Mc 8, 1-10
Jesús razona de acuerdo a la lógica de Dios, que es aquella del compartir.
Cuántas veces nosotros nos damos vuelta hacia otro lado con tal de no ver a los hermanos necesitados. Y esto, mirar hacia otro lado, es un modo educado de decir con guantes blancos: «arréglenselas solos». Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo.
Si Jesús hubiese despedido a la gente, muchas personas se habrían quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y pescados, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos.
Y atención ¿eh?: no es una magia, es un signo. Un signo que invita a tener fe en Dios, el Padre providente, que no nos hace faltar el pan nuestro de cada día, si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.
En el Evangelio de hoy, el milagro de los panes preanuncia la Eucaristía. Esto se puede ver en el gesto de Jesús que recita la bendición antes de partir el pan y distribuirlo a la gente. Es el mismo gesto que hará Jesús en la Última Cena, cuando instaura el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor.
En la Eucaristía, Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros.
Nosotros debemos ir a la Eucaristía con aquel sentimiento de Jesús, es decir, la compasión, y con aquel deseo de Jesús, compartir.
Quien va a la Eucaristía sin tener compasión por los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él.
Que la Virgen María, Madre de la Divina Providencia, nos acompañe en este Camino. »