Sant 5, 1-6 y Mc 9, 40-49
En la primera lectura de hoy, Santiago resuena como un profeta del A.T., que denuncia las injusticias de su tiempo. Parece que en el tiempo de Santiago existían parecidas injusticias, aun entre los primitivos cristianos. Y no debemos admirarnos, porque tales injusticias existen entre nosotros.
La denuncia de las injusticias nunca ha sido bien recibida. Desde la época de los profetas hasta nuestro tiempo algunas personas valientes han dado la vida por defender la justicia social. Hace unos cuantos años fuimos testigos de la muerte de un arzobispo que defendía los derechos de los oprimidos en el Salvador. Los ricos, explotadores de los demás, poseen medios para vengarse de aquellos que les provocan remordimientos de conciencia. En ambientes católicos la venganza es relativamente suave y utiliza como medio las cartas de queja dirigidas al obispo acerca de ciertos sermones.
Nosotros protestamos en contra de las abominaciones de nuestra sociedad, como el aborto, pero debemos ser coherentes y reconocer la dignidad fundamenta. ¿Cuál es nuestra actitud hacia los despreciados, como los alcohólicos, los drogadictos, los abandonados…? ¿Aceptamos verdaderamente los derechos humanos de la gente pobre y marginada, que habla ya una lengua que no es nuestra lengua?
Jesús nos llama a cumplir algo más que la justicia estricta. El espera que veamos y amemos a su propia persona, escondida bajo los disfraces de toda esta humanidad que nos rodea. Este es el sentido de sus palabras: «Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no quedará sin recompensa». Y nosotros ¿le negamos el vaso de agua a alguna persona?