Mc 12, 13-17
¡Hipócritas! Es la palabra que Jesús usa tantas veces para calificar a los doctores de la ley. Son hipócritas porque dicen una cosa, pero piensan otra, como la misma etimología de la palabra indica. Esos doctores de la ley hablan, juzgan, pero piensan otra cosa. Eso es hipocresía. Y la hipocresía no es el lenguaje de Jesús. La hipocresía no es el lenguaje de los cristianos. Un cristiano no puede ser hipócrita y un hipócrita no es cristiano. ¡Esto es así de claro! Ese es el adjetivo que Jesús más emplea con esa gente: ¡hipócrita!
«Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba.
Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «y DAR a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente, frente a cualquier tipo de poder, que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro.
Dar a Dios lo que es de Dios significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo.
En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es una coartada: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece.
Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.