1 Cor 5, 1-8
El apóstol Pablo después de haber tratado ampliamente la situación de cierta división o partidismo en la comunidad de Corinto, hoy se enfrenta a otro caso.
Pablo había evangelizado en Corinto cerca de año y medio, y sabía la importancia que esta ciudad, muy poblada, tenía para llevar el mensaje de Cristo a toda la provincia de Acaya. Se formó una comunidad constituida principalmente por gente de las clases más humildes. La tierna fe cristiana del grupo contrastaba con las ideas y prácticas de una sociedad pagana cuyas costumbres relajadas gozaban de triste fama.
Al atacar Pablo el caso concreto de un cristiano que vivía en unión conyugal con su madrastra, alude también a la obligación de la comunidad que se sentía «de primera línea y misionera», a dar un testimonio muy estricto y coherente con las exigencias morales del Evangelio. La comunidad tiene que vivir la vida pascual, nueva y liberada, de Cristo resucitado, a eso se deben las alusiones de Pablo al pan ázimo, es decir, el pan sin levadura propio de Pascua. La levadura era considerada corrupción que se difunde y corrompe lo que toca. Por esto la excomunión del culpable. El fin es la salvación definitiva, «a fin de que su espíritu se salve el día del Señor».
Fe y obras deben ir siempre en estrecha interrelación.
Lc 6, 6-11
De nuevo encontramos a Jesús un sábado en la sinagoga.
El problema del culto a Dios en sábado, como día especial, ya no es para nosotros, generalmente hablando, un problema, pero sí encontramos una enseñanza hoy en este acto de Jesús.
Jesús plantea a los dirigentes religiosos una cuestión, desde el punto de vista de su legalidad. Pero Jesús los lleva o los quiere llevar, de la letra al espíritu, quiere hacerles ver que la ley es cauce, no dique; ayuda, no obstáculo: «¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella?»
Otro aspecto de reflexión son nuestras «parálisis», nuestra falta de movimiento para tantas y tantas cosas. Es lo que podemos llamar «omisiones», cuando pudiendo hacer el bien no lo hacemos.
El Señor nos salva; también a nosotros nos dice «extiende la mano».
Confiemos en el Señor, recibamos su fuerza vital y salgamos a «extender la mano», a ser «extensión» de la mano salvadora de Cristo.