Sábado de la XXII Semana Ordinaria

1Cor 4, 6-15

Hoy en nuestras lecturas, termina el tratamiento que Pablo hace de la primera falla de la comunidad de Corinto, la división.

El apóstol sigue contraponiendo los criterios de la sabiduría divina a los criterios meramente humanos.

Ahora, habla en un tono que no deja de tener su toque de sarcasmo y que tal vez a nosotros hoy nos podría parecer un tanto cargado de tinta pero que Pablo, sin embargo, usa, como él mismo dice «no para avergonzarlos, sino para llamarles la atención como a hijos queridos».  Pablo esgrime su título único de padre en la fe de esa comunidad: «Aunque tuvieran ustedes diez mil maestros, no tienen muchos padres, porque solamente soy yo quien los ha engendrado en Cristo Jesús, por medio del Evangelio».

Pablo comparaba la situación de los apóstoles -concretamente la suya- a la pretendida situación de los cristianos de Corinto: los locos en contraposición a los sensatos, los débiles a los fuertes, los despreciados a los respetados.

Lc 6, 1-5

Lo que hoy escuchamos en el Evangelio lo hemos ya oído muchas veces; pero la palabra de Dios, escuchada sincera y humildemente, aunque sea muy sabida, siempre nos dirá algo nuevo y vital.

A los fariseos les parecía que los discípulos habían fallado seriamente a la ley de Dios que prohibía ejercer un oficio en sábado, el día de Yahvé.  Hoy esto nos parece ridículo, sólo se trataba de unos cuantos granos arrancados y comidos.  Pero nosotros podríamos caer también en actitudes muy similares.  Por ejemplo, antes había discusiones sobre si la gotita de agua que habíamos pasado al lavarnos la boca o que había entrado en ella cuando veníamos, bajo la lluvia, a la Iglesia; se cuestionaba si esto impedía o no la comunión, porque así se rompía el ayuno eucarístico.

Jesús da dos respuestas, una que habla de que la ley no es absoluta ni cerrada, para hacer notar que en la ley hay un espíritu y una letra; aquél no se debe dañar cambiándolo o disminuyéndolo; la letra está al servicio del espíritu.

Y, sobre todo, un segundo argumento muy importante principalmente para los primeros cristianos que habían crecido en el judaísmo: Jesús es «dueño del sábado».  Y hay una nueva ley.  Ahora está el día del Señor, el domingo y ya no el sábado, el sábado de la antigua ley.