Miércoles de la X Semana del Tiempo Ordinario

Mt 5, 17-19

En no pocas ocasiones, relacionamos lo que dice la Ley de Moisés y las palabras o actuaciones de Jesús, como objetos contrarios de comparación. Jesús nos indica, en el evangelio de Mateo, que estamos en un error. La Ley y las palabras de Jesús son elementos que se integran en una dinámica de maduración y cumplimiento. Las palabras de Jesús dan sentido de madurez a quien siga la Ley y los profetas.

Por eso, Jesús nos dice que su acción salvadora no es abolir la Ley, sino darle sentido de plenitud. En Jesús se da el cumplimiento de esta Ley, y en su vida se cumple los que los profetas anunciaron de Él. Jesucristo es la palabra definitiva de Dios.

No podemos olvidar los criterios de vida que tienen procedencia divina. Ellos son la garantía de nuestra justicia, del valor que le damos a la vida, al amor, y a los derechos de los hombres.

Dar plenitud es abogar íntegramente por las cosas de Dios. Lleva implícito el sentido de totalidad. Jesús no quiere abolir la ley, lo que quiere es que no se esclavice con ella. No quiere que se pierda el sentido de bondad que radica en ella. Ni quiere que desaparezca de ella la pregnancia divina que contiene desde su origen. Jesús toma en serio las enseñanzas de este cuerpo normativo, porque su procedencia viene de Dios, y tienen un sentido de eternidad.

Los mandamientos valoran la vida, y la vida contiene ese sentido de eternidad al que Dios nos llama. Por eso no está sujeta a modas y a cambios epidérmicos que maquillen su realidad con ideologías que transijan una muerte a la carta. Tampoco Jesús transige con las relaciones injustas que sugieran la discriminación de un enfermo, una viuda, o un pobre. La palabra de Jesús conduce al acompañamiento del desvalido, en cualquier situación en la que se encuentre de desamparo.

De esta Ley resaltó fundamentalmente dos preceptos: El amor a Dios, y el amor al prójimo. Ambos son el fundamento principal de cualquier mandamiento. Es lo que contiene la vida de Dios y la vida de los hombres. Es irrenunciable para Jesús, a la hora de enseñar tales preceptos. Ambos preceptos son el equilibrio de su mensaje mesiánico, para ponerse en la piel del que necesita una palabra de aliento.