia de sacrificio, una historia de perdón.

A veces la verdad no es bien acogida. Una llamada al cambio y a la conversión no siempre tiene una respuesta positiva de las personas. Siempre puede haber resistencias tanto al cambio como al amor que se nos brinda. Cuando no respondemos a la llamada de la fe y no consideramos la verdad de nuestra vida, puede ser motivo para desatar actitudes que van de la erosión de la misma vida a la nulidad de la estabilidad.

La Presentación del Señor

Lc 2, 22-40

En la fiesta de la Presentación del Señor, la primera reflexión está relacionada con las personas que han consagrado sus vidas al servicio de Dios, ya que hoy se celebra la Jornada de la Vida Consagrada. Son unos mensajeros que brindan su mano, acogen y acompañan sin pedir nada a cambio. Son luz para cuantas personas se cruzan con ellos y que van despistadas caminando en medio de la oscuridad de la vida. Se sienten solidarios.

La segunda la encontramos en la lectura de Malaquías, “Yo envío a mi mensajero para que prepare el camino ante mí”. ¿Quién es este misterioso mensajero que precede al Señor preparando su camino? Algunos pensaban que era Elías. En tiempo de Jesús todavía lo estaban esperando y hubo quienes creyeron que ese mensajero anunciado, ese nuevo Elías, era el mismo Jesús.

Ante la pregunta que hizo Jesús a sus discípulos sobre: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Unos contestaron que Juan el Bautista, otros que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas. Y sigue preguntando Jesús: y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro fue el único que contestó “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

Pero Jesús aplicó esta profecía a Juan el Bautista. “He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino por delante de ti”. Y no hay que esperar a nadie más. Jesús es el Señor que ha venido. Él ha entrado en el templo para restaurar el verdadero culto.

El salmo que precede a la lectura es un canto que parece recordar la entrada del arca de la alianza en el santuario de Jerusalén. Una procesión entusiasta acompaña el arca. El Señor, aunque invisible, está presente en ella. Los participantes proclaman el dominio de Dios sobre todo el mundo. Al acercarse al templo se apodera de ellos un profundo respeto hacia la santidad de Dios.

Jesús es el Señor de la Gloria, viene a nosotros: se hace hombre; Jesús, santo e inocente sin mancha, entra en Jerusalén. Salgamos a su encuentro. El que tenga limpio el corazón verá a Dios y el que ame a su hermano está en la luz y Dios está con él.

Luz para alumbrar a las naciones

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, Jesús es llevado al templo por sus padres para someterse al cumplimiento de la ley de Moisés. En el Evangelio San Lucas da a este hecho una especial importancia. Estamos en la primera manifestación grandiosa de Jesús.

El ambiente está bien preparado, un escenario solemne: el templo santo. Unos personajes justos y ancianos, envejecidos en la espera del cumplimiento de la promesa de Dios: Simeón y Ana, prototipos del pueblo de Israel, fiel a su Señor.

La tensión acumulada durante tantos años de espera comienza a desatarse. Por eso Simeón empieza a cantar: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz: porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.”

En este canto de Simeón, San Lucas sigue completando las características de la salvación que anuncia. “La salvación de Dios es universal”. La salvación es luz que da sentido a la vida. El Niño es la Luz en brazos de Simeón. La salvación es gloria para Israel, presencia de Dios en medio de su pueblo.

Al entrar el Niño en el templo, aparece de nuevo la gloria de Yahvé habitando en su casa. Jesús es la presencia nueva y definitiva de Dios en medio de su pueblo. Está presente como Salvador. El Niño acaba de recibir un nombre, Jesús, es decir «Salvador».

Comienza una larga historia de alegrías y de decepciones que llega hasta nuestros días. No cabe la postura de brazos cruzados ante Jesús. La salvación que trae no se impone ni se hereda. Se acoge, libre y personalmente o se rechaza.

¡Para cuántos, todavía hoy, sigue siendo Jesús un escándalo, una bandera discutida, un signo por el que los hombres lucharán entre sí!  Es el misterio de Dios que aparece en Cristo y en sus condiciones de vida.

Este Evangelio ilumina a la familia como primera experiencia de la Iglesia y toda nuestra vida de creyente. Se nos presenta la verdadera felicidad, el Encuentro definitivo con Dios.

Como persona y como cristiano ¿Hay luz en mi vida o camino a oscuras?

¿Cuál ha sido mi Encuentro definitivo con Dios? ¿Soy feliz de haberlo encontrado? ¿Por qué? Como cristiano ¿Qué objetivo tengo para el año?