Viernes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario

Lc 14, 1-6

Jesús en este Evangelio nos enseña con su ejemplo que hay algo más fuerte que el legalismo, y es precisamente el mandato de la caridad. Entre los judíos, el día sábado era un día del todo consagrado al Señor. No era lícito hacer actividad alguna. De ningún tipo. Hasta estaban indicados los pasos que se les permitía caminar.

¿No es cierto que toda persona para poder vivir necesita del agua suficiente para su organismo?  Lo es. Sin embargo, algunas veces, por mal funcionamiento del mismo organismo, el agua retenida se convierte en una enfermedad y en un peligro para la persona.  Así la persona que retiene agua en su cuerpo, sufre hinchazón de piernas, de estómago o de las manos.  Es notorio su desajuste también en la hinchazón de la cara.

La acumulación de líquidos se produce por un desequilibrio en el nivel de líquidos del organismo.  Es decir, desequilibrio en las cosas necesarias. Lo que sucede a nivel corpóreo, con frecuencia, también sucede a nivel de relaciones y de comunidad.

Es buena la ley que regula las relaciones de la comunidad, establece tiempos y formas también de manifestar el respeto y el culto a Dios, pero cuando hay un desequilibrio y exceso en la valoración y función de la ley, puede provocar graves problemas en las relaciones.

Cristo, al curar al hidrópico, (sentenciado además la superioridad de la persona sobre el valor de la ley) nos enseña cómo debemos regir nuestras acciones.  No es más importante un burro o cualquier otro animal que una persona, dirían los campesinos de aquel tiempo; no es más importante el negocio, la ganancia o la legalidad que las personas, tenemos que decir en nuestro tiempo. Sin embargo, muchas veces se pasa por encima de las personas y con la maquinaria de las leyes y las ganancias se destruye a los individuos.

Cristo, con las acciones que nos presenta este día, con las palabras que interroga a los fariseos, nos está diciendo el valor de las personas, y no podemos nosotros, que nos decimos y somos sus discípulos, sucumbir ante las presiones de la ley, o peor aún, de las ganancias económicas, dejando a un lado lo realmente importante: la persona, su dignidad y el proyecto de Dios Padre.

Nosotros necesitamos buscar su Reinado, en medio de una humanidad afligida en dolor, pero con esperanza de salvación y liberación integral y humana.

Reconocer en cada persona un hijo amado por Dios, es el principio por el cual iniciaremos el retorno a Dios Padre.