Mt 12, 1-8
Jesús nos advierte con este pasaje del peligro de convertir la ley en la única norma de la vida olvidándose de los demás valores.
No es que la ley sea mala, como lo ha dicho san Pablo, sino que pude convertirse en una verdadera cadena que no nos deja vivir.
De aquí la importancia de la vida en el Espíritu, ya que esta hace que la ley se convierta en amor. Son muchas nuestras obligaciones diarias, las cuales pueden ser vividas bajo la ley o bajo el Espíritu.
Yo puedo ir todos los días a trabajar y hacerlo por amor y con gusto o como una verdadera cadena; puedo cumplir con mis obligaciones religiosas (como el ir a misa) de una manera rutinaria y solo por cumplir la ley, o puedo hacerlo por amor y con gusto.
El Señor lo que quiere es que cumplamos la ley, pero sin olvidar que sobre la ley siempre estará la caridad. Nuestra oración diaria hace de la ley una experiencia de amor.
No se puede llorar con quien llora, alegrarse con quien se alegra, socorrer a quién sufre si esto nos parece obligaciones incómodas y extrañas a nuestra mentalidad y no deseos espontáneos del corazón. Cuando no se convierte en lazo mortal, las normas y las reglas deben ser útiles instrumentos para ayudarnos a mejorar día tras día nuestra conducta y ayudarnos a llegar a Dios.
Queda de nuestra parte el modo como queremos vivir y aceptar las leyes y mandamientos que el Señor nos ha dado.