Miércoles de la IX Semana del Tiempo Ordinario

Mc 12, 18-27

El Evangelio nos presenta a Jesús con los saduceos que negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos dirigen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos.

Nosotros también tenemos muchas dudas de lo que hay más allá después de la muerte.  Y por más que ahora haya muchos que dicen que les hablan a los muertos o que tienen comunicación con los espíritus, siempre quedamos en la ignorancia sobre lo que hay más allá.

Cristo mismo nos asegura que hay resurrección, pero no tenemos claro qué podemos encontrar.  Nuestras pobres inteligencias se niegan a concebir una vida nueva diferente y queremos encasillar la resurrección como en un continuo revivir, reencarnarse que al final terminaría en una vida monótona, sin novedad.

Cristo nos dice que tendremos vida en plenitud, no que viviremos como cadáveres; habrá un comunicación con nuestro Dios y una participación de su amor que nos hará vivir a todos como hermanos.

Si ya desde el Antiguo Testamento se vislumbraba esta vida en el más allá, como nos lo muestra el pasaje de Tobías que busca respeto para los muertos, con la propuesta de Jesús aparece más claro.  Esta enseñanza, de ningún modo, nos debe excusar de un trabajo serio y comprometido con la realidad, sino todo lo contario.  Quien tiene fe en la resurrección de Jesús se une íntimamente a Él y se compromete seriamente por la vida en todos sus sentidos.

Es triste el ambiente de muerte que propiciamos a destruir la naturaleza, es increíble la dureza del corazón que debemos tener, cuando somos capaces de destruir la vida desde el vientre o en la ancianidad, con el pretexto de que estorban o no son productivos.

Hoy, el Señor nos llama al cuidado de la vida en todas sus expresiones.  La vida que no debemos destruir con los excesos; la vida de los demás que debemos cuidar y preservar; la vida de la naturaleza que al final de cuentas da vida al hombre.

La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.

¿Somos cuidadores de la vida? O ¿Somos pregoneros de muerte?

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