Mt 11,16-19
Nos dice el Papa Francisco que muchas veces buscamos pretextos para cerrar el corazón ante Dios y ante el hermano, y que a veces se aducen razones religiosas, éticas o de conveniencia.
El Evangelio es luz que descubre el interior del corazón. Pero cuando el corazón del hombre se cierra, siempre encuentra justificaciones para continuar en su iniquidad.
La historia nos descubre las razones del rechazo a todos los profetas, a Juan Bautista y al mismo Jesús: no son aceptados por sus contemporáneos arguyendo razones que van directamente contrapuestas las unas a las otras. Las razones del rechazo no son porque el mensaje no sea importante, ni por las personalidades de quien lo ofrece, el gran obstáculo y la principal razón es la cerrazón del corazón.
Todos lo hemos experimentado en la vida diaria, cuando no aceptamos a una persona o bien alguien no nos acepta, lo menos importante son las causas para negarnos a recibirlo, y todo se vuelve pretexto y motivo de enojo.
A los profetas los desterraron, los acusaron de idólatras, de perturbadores del orden, de muchas otras cosas, con tal de no escuchar su palabra. A Juan y a Jesús los acusan a uno de endemoniado por su forma austera de vivir y a otro también de endemoniado y pecador, por compartir con los hombres que más lo necesitaban, como lo manifiesta el mismo Jesús en la comparación con el juego de los niños.
En nuestros días también podemos encontrar muchos pretextos para cerrarnos a la Palabra de Dios: si los escándalos de la Iglesia, si los conflictos de nuestros días, la falta de tiempo… y tantos otros motivos para cerrarnos a la palabra.
El Señor en el libro de Isaías de la primera lectura de este día afirma con nostalgia: “¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos!”. La Palabra de Dios y sus mandamientos siempre nos darán vida. Y es verdadera sabiduría que rige los caminos del hombre.
Adviento es abrirse a la Palabra de Dios. Dejemos a un lado los pretextos, la desidia y la indiferencia. Hoy el Señor tiene algo que decirte ¿Podrás escucharlo?